La Encuesta de Expectativas Económicas del Banco Central del mes de febrero pronostica un crecimiento de 3,2% para el primer trimestre del año y de 3,8% para 2014. Este último dato, supone un ajuste a la baja de 0,2 puntos porcentuales respecto al pronóstico que los analistas hicieron en enero, y una baja de medio punto porcentual con relación a lo que pronosticaban en septiembre.
Pero no sólo ha habido recortes en la expectativa de crecimiento de los analistas, también hemos venido observando una reducción en los datos efectivos de crecimiento: en 2012 el crecimiento alcanzó a 5,6%, lo que ya supuso una baja respecto al crecimiento de los dos años previos, y 2013 cerraría con un crecimiento de 4%, pero con crecimientos anualizados por debajo de 3% en los últimos tres meses del año.
¿Son estos datos una sorpresa y habría que hacer algunos ajustes de política? La respuesta corta a esta pregunta es la clásica de los economistas: depende. Una respuesta equivalente, aunque más precisa, es señalar que hay que analizar los factores que están detrás del comportamiento de la actividad y las expectativas; esto debiera por lo menos permitir afirmar si los cambios en las expectativas tienen fundamento y si hay suficiente evidencia para realizar ajustes de política.
Lo primero que hay que señalar es que la desaceleración económica no debería sorprender a nadie. A menos que alguien piense que el producto potencial de Chile crece al 6% y da espacio para un crecimiento efectivo de esta magnitud, o que se puede crecer indefinidamente por arriba del potencial con impulsos a la demanda agregada. Estimo que hay bases para discutir sobre la magnitud del crecimiento potencial de la economía chilena, pero si este es 5% o menos, en ningún caso si es 6%. Sobre la posibilidad de crecer a largo plazo a punta de gasto hay consenso en la ciencia económica: no es posible.
Es cierto que se han adelantado algunas políticas de oferta, pero claramente no del calado requerido para aumentar el potencial de crecimiento, y probablemente ni siquiera para mantenerlo en 5%. También es cierto que parte muy importante del aumento de la demanda agregada ha sido del componente de inversión, y esto se ha reflejado en el relativo buen desempeño de la minería y la construcción, pero no ha sido suficiente para compensar la desaceleración en otros sectores, en particular de la industria manufacturera.
Así que prácticamente todo el mundo esperaba la desaceleración, incluido el Banco Central, y la sorpresa más bien estuvo en que tardó más de lo previsto en llegar. Esto se debió a que, a pesar del cierre en la brecha de capacidad y el fuerte crecimiento de los salarios reales, la inflación se mantuvo muy por debajo de lo anticipado, y es precisamente el aumento de la inflación uno de los canales a través de los cuales se modera la demanda.
El efecto de este retardo en la corrección hacia un menor crecimiento ha sido precisamente un ajuste más brusco. También el hecho de que el componente de la demanda agregada que más creció fue la inversión es lo que explica que sea el componente que más se desacelera, pero esto tampoco debiera ser una sorpresa, ya que es el componente más volátil de la demanda agregada.
Lo anterior quiere decir que no hay de qué preocuparse, y que luego de este ajuste cíclico –que puede tardar un par de años– la economía va a volver a crecer cerca del 5%. No estoy tan seguro de esta afirmación, básicamente por tres razones.
La primera tiene que ver con lo que ha explicado el dinamismo de la inversión. La inversión ha estado centrada en tres sectores: minería del cobre, energía y construcción. En el caso del cobre, hay cierto acuerdo en que el llamado súper ciclo de precios de las materias primas estaría llegando a su fin, y la relación entre precios y costos de producción de cobre también estaría determinando el ciclo de inversiones en este sector. En el caso de los proyectos energéticos va a ser importante que se despejen algunas incertidumbres que justifiquen mayores inversiones, y no necesariamente ligadas a la minería. Finalmente, la inversión en construcción tuvo un impulso en la reconstrucción que en buena medida ya ha quedado atrás, y en la construcción de edificaciones productivas, especialmente oficinas y centros comerciales, hay buenas razones para preguntarse si hay espacio para mantener el ritmo previo.
La segunda razón tiene que ver con lo que ha explicado el crecimiento del consumo. Detrás de éste ha estado el aumento de la masa salarial, por una combinación del aumento del empleo y los salarios. Aquí también hay cierto consenso de que no hay espacio para que se mantenga el crecimiento, ni del empleo ni de los salarios reales al ritmo que traían.
La tercera razón, para dudar de la capacidad de volver a crecer rápidamente en torno a 5%, tiene que ver con la demanda externa. Si bien se estaría recuperando el crecimiento mundial, esta recuperación va a ser relativamente lenta, y más centrada en las economías desarrolladas y no en el principal demandante de nuestras exportaciones: China.
De manera que parece haber buenos fundamentos para los ajustes a la baja en las expectativas de crecimiento. También parece haber espacio para preguntarse cuál es el crecimiento potencial de la economía chilena, especialmente si en la fase expansiva del ciclo y con un impulso fiscal y monetario sin precedentes crecimos en promedio apenas sobre el 5%.
Esta no es cualquier pregunta, ya que de su respuesta depende, entre otras cosas, si tiene sentido bajar la tasa de política para estimular la demanda agregada interna, y si esta reducción va a tener el efecto esperado.