Chile no ofrece el tamaño de mercado de Estados Unidos, la sofisticación de Londres o Luxemburgo ni la especialización de Canadá. Chile es un país lejano con un mercado de capitales pequeño e inversionistas conservadores, fuertemente cargados a la renta fija (basta mirar la distribución de inversión en fondos mutuos) y a estímulos tributarios.
De acuerdo a datos de la Bolsa de Comercio de Santiago, a diciembre de 2014, 64 acciones concentraban el 98,02% de los montos transados en dicho centro bursátil, mientras que 204 acciones se repartían el 1,98% restante, lo que deja un número importante de títulos listados en esa bolsa sin transacción.
Uno podría pensar que esos 64 títulos son los que a esa fecha presentaban mayores niveles de rentabilidad, pero no es la rentabilidad superior al resto del mercado lo que comparten estas acciones, sino que el hecho de no estar afectas al impuesto a las ganancias del capital, beneficio al que no acceden los demás títulos listados en la Bolsa de Santiago.
No hay que ser muy agudo para advertir la relación entre la ausencia del impuesto a las ganancias del capital y la preferencia de los inversionistas. En consecuencia, es perfectamente razonable sostener que el hecho de gravar con impuesto a las ganancias del capital a algunas acciones y no a otras, genera una importante distorsión del mercado bursátil, produciendo una canalización artificialmente alta de recursos hacia empresas que no necesariamente son las más eficientes, pero que cuentan con este beneficio, dañando la función primaria de un mercado bursátil.
Chile ha soñado por décadas con convertirse en un centro financiero internacional. Si somos consecuentes con ese sueño, deberíamos suprimir este impuesto no solamente respecto de las ganancias del capital derivadas de la transacción de acciones de empresas nacionales sino que también de empresas extranjeras que decidan listarse en nuestro país.
Chile no ofrece el tamaño de mercado de Estados Unidos, la sofisticación de Londres o Luxemburgo ni la especialización de Canadá. Chile es un país lejano con un mercado de capitales pequeño e inversionistas conservadores, fuertemente cargados a la renta fija (basta mirar la distribución de inversión en fondos mutuos) y a estímulos tributarios.
Esa es la realidad, y si queremos algo más que solamente soñar con convertir a Chile en el centro financiero de la región, debemos trabajar a partir de ella.
El mercado bursátil chileno ha realizado importantes esfuerzos tendientes a la internacionalización, el MILA es un claro ejemplo, el acuerdo de la Bolsa de Santiago con la Bolsa Venture de Toronto (TSX-V), es otro. A nivel regulatorio, la SVS ha dictado resoluciones como la 246 de 2014 –que eximió de la obligación de inscripción en el Registro de Valores Extranjeros a títulos de emisores de los países MILA y de ciertas Provincias de Canadá–; y el Banco Central, acuerdos como el 1820, que autoriza la cotización y transacción de títulos extranjeros en Chile en pesos.
Esos esfuerzos han despertado el interés concreto de emisores extranjeros por el mercado local. Sin embargo, mientras la cancha no se nivele y se mantenga un tratamiento tributario discriminatorio en contra de los títulos extranjeros, el sueño de convertirnos en centro financiero se mantendrá en eso, en un sueño.
Nada se saca con abrir las puertas de la bolsa local a empresas y fondos internacionales si luego les damos un tratamiento tributario completamente desfavorable y reconocidamente antagónico con el comportamiento de los inversionistas nacionales.
Sin transacciones de títulos extranjeros en el mercado local, no podemos hablar de un centro financiero. El mercado local a nivel de inversionistas debe hacer lo suyo, saliendo de su zona de comodidad y abriendo sus portafolios a emisores extranjeros. La autoridad nacional, en tanto, debe contribuir con algo tan simple como igualar la cancha para que la evaluación de inversiones se haga comparando las alternativas sobre la base de sus méritos propios y no a partir del tratamiento tributario que se les pueda estar dando.
Para eliminar las distorsiones actuales, se debería empezar con extender el beneficio de exención del impuesto a las ganancias del capital a títulos extranjeros (acciones y ETFs) que tengan presencia bursátil en Chile, en los mismos términos que tienen actualmente los valores nacionales, particularmente, mediante la contratación de market makers locales. Con ello, el atractivo del mercado offshore chileno ganaría en atractivo tanto para inversionistas locales como para emisores extranjeros, quienes tendrían un estímulo claro para contratar market makers chilenos, un mayor dinamismo de este mercado aumentaría la demanda de servicios especializados, mejorando las perspectivas laborales para profesionales del área, la cobertura de títulos extranjeros, y empezaríamos a ser percibidos realmente como un mercado con vocación internacional.
En el peor de los casos, si nada de ello ocurre, si el mercado local no reacciona y no se dinamiza el segmento internacional de nuestra bolsa de valores, al menos tendríamos el consuelo de haber hecho un esfuerzo serio en transformar nuestro sueño en realidad.
No es mucho lo que se arriesga desde el punto de vista fiscal, menos del 2% de las transacciones bursátiles son eventuales generadoras de impuestos a las ganancias del capital y el mercado offshore chileno está todavía en estado de quimera.
Rodrigo Córdova
Abogado