El capitalismo desarrollado enfrenta una encrucijada compleja en un momento en que los indicadores de crecimiento le son favorables. Pareciera que el capitalismo atraviesa un mutación profunda, que se expresa en una creciente inseguridad en sus certidumbres o en sus modelos de previsión, que inspiran buena parte del conservadurismo económico.
Actualmente los bancos centrales de Estados Unidos, Europa (zona euro) y Japón están enfrentando un problema de suyo complejo e inesperado y que consiste en hacer frente a una persistente baja inflación, medida esta última por el índice de precios al consumidor. En verdad, observando en una serie larga del FMI, entre 1980 y 1990, el índice de precios al consumidor progresaba a un ritmo promedio anual de 16,6% en el mundo y de 6,4% en las economías desarrolladas. Entre 1990 y 2007, dicho índice aumentaba respectivamente 12,9% y 2,5% promedio anual. Entre 2007 y 2016, ella se redujo a 3,8% y 1,5%.
Después de la crisis financiera del 2007, los bancos centrales señalados hicieron una política monetaria muy activa para restablecer el nivel de actividad económica y enfrentar la crisis financiera que amenazaba fuertemente el sistema bancario. Entonces, ¿cuál es el problema? Se trata de que economías como las de Estados Unidos, Alemania, Reino Unido y Japón registran actualmente tasas muy bajas de desempleo (4,2%, 5,4%, 4.3%, 2.8%, respectivamente) y la inflación debería ser mucho más alta de las que registran.
Tradicionalmente, cuando estas economías registraban un bajo desempleo, ello implicaba presiones por una evolución de aumentos de salarios, dada la escasez relativa de fuerza de trabajo, generando con ello presiones inflacionarias; al no suceder ello, la política monetaria y los bancos centrales quedan a ciegas en el camino, pues sus metas de inflación aparecen por arriba de la inflación efectiva. Entonces, ¿como hacer converger la inflación efectiva hacia la meta que se propone el Banco Central? ¿Qué está pasando con el capitalismo desarrollado después de la crisis del 2008?
Las explicaciones no se han dejado esperar, una parte de ellas tienen que ver con el actual funcionamiento del mercado del trabajo en los países desarrollados, pues, si los salarios no aumentan a pesar del bajo desempleo que registran, ello se debe a que una parte de los trabajadores sin empleo, y desalentados de buscar empleo, abandonan el mercado de trabajo o, bien, que el trabajo ofrecido está marcado por la precariedad en los salarios, sobre todo cuando ello se genera en el sector servicio donde predomina el empleo en servicios personales que son menos calificados y donde además la tasa de sindicalización es más débil.
Las actuales características de la globalización también entran en las causales explicativas, pues la amenaza de deslocalización de empresas hacia países con más bajos salarios juega también un papel inhibitorio sobre el aumento de salario en los países desarrollados, al decir de algunos economistas “la globalización modera los salarios y los precios”; en Japón la fuerza de trabajo que se jubila es reemplazada a salarios inferiores, debido a la fuerte competencia global en algunas industrias, como la automotriz. Por otra parte, la globalización ha traído consigo plataforma de venta en línea como Amazon y otras que presionan los precios a la baja, de tal suerte que empresas que compiten en esos mercados están dispuestas a castigar márgenes de ganancias antes que abandonar su participación en los mercados manteniendo o subiendo precios.
Hasta aquí tenemos explicaciones puntuales a un fenómeno económico inesperado, pero no tenemos aún un cuerpo teórico más complejo que explique el eventual colapso de la conocida curva de Phillips, que explicaba la relación entre salarios y desempleo. No es primera vez que ello ocurre con esta relación empíricamente establecida, pues a comienzos de los años setenta, cuando aparece el fenómeno de la stagflacion, es decir, inflación junto con elevado desempleo, ella dejó también de explicar la realidad.
Sin embargo, existen otras explicaciones también puntuales, pero que no tienen que ver con los avatares del mercado del trabajo sino más bien con el ciclo de las finanzas. En efecto, la política monetaria, cuando baja la tasa de interés o compra títulos financieros para introducir mayor liquidez en la economía, si bien al parecer no arrastra una inflación, sí aumenta el precio de los activos financieros. En particular, se sabe que cuanto menor es la tasa de interés, más alto es el precio de los bonos con que se financian las empresas. A propósito de ello, Robert Shiller (Nobel de Economía) afirmaba recientemente que “nunca antes el precio de los activos financieros americanos habían estado tan altos, poco que ver con el nivel de actividad económica y mucho que ver al hecho de que la tasa de interés sea muy baja”.
En el caso de Estados Unidos, bordeando el pleno empleo, la inflación se mantiene obstinadamente baja con una meta del 2% fijada por su Banco Central. El problema que plantean muchos analistas es que, al subir la tasa de interés en esta situación, se corre el riesgo de un crash financiero, y mantener una débil tasa de interés es seguir alimentando la secuela de burbujas financieras. Es decir, el peor de los mundos. Sin olvidar que cuando estallan las burbujas financieras desatan recesión y los primeros en perder sus empleos son los asalariados de los sectores frágiles. Según el economista francés E. Cohen, “separase en un sentido o en otro puede desatar una catástrofe”. En Europa la situación no es más tranquila, pues la consideración de la evolución del tipo de cambio agrega una complicación adicional, ya que allí un aumento de la tasa de interés podría llevar a una importante apreciación del euro respecto al dólar, con un ajuste a la baja de las exportaciones y del nivel de empleo o actividad.
Cierto es que el capitalismo desarrollado enfrenta una encrucijada compleja en un momento en que los indicadores de crecimiento le son favorables. Pareciera que el capitalismo atraviesa un mutación profunda, que se expresa en una creciente inseguridad en sus certidumbres o en sus modelos de previsión, que inspiran buena parte del conservadurismo económico.
No podríamos concluir esta breve reflexión sin mencionar que actualmente la economía chilena, que no pertenece al mundo desarrollado, presenta algunas semejanzas con lo recientemente discutido, es decir, una inflación efectiva por debajo de la meta de inflación que se propone su Banco Central. Sin embargo, aparte de las diferencias estructurales con una economía desarrollada, en la economía chilena no se registra pleno empleo y su política monetaria, aceradamente conservadora, no muestra los logros favorables al crecimiento como sí pueden hacerlo las economías desarrolladas después de la crisis financiera del 2007-2008.
Alexis Guardia B.