Cecilia Cifuentes, Investigadora del Programa Económico Libertad y Desarrollo
En el actual clima de éxito económico y descontento social, se está empezando a poner de moda criticar ahora al sistema privado de pensiones. Ya no es sólo la pelea por la AFP estatal, cada vez son más los nostálgicos del antiguo sistema de pensiones, sobre la base de análisis casuísticos y con nulo rigor académico. Llama la atención la falta de realismo de las críticas, cuando los sistemas de reparto europeos se caen a pedazos y los gobiernos, no sólo de los países en crisis, se ven obligados a cortar beneficios y aumentar edades de jubilación. En esta ocasión las comparaciones con la OCDE brillan por su ausencia, era que no, ya que en el tema de las pensiones el sistema chileno aparece normalmente dentro de los mejor posicionados.
El origen de dichas críticas es que algunos grupos que empiezan a jubilar por el sistema de capitalización se encuentran con tasas de reemplazo bastante bajas ¿Falló el sistema? No, lo que ocurre es que un porcentaje no despreciable de trabajadores tiene una bajísima densidad de cotizaciones, lo que lleva a fondos de jubilación muy reducidos y, por ende, pensiones bajas también ¿Estarían mejor en el antiguo sistema? Estarían peor, por cuanto para tener derecho a pensión era necesario tener un mínimo de quince años de cotizaciones. El punto de fondo no es entonces que el sistema falle, de hecho en términos de rentabilidad, los fondos de pensiones chilenos ocupan los mejores lugares a nivel mundial, el tema es la falta de ahorro previsional de un grupo no menor de trabajadores chilenos, que en general son también los de menores ingresos. Esta falta de ahorro previsional se explica principalmente por problemas de informalidad laboral y desempleo, por lo que se trata de un problema del mercado laboral, no del sistema previsional. Si durante los últimos 20 años el empleo formal hubiera crecido al ritmo que lo ha hecho entre 2010 y 2012, la dimensión del problema sería radicalmente distinta.
De todas formas, existen también errores compartidos entre trabajadores, empleadores y Gobierno, que han tendido a empeorar la situación. En no pocas ocasiones son los mismos trabajadores los que prefieren trabajar sin cotizaciones o con cotizaciones por el mínimo para no perder beneficios sociales y mayor aún es la responsabilidad de los empleadores que aceptan esta verdadera exacción a los ingresos que recibirán los trabajadores en el futuro. En esta negociación laboral “miope” tampoco se ha visto un rol activo de los distintos gobiernos para informar e impedir este tipo de situaciones. No es inusual que los mismos asistentes sociales aconsejen a trabajadores el pedir este trabajo informal, para seguir en categorías de indigencia.
En definitiva, el sistema previsional chileno entrega jubilaciones razonables, con tasas de reemplazo en torno a 70% del ingreso de los últimos diez años de trabajo, pero para las personas que cotizan en forma regular y por el total de sus ingresos. Eso no quita que existan perfeccionamientos pendientes, siendo probablemente el más importante el que los trabajadores cuenten con la información necesaria para tomar buenas decisiones. Además, se debe subir la edad de jubilación de las mujeres y buscar mecanismos para incentivar ahorro voluntario, especialmente para los trabajadores de menores ingresos.
Los nostálgicos del sistema antiguo, tremendamente discriminatorio e injusto, deberían hacer el análisis de la situación en que estaría hoy el sistema desde el punto de vista de finanzas públicas, tomando en consideración la fuerte caída en la tasa de natalidad y el importante aumento que ha tenido la esperanza de vida. Probablemente, hasta los griegos nos podrían sacar pica.