Dejar satisfechos a los maximalistas es una tarea imposible: siempre habrá quien reclame estar más a la derecha o más a la izquierda de cualquier posición, lo que dará pie a su lenguaje odioso.
Insatisfechos con ley de inmigración aprobada por la Cámara de Diputados, sectores de ultraderecha acusan al Gobierno de “estar al servicio del comunismo”. Desde el otro extremo, hay quienes fustigan severamente a la dirigente de RD, Javiera Parada, por criticar al gobierno de Maduro o critican a la diputada Marisela Santibáñez por haber pedido excusas después de sus dichos sobre Jaime Guzmán.
Es el lenguaje del maximalismo que, potenciado por las redes sociales, ha cobrado inusitada fuerza.
Entre sus características más frecuentes figuran la abundancia de epítetos (“traidores”, “agentes al servicio del enemigo”, “infiltrados”, etc.), la denuncia de conspiraciones de todo tipo y el hecho de atacar con más virulencia a sectores que, se supone, están más cercanos a sus posiciones que a sus adversarios políticos, o “enemigos” en su jerga.
El maximalismo supone un riesgo para la democracia, pero más riesgoso es cuando sectores que deberían tender al equilibrio se dejan llevar por posiciones extremas, como sucedió con el rechazo gubernamental al Pacto Migratorio de la ONU.
Dejar satisfechos a los maximalistas es una tarea imposible: siempre habrá quien reclame estar más a la derecha o más a la izquierda de cualquier posición, lo que dará pie a su lenguaje odioso.