A diferencia de otros cercanos al Presidente Piñera –como el ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno, que ha visto mermada su influencia durante los primeros meses de Gobierno–, Larraín se ha instalado con autonomía de La Moneda, pero con su venia, en condiciones en que las autoridades centrales han debido debatir sobre el comportamiento comunicacional de otros ministros, como el de Salud, Emilio Santelices, y el de Educación, Gerardo Varela. La duda es cómo se probará su fortaleza en debates de mayor peso.
“Que precisemos el lenguaje”, que “yo no cito a comer a mi casa, sino que yo invito”, en relación con el llamado del senador Jorge Pizarro a estar disponible ante llamados de diferentes comisiones; que muchos de los gastos fiscales “simplemente no estaban anotados” y “parece que no me entendieron bien”, en cuanto a su explicación del déficit fiscal y la comprensión del tema de los parlamentarios de la república. Todas, frases que fueron vertidas ayer por el ministro de Hacienda Felipe Larraín, en la Comisión Mixta de Presupuesto, que funcionó en el ex Congreso y en que a su lado se sentaron los ex secretarios de Estado Rodrigo Valdés y Nicolás Eyzaguirre. Esto, pese que a la semana pasada fueron varios los recados que se mandaron por la prensa, algunos en tono más punzante que otro.
Aunque la exposición de ayer fue un debate entre caballeros, Larraín sabe cómo moverse, qué teclas tocar para, sin faltar a la cortesía, poner el foco en la disputa que ha ocupado su agenda desde que se instaló en el Gobierno: en qué estado recibió las finanzas públicas de manos de la anterior administración. En esa línea Larraín, sin duda y mirando al resto del gabinete, ha sido uno de los secretarios de Estado más activos en su estrategia para adueñarse del cargo en este segundo mandato.
En cada pauta, seminario y actividad pública hace un “repaso” de lo que –a su juicio– fue falta de eficiencia en algunos casos del Gobierno anterior: primero, criticó el ajuste en las cifras del déficit estructural, lo que dijo era un error que le iba a costar a Chile, pues recibían un país con las finanzas más deterioradas. Luego encaró a Rodrigo Valdés y le dijo, delante de cientos de empresarios en un seminario, entre sonrisas, que su esfuerzo en la cartera no había sido suficiente, que no le echaran la culpa de la crisis local a la situación externa. Y tras ello, y en un ambiente más bien cercano a otro mundo, el de la prensa, en La Ruca comunicó que el Gobierno anterior, además, había dejado una serie de proyectos, presiones presupuestarias y partidas sin financiamiento. En total, 5.600 millones de dólares para ser exactos.
Una semana después señaló haber encontrado la solución: 4.600 millones de dólares serían ahorrados del gasto público, principalmente de gastos de libre disposición.
Como un superhéroe, el viernes pasado comunicó el camino de solución y ayer en el Congreso repitió que “este es un ejercicio de transparencia y realismo del cual nos vamos a ocupar”, no sin antes precisarle al presidente de la comisión, el senador Juan Pablo Larraín, que le entendieran bien, que nunca quiso decir que no tenía plata, que le faltaban los más de 5 mil millones de dólares, “siempre se pueden financiar”. Se trata de sincerar, enfatizó. Que la ciudadanía entienda, añadió luego, en el punto de prensa.
[cita tipo=»destaque»]Observadores del desempeño del ministro cercanos a Hacienda consideran que la estrategia de Larraín no es casual. Por una parte, centra del debate en los temas en los que hoy sí tiene la batuta y no en aquellos dentro de la esfera de lo probable, como la rebaja de impuestos, y que aún no han sido definidos por Piñera. “Además una lectura muy buena de ello es la reacción que generó hoy en el ministro Eyzaguirre. Él manifestó que lo relevante es que los jefes de servicio, o incluso en la Contraloría, se pueda mantener a raya a quienes se excedan de sus presupuestos. Podemos pensar que este llamado no es solo a nivel externo, sino que Larraín le está diciendo al mismo aparato público: no se excedan porque estoy encima”, manifiesta una fuente.[/cita]
La semana pasada, el ministro comentó a CNN que en este escenario “la verdad a veces es molesta”, respecto a la reacción de las anteriores autoridades, que lo acusaron de sacar mal los cálculos y de generar una alarma innecesaria.
Larraín deja el Congreso, como siempre, en buena lid. Es raro verlo variar su tono de voz incluso en situaciones incómodas y siempre se da tiempo de usar en sus discursos alguna anécdota o broma, como el caso del recambio de los autos fiscales en relación con el ahorro o de qué haríamos si, cuando lleguen los delegados de Apec, no hay donde alojarlos, en cuanto al déficit. «Que tengan un excelente lunes», es su deseo para la prensa que lo espera de forma masiva a la salida de cada una de sus pautas. Para él, al menos, parece haber sido un buen mes.
Larraín deslizó, el viernes pasado, que el plan de ahorro fiscal que prometió cuenta con un primer y principal aliado: el Presidente de la República Sebastián Piñera, que hasta ahora, y pese a las polémicas con sus antecesores, no ha tenido la necesidad de salir a blindarlo. El mismo ministro parece pensar por adelantado y se pone muchas veces el parche antes de la herida: “Me cae bien el ex ministro Eyzaguirre”, manifestó cuando anunció las nuevas medidas de austeridad, coloquialmente ‘bajándole la pluma’ a Eyzaguirre, que reaccionó bien al emplazamiento y basó su respuesta ayer en el Congreso, primero, en aclarar varias cifras y, luego, en decir que había que hacer “un esfuerzo conjunto” por ayudar a disminuir la presión en las partidas más complejas, como la de gasto de salud.
