«Más allá de la parte técnica, lo importante es reconocer que, una vez más, el diablo está en los detalles. Esto hace difícil sacar conclusiones sobre la reacción de las bolsas y monedas en estos días. Habrá que esperar a ver si el candidato Trump, que prometió expulsar del país a gente sobre la base de su religión y origen y que se jactó de no haber pagado impuestos por años, es el que representa el futuro presidente; o, por el contrario, es el presidente electo, con algunos matices sobre sus posiciones y rivales, el que manda».
Trump ganó, tomando por sorpresa a la gran mayoría. Ahora, más importante que buscar explicaciones o echarles la culpa a las encuestas, es entender qué pasará bajo su mandato.
Durante la campaña el discurso del ahora presidente electo fue incendiario, arrasando con el que se pusiera al frente. Tras la victoria, ha relativizado posiciones que antes parecían absolutas, como un muro a lo largo de toda la frontera con México o la eliminación total del programa de apoyo público a la salud. No ha sido tan así con sus acciones, con nombramientos de personas alineadas con su retórica de campaña en puestos clave.
Tan sorpresiva como el resultado de la elección fue la reacción de algunos precios de mercado, particularmente el alza que ha tenido la bolsa en EE.UU. a expensas de casi todo lo demás. Aunque las bolsas muchas veces anticipan correctamente los eventos, otras muchas se equivocan; de ahí que Paul Samuelson en los 60 haya mencionado que “la bolsa ha predicho nueve de las últimas cinco recesiones”. Se necesita que lo que viene después valide esas expectativas, y para eso debemos esperar que Trump sea presidente, que proponga medidas y que estas sean aprobadas e implementadas.
Por eso a tan poco tiempo de la elección se hace difícil responder la pregunta sobre si lo que hemos visto representa un cambio en los fundamentos o sobrerreacción, ya que aún existe bastante incertidumbre sobre lo que efectivamente será la política económica del nuevo gobierno.
Por ejemplo, hay un relativo consenso en que lo fiscal tendría mayor protagonismo, particularmente ligado a la infraestructura. A primeras, este es un programa que estimula la economía y la inflación, que aumenta la deuda pública y que incluso puede apoyar el producto potencial, por ejemplo, mejorando la infraestructura vial y portuaria que reduzca los costos de transporte.
Pero en una segunda vuelta surgen los “pero”. El gasto fiscal es particularmente potente en economías donde las tasas están en cero, como es el caso hoy de Japón y la Eurozona. En estos casos el aumento de demanda gracias a la política fiscal no empuja las tasas al alza y el impacto del mayor gasto público (el multiplicador fiscal) puede ser especialmente alto.
Pero en un mundo “normal”, donde las tasas no están ancladas en cero, al subir estas, el sector privado sufre un deterioro en sus condiciones financieras, llevando a una contracción en la demanda privada y compensando, al menos parcialmente, el estímulo fiscal. Este último parece ser más cercano al caso de EE.UU., por lo que aunque un programa de un millón de millones de dólares suene poderoso, falta mucho para que se valide su efecto sobre el crecimiento y la inflación.
Otra de las propuestas que tiene alta probabilidad de ser aprobada es una reducción de impuestos para estimular la economía. Por el lado corporativo, se propone reducir la tasa de 35% a 15%, lo que suena muy fuerte hasta que uno se entera que la tasa efectiva promedio pagada por las empresas es de 20%. Por el lado de impuestos personales, la propuesta favorecería principalmente a los segmentos de mayores ingresos, lo que incluso dejando a un lado consideraciones relacionadas con la desigualdad, no necesariamente tendría el impacto esperado en términos de crecimiento, debido a que son los hogares más pobres los que tienden a gastar proporcionalmente más del mayor ingreso disponible.
Más allá de la parte técnica, lo importante es reconocer que, una vez más, el diablo está en los detalles. Esto hace difícil sacar conclusiones sobre la reacción de las bolsas y monedas en estos días. Habrá que esperar a ver si el candidato Trump, que prometió expulsar del país a gente sobre la base de su religión y origen y que se jactó de no haber pagado impuestos por años, es el que representa el futuro presidente; o, por el contrario, es el presidente electo, con algunos matices sobre sus posiciones y rivales, el que manda. Esto se reflejará en el tipo de políticas que guíen a EE.UU. y al resto del mundo y, por lo tanto, tendrá consecuencias sobre el desempeño de los activos y la economía global.
Jorge Cariola
Economista
Grupo Security