«Mientras China no logre solucionar sus problemas, seguiremos viendo un escenario de incertidumbre a nivel global, lo que afecta particularmente los premios por riesgo de las economías emergentes. La solución pasa, al menos en parte, por un mayor impulso fiscal, pero hoy en día algo no cuadra por el lado monetario y se necesita algún tipo de ajuste que acerque a China a un equilibrio estable».
Los últimos meses hemos visto una batalla entre las autoridades chinas intentando reparar los desajustes en la economía y los inversionistas que siguen percibiendo un deterioro en esta. Una parte central de las diferencias ha caído en la política cambiaria y la denominada “trinidad imposible”, que indica que un país no puede tener al mismo tiempo un tipo de cambio fijo, flujo libre de capitales y una política monetaria independiente.
China tiene una cuenta de capitales relativamente cerrada y la política monetaria, por su parte, tiene como objetivo la estabilidad de la moneda. En este contexto, las salidas de capital se han convertido en una de las grandes preocupaciones, al reflejar las peores perspectivas para la economía y presionar el yuan a depreciarse. Ante esto, las autoridades han provisto de los dólares demandados usando las reservas internacionales, cuyo stock ha caído US$ 800 mil millones desde su máximo en torno a 4 billones de dólares.
Si bien el colchón de reservas todavía permite hacer frente a fugas de capital adicionales, de continuar podría no ser suficiente ante un ataque especulativo mayor. El dilema de China es que las opciones para solucionar el problema son pocas e incómodas. Una de las más discutidas es una devaluación fuerte y sorpresiva con el objetivo de generar un overshooting que cambie las expectativas con respecto a la moneda. Pero probablemente una de sus mayores dificultades es que podría deteriorar drásticamente la situación de muchas empresas que tengan un fuerte descalce de moneda, con activos en yuanes y deudas en dólares.
Además, la devaluación debe ser en términos multilaterales, ya que si las monedas de los socios comerciales se deprecian más que el yuan, entonces el efecto final es acotado. Esto se hace más difícil si, tal como ocurrió en 2015, pequeños movimientos generen un brusco aumento en la volatilidad y depreciaciones generalizadas en las monedas.
Otra opción de estímulo es la política fiscal, tradicionalmente usada por el gobierno chino en momentos complicados, que es una fuente de municiones que permanece disponible. La típica crítica a esta alternativa es que tradicionalmente ha venido a través de la inversión pública con bajo retorno. Sin embargo, no debiera ser difícil canalizar el estímulo hacia el gasto directo en bienes y servicios por parte del gobierno o medidas que impulsen el gasto privado, probablemente a través de la banca.
Un estímulo fiscal que estabilice las expectativas tendría el efecto adicional de equilibrar el cuadro monetario y disminuir las salidas de capital. Aunque esto es más fácil dicho que hecho, en caso de ser exitoso permitiría evitar el efecto disruptivo de una devaluación de gran magnitud.
Mientras China no logre solucionar sus problemas, seguiremos viendo un escenario de incertidumbre a nivel global, lo que afecta particularmente los premios por riesgo de las economías emergentes. La solución pasa, al menos en parte, por un mayor impulso fiscal, pero hoy en día algo no cuadra por el lado monetario y se necesita algún tipo de ajuste que acerque a China a un equilibrio estable. Hasta que lo encuentre, la salida de recursos de la economía amenaza con deteriorar aún más el panorama, y para esto no hay escudo de reservas que aguante.
Jorge Cariola
Economista grupo Security