Eyzaguirre se mantuvo en un round de caballeros con Larraín y se centró en debatir acerca de la presentación de la Dirección de Presupuestos. Así, otra vez, el jefe de las arcas fiscales no logra ser trasquilado, incluso cuando su propio discurso es provocador.
Con Rodrigo Valdés la tensión ha sido más evidente. El ex ministro detalló en una minuta de cuatro carillas que los cálculos del equipo de Larraín están sacados de una forma metodológicamente cuestionable y ha insistido en que el Gobierno debe presentar su regla fiscal –algo para lo que aún no se cumple el plazo de 90 días–. Valdés ha evitado hacer cualquier comentario fuera de las instancias formales y Larraín, a diferencia se su cercanía reconocida con Eyzaguirre, tampoco ha hecho sobre él comentarios de buena crianza.
Las encuestas le han dado piso al actual secretario de Estado. Tras conocerse los últimos resultados de la Cadem, Felipe Larraín está del lado de los que celebran. Se sitúa entre los políticos y ministros de mayor conocimiento y aprobación. Cuarto, tras Joaquín Lavín, Cecilia Pérez y Alberto Espina e incluso superando en la relación aprobación-conocimiento a Andrés Chadwick –en medio de su problema político por el nepotismo–, Gabriel Boric y a Giorgio Jackson.
A diferencia de otros cercanos al presidente Piñera –como el ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno, que ha visto mermada su influencia los primeros meses de Gobierno–, Larraín se ha instalado con autonomía de La Moneda, pero con su venia, en condiciones en que las autoridades centrales han debido debatir sobre el comportamiento comunicacional de otros ministros, como el de Salud, Emilio Santelices, y el de Educación, Gerardo Varela.
Larraín está muy bien evaluado en Palacio en cuanto al manejo de su agenda, pues además, hasta ahora, supo moderar un discurso que no tiene tanta claridad al interior de La Moneda: cómo plantearían una eventual baja de impuestos. Si bien en las primeras semanas de instalación el jefe de la billetera fiscal dijo que no había que demonizar un ajuste, con los días ese discurso salió de sus cuñas y se centró en el déficit.
Fuentes políticas agregan que hoy la rebaja en impuestos tiene el cartel de “en evaluación, todo está en evaluación» y, si bien no se descarta, no es una urgencia en la agenda. Quienes no convergen con el estilo de Larraín aducen que es una pelea que no está del todo claro que pueda dar. “Para una eventual rebaja de impuestos tendría que negociar los votos y eso parece difícil”, apunta una fuente. Tomando en consideración, añade el mismo observador, que Larraín también cultiva un estilo ácido como ayer en la Comisión, cuando le dijo al senador Pizarro –quien manifestó que aún pueden citarlo a nuevas sesiones– que él no «cita» a su casa a comer, que él invita y que, en todo caso, siempre ha estado disponible para invitaciones.
“Felipe es muy hábil. Siempre está pensando en lo que viene, pero políticamente es a veces más incorrecto y no sabe que en la arena de la negociación de votos después todo se cobra”, dicen desde el sector político. Así, a ojos de la oposición, reunir los votos para una eventual baja de impuestos es algo que se ve bastante incierto y con lo que no hay certeza de que el Gobierno se quiera involucrar.
Como buen patrón de fundo o, en este caso, de Hacienda, dentro de su estilo, el ministro Larraín puso ayer algunos puntos sobre la íes, dejando claro que es él el que ronca en la organización de las políticas fiscales. Esto, en torno al debate que los miembros del Consejo Asesor Fiscal han tenido en relación con el debate precisamente de este déficit, y que algunos de sus integrantes, como la economista Andrea Repetto, respalden a las ex autoridades gubernamentales, señalando que no es correcto bautizar como gastos a las presiones presupuestarias.
“Nos parece razonable (las críticas), pero no es un tema sobre el cual tengan mandato u opinión”, les cantó clarito a sus integrantes. “Es una opinión personal muy válida”, agregó, haciendo ver que la postura de informarle al consejo es lo que corresponde, casi como cortesía y nunca como obligación.
Observadores del desempeño del ministro, cercanos a Hacienda, agregan que consideran que la estrategia de Larraín no es casual. Por una parte, centra el debate en los temas en los que hoy sí tiene la batuta y no en aquellos dentro de la esfera de lo probable, como la rebaja de impuestos, y que aún no han sido definidos por Piñera. “Además una lectura muy buena de ello es la reacción que generó hoy en el ministro Eyzaguirre. Él manifestó que lo relevante es que los jefes de servicio, o incluso la Contraloría, pueda mantener a raya a quienes se excedan de sus presupuestos. Podemos pensar que este llamado no es solo a nivel externo, sino que Larraín le está diciendo al mismo aparato público: no se excedan porque estoy encima”, manifiesta una fuente.
Lo cierto es que el secretario de Estado cuenta ahora con una serie de tareas, que probablemente tiene bastante delineadas. Lo primero es probar que el enredo del déficit fiscal no afectará a una de las máximas de su Gobierno, como es recuperar la nota crediticia de Chile, algo que vislumbra hacia el final del mandato del actual Presidente.
Clave será además cómo enfrenta una nueva fase de la Reforma Tributaria, la reforma de la reforma, donde se volverá al debate de la rebaja de impuestos a grandes empresas. Todos los cambios enfrentarán una dura batalla en el Congreso, que, más fraccionado, batallará como oposición en defender el legado reformista del Gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet.