El flamante presidente de la Comisión Asesora Presidencial de Productividad nominada por Michelle Bachelet, dice que el sector privado también está muy entusiasmado, aunque entiende que hay cierto escepticismo. El académico de la U. de Chile sostiene que la economía chilena tuvo un avance extraordinario en los últimos 30 años, pero que en los últimos dos se estancó.
Cuando hace un par de semanas, en la Enade, la Presidenta Michelle Bachelet anunció que 2016 será el año de la productividad, así como la correspondiente creación de la Comisión Asesora Presidencial de Productividad, no fueron pocos los que dijeron “otra comisión más” y expresaron escepticismo acerca de la efectividad que esta podría llegar a tener.
Pero su flamante presidente, el economista Joseph Ramos, la defiende a rajatabla y señala que es un paso crucial para sacar a la economía del estancamiento en que está hace dos años.
En una extensa entrevista en ‘La Mesa’ de El Mostrador Mercados, el ex decano de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile se muestra entusiasmado, sostiene que la economía chilena tuvo un avance extraordinario en los últimos 30 años, pero que en los últimos dos se estancó.
Además, asegura que la instancia ayudará a recuperar las confianzas, ya que el sector privado está comprometido a cooperar. “En un momento actual donde ronda un clima, si no pesimista, más bien capa caída, creo que es bueno aunar en un proyecto país”, manifiesta.
Ramos, que llegó de Estados Unidos en 1968 y nunca se fue, cree que es posible crecer a tasas más altas, si es que aprovechamos bien esta ventaja de desarrollo tardío, pero precisa que no es automático hacerlo con inclusión.
Añade que el Gobierno está comprometido de verdad con que la comisión haga una diferencia. Destaca que lo distintivo con otras comisiones, como la Comisión Bravo sobre pensiones o la Comisión Engel de probidad, que tienen un punto final, es que esta de productividad pretende ser permanente. “Porque el tema de la productividad no es un tema de hoy ni de ayer, sino de para siempre. Esta comisión está calcada de la Comisión Australiana. Australia es un país súper desarrollado, pero llevan 17 años en esto, obviamente nosotros somos chiquititos en comparación, pero la idea es que este tema, que desde mi punto de vista es un tema que convoca, sea un ganar-ganar (o win-win)», sostiene.
El académico explica que la productividad “es buena para el consumidor porque quiere precios más bajos y mejor calidad, es bueno para el empleador porque si algo es eficiente tiene menores costos, es bueno para el trabajador porque puede significar mejor calidad del trabajo y mejores salarios. E, incluso, pienso que al ecologista le debe de gustar, porque productividad es hacer más con menos, entonces (está) el ahorro en insumos que se puede hacer, y que se ha hecho, también.”
-Usted conoce la economía chilena bastante bien y sobre todo, pese a que ya es prácticamente chileno, puede tener la visión del outsider. Entonces, si uno le saca el ruido político, ¿dónde está la economía chilena ahora?
-La economía chilena ha tenido un avance extraordinario en los últimos 30 años. Desafortunadamente los últimos 2 años ha desacelerado fuertemente, en buena parte por factores coyunturales, como el caso del precio del cobre que está siendo gravitante por la desaceleración china. Pero Chile tiene una gran ventaja y es que, aunque ha avanzado mucho, todavía está a mitad de camino de un país desarrollado, y qué quiere decir eso, es que todavía hay mucho que Chile puede hacer sobre la base, no de innovar frente al mundo, sino hacer en Chile lo que es innovación, que en general es copiar las mejores prácticas y tecnologías disponibles en el exterior e introducirlas en Chile. Y eso es lo que se hizo en estos últimos 30 años.
Agrega que al inicio no van a “reinventar la rueda”, sino que copiar lo mejor de afuera y adaptarlo.
“A mí me gusta citar y yo a veces digo: lo más sexy en todo el mundo es la investigación y desarrollo, pero los mayores avances que se han logrado en Chile han sido cosas que han copiado. Igual como los chinos, los japoneses, los coreanos es su momento. Qué copió Chile: el riego a goteo transformó la agricultura chilena, lo que fue un invento israelí, pero se introdujo a tiempo en Chile. La acuicultura no es un invento chileno, pero se creó toda una industria, que más allá de los problemas, es una industria que antes no existía en nuestro país. Tarjeta de crédito no es un invento del ex Presidente Piñera, él tuvo el ingenio de darse cuenta de que Chile estaba maduro, lo introduce a Chile y transforma buena parte del sistema financiero”, argumenta.
