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Opinión: Suecia, el típico ejemplo

Opinión: Suecia, el típico ejemplo

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«Los suecos se hicieron dependientes del Estado y se acostumbraron a no depender de su trabajo. El emprendimiento fue tremendamente desincentivado. (…) De las cincuenta compañías suecas más grandes al año 2000, solo una había sido fundada después de 1970. ¡Sólo una! En 1970, Suecia era el 4º país más rico del mundo en términos de PIB per cápita. En 2000, solo 30 años después, pasó a ser el 14º. Todo esto desembocó en la conocida crisis sueca de principios de los 90, que terminó por convencer a moros y cristianos de la inviabilidad del Estado gigante».


En varias conversaciones de sobremesa sobre el estado del país y el rumbo elegido por el actual Gobierno, surge siempre un argumento que parece ser el preferido a la hora de defender un Estado grande con fuertes impuestos: “¿Y cómo Suecia? ¿Y cómo los países nórdicos? ¿No prosperaron ellos con un Estado de bienestar?”. Nadie puede dudar que los países nórdicos son el modelo económico que demostraría que el Estado de bienestar y el crecimiento económico sí pueden ir de la mano. Es oportuno, entonces, enfocarnos en uno de estos prósperos países: Suecia. ¿Cómo logró Suecia acumular tamaña riqueza? ¿Cómo lograron conjugar crecimiento económico, altos impuestos y Estado de bienestar?

Hasta 1850 Suecia era un país bastante pobre. El año 1856 es clave, pues el rey Oscar I nombra como ministro de finanzas a Johan August Gripenstedt, quien era un ávido político que admiraba a los padres fundadores de EE.UU. y al liberal Frédérik Bastiat, y que supo moverse muy bien en el Parlamento para lograr aprobar poco a poco reformas que desregulaban el mercado y daban libertades de emprendimiento a sus ciudadanos. En 1860 se suspendieron las barreras protectoras de los gremios y cualquiera pudo ingresar a un negocio, se levantó el proteccionismo y se abrieron las fronteras completamente al comercio exterior. Se desregularon los bancos y los créditos comenzaron a fluir. Cinco años después Suecia se unió a un Tratado de Libre Comercio con Reino Unido y Francia. Gripenstedt transformó a Suecia en un país de libre emprendimiento en tan solo 10 años.

Ya en ese entonces se escuchaban críticas económicas desde la oposición contra sus medidas: los productores suecos quebrarían debido a la oferta extranjera y la producción sería cualquier cosa sin una planificación central. Como muchos saben, sucedió todo lo contrario. Entre 1870 y 1950, Suecia fue el país que más creció en todo el mundo midiendo ingreso per cápita.

El éxito fue abrumador. Entre 1850 y 1950, el ingreso per cápita se multiplicó por ocho, la población se duplicó y la esperanza de vida aumentó en 28 años. La libertad económica dio paso a la creatividad y al emprendimiento, y se crearon exitosas compañías mundialmente conocidas como Eriksson (1876), SFK (1907), Electrolux (1919), Volvo (1927), Saab (1937), IKEA (1943) y H&M (1947), entre otras. Alfred Nobel inventó la dinamita y creó su prestigioso premio. La otrora paupérrima Suecia se transformó en uno de los países más ricos del mundo y en un foco de emprendimiento, un boom similar al experimentado antes por EE.UU.

A pesar de que en 1932 los opositores socialdemócratas llegaron al poder, el modelo económico se mantuvo. El nuevo Gobierno comenzó a agrandar el Estado y a subir impuestos, pero muy de a poco y cuidando el crecimiento. En 1950, Suecia era ya el 4º país más rico del mundo medido en PIB per cápita, mientras que pese a las últimas alzas aún tenían impuestos más bajos que EE.UU. y Europa Occidental, siendo un país de absolutas libertades económicas y un pequeño Estado no intervencionista, muy lejos del modelo socialista. Les ayudó el haberse quedado fuera de ambas guerras mundiales también.

Pero no aguantarían mucho tiempo más. Con las arcas llenas y la costumbre de crecer por defecto, los socialdemócratas comenzaron a profundizar la expansión del Estado a niveles insospechados, abandonando lo que los había llevado al éxito, y adoptando profundamente un celebrado Estado de bienestar. Según el investigador sueco del Cato Institute, Johan Norberg, el gasto público pasó desde 30% del PIB en 1960 a un 60% en 1980. A pesar de que la población creció en dos millones, el crecimiento neto del empleo privado desde 1950 a 1990 fue… ¡cero!

Mientras, el sector fiscal aumentó en un millón su número de empleados. Los suecos se hicieron dependientes del Estado y se acostumbraron a no depender de su trabajo. El emprendimiento fue tremendamente desincentivado. El mismo Norberg argumenta que, de las cincuenta compañías suecas más grandes al año 2000, solo una había sido fundada después de 1970. ¡Sólo una! En 1970 Suecia era el 4º país más rico del mundo en términos de PIB per cápita. En 2000, solo 30 años después, pasó a ser el 14º. Todo esto desembocó en la conocida crisis sueca de principios de los 90, que terminó por convencer a moros y cristianos de la inviabilidad del Estado gigante.

Hay ocasiones en las que la historia habla por sí misma. Afortunadamente, algunas veces sus protagonistas entienden. Así, desde la crisis de principios de los 90, todas las reformas en Suecia han ido en el camino contrario al que recorrieron entre los 60 y los 80. Se cambió el sistema de reparto en las pensiones por uno mixto, incorporando un sistema de capitalización individual. Se instauró la libre elección de los padres en la educación, con un sistema de vouchers. Se redujeron impuestos y desregularon mercados antes monopolizados por el Estado. El gasto público bajó desde 67% en 1993 a 49% en 2013. Ese mismo año se redujo el impuesto a las empresas desde 26% a 22%. Se redujeron los beneficios de desempleo y jubilación anticipada para incentivar el trabajo, dentro de muchas otras medidas. El nuevo impulso al emprendimiento ha traído resultados, como la fundación en años recientes de las gigantes Skype y Spotify. La fuerte reducción de la deuda pública y la nueva regla fiscal ayudaron a Suecia a soportar de forma ejemplar la crisis mundial del 2008, ayudada también por el hecho de haberse quedado fuera del euro.

Así termina entonces nuestra brevísima pero elocuente historia económica de Suecia. No fue el modelo económico de Estado grande e impuestos altos el que llevó a Suecia por el camino del estrellato. Fue precisamente lo contrario: una economía totalmente abierta y desregulada, incentivos al libre emprendimiento, un Estado pequeño y bajos impuestos.

Cualquier similitud de esta historia con algo que suene conocido por estos lados hoy en día, no es coincidencia. Evidencias hay. No queda más que esperar que nuestros protagonistas entiendan. Y ojalá entiendan antes de que provoquemos nuestra propia crisis.

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