«Esto además representa una señal importante para el sector privado, que ha liderado la desaceleración, aumentando fuertemente su tasa de ahorro en línea con el mayor déficit fiscal. Al final del día, la reactivación económica depende del gasto total combinado de los distintos sectores. Es precisamente ahí donde señales de responsabilidad y de un compromiso con la institucionalidad, plasmadas en un crecimiento acotado del gasto, pueden terminar siendo más expansivas que la alternativa de aumentar mucho más el déficit».
Con la presentación de los primeros detalles del presupuesto para 2017, los comentarios han mostrado consenso en la buena noticia de una menor expansión fiscal respecto a la de los últimos periodos. El déficit fiscal efectivo superaría el 3% este año tras ubicarse en 2,2% en 2015, lo que da muestra de la lenta recuperación de las finanzas públicas en el periodo postcrisis y que representa una trayectoria que debe romperse en los años venideros. Esto hace de la propuesta de un aumento de 2,7% real en el gasto un buen comienzo.
Pero más allá de un horizonte de un año, donde es difícil romper algunos patrones de inercia asociados a promesas previas (financiamiento de la gratuidad, por ejemplo), el foco de la sostenibilidad de la política fiscal debe estar puesto en el mediano plazo. Aunque la definición de “sostenible” está abierta a interpretación, al final se refiere a que a lo largo del tiempo el balance fiscal primario (ingresos menos gastos del gobierno) debe ser suficiente para pagar los intereses de la deuda. Como las tasas de interés son determinadas en el mercado, para que la deuda como porcentaje del PIB caiga se debe mejorar el balance primario o la tasa de crecimiento; no hay muchas más recetas para mantener la sostenibilidad fiscal.
Sabiendo que los gobiernos están tentados a gastar más de lo que previamente prometieron, en 2001 Chile estableció una regla fiscal donde había un compromiso explícito de mantener un superávit fiscal estructural del 1%. La idea de la regla es que se ahorre durante periodos de bonanza económica para luego poder gastar más en épocas difíciles. Esto puso a Chile a la vanguardia en términos de institucionalidad fiscal y permitió que en 2008 y 2009 el gasto fiscal creciera sobre 10% en promedio, virtud del ahorro que se había logrado previamente.
Sin embargo, habiendo pasado lo peor de la crisis y llegado el momento de volver a ahorrar (el verdadero desafío), surgieron los primeros indicios de tentación. Vinieron cambios en el objetivo, bajando a un balance estructural de 0,5% en 2008 y a cero el año siguiente. A eso ha seguido que la convergencia hacia el objetivo ha demorado ya seis años a un ritmo lento, lo que ha llevado a que, en el escenario actual, el próximo gobierno heredaría un déficit de casi 1 punto porcentual en el balance estructural.
Si bien los cambios han sido pequeños, en el agregado han levantado las alertas sobre la sostenibilidad de la posición fiscal, lo que se refleja en el anuncio de la agencia Standard & Poor’s sobre un posible recorte en la clasificación de riesgo soberana chilena. La principal consecuencia de esto sería un aumento en el costo de financiamiento del gobierno, lo que de manera casi inevitable permearía al sector privado.
El menor crecimiento del gasto público es una buena noticia en sí misma para una economía que ha tenido un desempeño mediocre en los últimos años. Típicamente el impacto del gasto fiscal en el crecimiento (el multiplicador fiscal) es bajo en economías pequeñas, abiertas y con tipos de cambio flexible (tal como enfatizó el ministro Valdés en una entrevista reciente). A esto se debe agregar que economías sin restricciones de acceso a los mercados internacionales también tienen multiplicadores bajos.
Pero esto además representa una señal importante para el sector privado, que ha liderado la desaceleración, aumentando fuertemente su tasa de ahorro en línea con el mayor déficit fiscal. Al final del día, la reactivación económica depende del gasto total combinado de los distintos sectores. Es precisamente ahí donde señales de responsabilidad y de un compromiso con la institucionalidad, plasmadas en un crecimiento acotado del gasto, pueden terminar siendo más expansivas que la alternativa de aumentar mucho más el déficit. Menor expansión fiscal, combinada con el mayor impulso externo permitirá a las empresas aprovechar las condiciones globales más favorables, apoyando así una recuperación cíclica de la economía chilena.
Jorge Cariola
Economista
Departamento de Estudios de Inversiones Security