Y ahonda, señalando que “en la etapa de desarrollo en que está Chile, la ventaja que tenemos y que es la misma de todos los países que vienen de atrás, es que pueden copiar inteligentemente y adaptar esas mejores técnicas o prácticas al país. Y por eso es que soy optimista respecto a lo que se puede hacer, o sea, el milagro chileno se basó esencialmente en eso. Buenas políticas, sin duda, pero por sobre todo porque por primera vez en nuestra historia empezamos a copiar de forma inteligente. Y felizmente todavía queda mucho”, afirma.
Ramos dice que no está de acuerdo con los que dicen que apostar al crecimiento y la igualdad al mismo tiempo es incompatible.
“Igual como creo que es posible crecer a tasas más altas, si es que aprovechamos bien esta ventaja de desarrollo tardío, también creo que es posible, aunque no automático, hacerlo con inclusión. Hay países que lo han logrado. Yo tengo una hija que vive en Suecia, que tiene un sistema muy igualitario o con muy poca desigualdad y un sistema altísimamente productivo. Creo que el error chileno, a veces, ha sido tratar de imitar una de las patas y no las dos. Yo creo que se tiene que ir en equilibrio. Si uno solo copia la pata igualdad, arriesga lo que Aníbal Pinto en Chile, un caso de desarrollo frustrado escribió: que eso en el fondo lleva a un estancamiento económico. Así como, si uno copia solo la pata de crecimiento, bueno, la gran masa de la población no se beneficia y no es un desarrollo como uno quisiera”.
-Suena a sentido común, que es un sentido que para mí no es tan común.
-Yo creo que mantener ese equilibrio es un arte, obviamente, y creo que es importante que uno quiera hacer las dos cosas. Y creo que hay políticas concretas que apuntan en ambas direcciones.
-¿Una por ejemplo?
-El más obvio de todos, la educación de calidad. 93% de nuestros jóvenes van o a colegios municipales o a colegios subvencionados, la gran mayoría de las cuales son extremadamente deficientes. Estamos desperdiciando el talento de nuestros jóvenes; y si ellos tuvieran mejor calidad de educación obviamente las desigualdades que actualmente existen, entre los que reciben educación de calidad en colegios particulares y el 93%, se reduciría. Entonces esa es una política clara que es buena tanto para la productividad como para la igualdad, pero no la única.
Competencia. Un sistema poco competitivo. La colusión permite que una empresa pueda echarse para atrás un poco en cuanto a mejoras de calidad y reducción del costo porque no tiene una presión competitiva. Y, a su vez, la empresa que tiene poderes monopólicos obviamente tiene una renta muy superior a los demás. Entonces si uno logra hacer el sistema más competitivo, una política pro competencia obliga a la productividad y reduce la desigualdad.
El tercer ejemplo que me gusta mucho es que es cierto que el primero que introduce una tecnología gana un premio, porque es el único, vende al precio antiguo pero con costos mucho más baratos por su nueva tecnología. Entonces, políticas que aceleren la difusión tecnológica de las empresas de punta al resto, léase, la pequeña y mediana empresa en Chile, cuyos niveles de productividad están muy por debajo de sus símiles en los países desarrollados. Si uno redujera esa brecha ayudaría mucho a la productividad del país y además reduciría la desigualdad.
Entonces hay tres políticas sumamente importantes: difusión tecnológica, competencia y educación, donde felizmente no se contrapone lo que es bueno para la productividad con la desigualdad.
-Pero, como dicen, los detalles están en letra chica. Como hemos visto estos últimos dos años, llegar a un acuerdo de cómo la definimos y cómo se hace ha sido uno de los factores que tienen esta sensación de desconfianza que se ha generado.
-No quiero abusar, pero la gratuidad es un ejemplo de una política que va hacia la igualdad, pero no a la mejora de la productividad. Esencialmente es a la igualdad. En cambio, la mejora a la calidad de este 93% que hablábamos antes no solo reduciría las brechas de desigualdad, sino que mejora la productividad. Yo privilegiaría políticas que sean buenas para ambas.
Ramos cree que el problema de la baja productividad en Chile no es solo del trabajador sino de todo el sistema. Hace hincapié en que parte importante de la baja productividad de muchos países versus los más desarrollados es que “el trabajador no trabaja con las herramientas adecuadas”.
Agrega que “hay muchos aspectos que inciden aquí: los equipos, la organización de la productividad y obviamente la capacidad, el talento y las competencias laborales. Más allá de la educación, en Chile hay un analfabetismo funcional de la fuerza de trabajo grandísima. Tal vez 1/3 de los trabajadores son analfabetos en cuanto a las cuatro operaciones de lectura de instrucciones sencillas. Hay muchos aspectos que inciden en esa baja productividad. Estamos a mitad de camino en productividad, queda mucho por avanzar, pero felizmente podemos copiar mucho”.
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