El problema con las políticas por el lado de la oferta es que habitualmente se asocian simplemente con bajar impuestos como una forma de estimular la inversión. Basta recordar lo que fue el resultado de esta estrategia en Estados Unidos bajo la presidencia de Ronald Reagan. Más interesante puede ser mirar la estrategia de algunos países asiáticos, que han tenido mejores resultados con políticas de oferta de otra índole.
La economía mundial pareciera comenzar a salir gradualmente del periodo de bajo crecimiento posterior a la crisis de 2008-2009. Sin embargo, las historias son muy diferentes según el país y la región y, además, todo parece apuntar a que los niveles de crecimiento observados antes de la crisis no volverán, al menos en el horizonte previsible, lo que supone un desafío a las estrategias de política económica.
De acuerdo al Panorama Económico Mundial de abril 2017 del FMI, en el quinquenio previo al año 2008 la economía mundial creció a un promedio anual de 4,8%, el promedio más alto reportado para un quinquenio en la base de datos del FMI que se remonta a 1980. Probablemente, este es uno de los periodos de crecimiento económico más notables de la historia mundial, impulsado en buena medida por el empuje de China, que entre otros efectos determinó lo que se ha llamado el súper ciclo del precio de las materias primas. Pero luego, entre 2010 y 2014, la economía mundial creció a 4% anual –a pesar de las políticas de estímulo para salir de la recesión–, en el bienio 2015-2016 parece haber tocado fondo, creciendo 3,2% anual, y se proyecta un promedio de crecimiento anual de 3,6% para el quinquenio 2017-2021.
Este gradual repunte en el crecimiento encuentra a los países y regiones en una situación bastante heterogénea. Por un lado, el mundo más desarrollado parece normalizar su crecimiento, y el FMI pronostica una expansión promedio anual de 1,8% hasta 2021. No obstante, hay importantes contrastes, con Estados Unidos creciendo más que Europa y Japón. Por otro lado, el desacople en el mundo emergente es notable, particularmente entre Latinoamérica y China, que de acuerdo al FMI crecerán 2,2% y 6,1%, respectivamente, en el mismo periodo de referencia.
Hay factores estructurales que explican las diferencias de crecimiento en el mundo desarrollado y emergente, pero no deja de ser notable el contraste entre China y Latinoamérica, ya que el primero casi triplica el pronóstico de crecimiento, prácticamente con el mismo nivel de PIB per cápita ajustado por paridad de poder adquisitivo.
En cuanto a las políticas económicas, también se observa mucha heterogeneidad, que tiene que ver principalmente con la situación cíclica de las economías, pero también con factores estructurales o de largo plazo.
Donde es más patente esta influencia de los factores estructurales es en China, ya que las políticas para moderar la expansión del crédito se adelantan junto con el esfuerzo por cambiar la orientación del aparato productivo más hacia el consumo interno y los servicios, que hacia la inversión, el sector externo y la industria manufacturera.
Lo anterior, y el hecho de que China es el principal comprador de materias primas, explica el fin del súper ciclo y los límites a las políticas contracíclicas en varios países latinoamericanos: la baja de los ingresos fiscales provenientes de sectores productores de materias primas ha ampliado la brecha fiscal, y el efecto en el tipo de cambio del deterioro de las balanzas de pagos pone límites a la política monetaria.
En el mundo desarrollado, antes de que termine el año, la Fed continuará retirando el estímulo monetario en EE.UU. En cambio, en Europa, el crecimiento y la inflación se mantienen bajo los niveles de tendencia o de largo plazo, y esto también tiene que ver con factores estructurales y no solo cíclicos. Más allá de las diferencias, luego de casi una década de políticas monetarias expansivas, comienzan a surgir dudas acerca de la eficacia de esta estrategia, ya que es difícil explicar una desaceleración tan prolongada solo por factores cíclicos.
Uno que ha advertido acerca de los riesgos de mantener el estímulo monetario es Allan Greenspan, presidente de la Fed entre 1987 y 2006, señalando que se puede repetir la situación de estanflación de comienzos de los años ochenta, cuando la Fed tuvo que subir la tasa de referencia hasta 20% en 1981. Pero si las políticas de estímulo a la demanda están agotadas en las principales economías y en algunas economías emergentes, habrá que pensar en políticas de oferta.
El problema con las políticas por el lado de la oferta es que habitualmente se asocian simplemente con bajar impuestos como una forma de estimular la inversión. Basta recordar lo que fue el resultado de esta estrategia en Estados Unidos bajo la presidencia de Ronald Reagan. Más interesante puede ser mirar la estrategia de algunos países asiáticos, que han tenido mejores resultados con políticas de oferta de otra índole. Con todo, el desafío del presente parece más complejo, ya que estas políticas se deben implementar en sociedades abiertas, donde se debe encontrar el equilibrio entre incentivos al ahorro, el emprendimiento y la innovación con la satisfacción de derechos de una población más empoderada.
Alejandro Puente
Economista
Docente Facultad de Economía y Negocios UST