La Comisión de Educación de la Cámara de Diputados acaba de aprobar una indicación que amenaza con penas de cárcel a los sostenedores que lucren. Los sostenedores ahora serán delincuentes.
Lo anterior sería solo una anécdota, si no pasara a mayores. Sin embargo, el ataque al lucro se ha convertido en el hobby del gobierno y de los políticos y, en consecuencia, amenaza con extenderse a todos los sectores económicos.
En cualquier país desarrollado todo este alboroto causaría un escándalo de proporciones. Si el lucro se prohibiera en toda la actividad económica estaríamos en presencia de una verdadera bomba atómica que afectaría gravemente el nivel de vida de las personas, especialmente, y como siempre, de los más pobres. Nadie entendería que la motivación más importante que impulsa a los hombres a trabajar por el progreso se castigue con cárcel. Pero estamos en Chile y aquí no pasa nada.
Si los ex dirigentes estudiantiles y ahora diputados tuvieran éxito, cientos o miles de empresarios educacionales, que en estos momentos educan a más de un millón de jóvenes chilenos, serían encarcelados. Se trata de personas de clase media que fueron llamadas por el Estado a colaborar en esta actividad y que vieron una oportunidad de contribuir con su esfuerzo y dedicación al progreso de Chile.
¿Qué han hecho estas personas para que se les prohíba seguir trabajando de manera legítima? ¿Dónde quedan los derechos de la personas al emprendimiento, a fundar y operar colegios, a no ser discriminados arbitrariamente en los aportes estatales?
El crimen cometido es muy grave: ellos gestionan mejor sus colegios que los manejados por el Estado. Son mejores, tienen más calidad. Peor aún, los padres chilenos los prefieren a los estatales. Para la burocracia estatal de turno es muy difícil aceptar estas verdades.
Hace mucho que la economía zanjó la cuestión respecto de quién debe producir y de cuánto producir. ¿Debe ser una institución sin fines de lucro? La respuesta es un no rotundo. Ni el desinterés, ni la solidaridad, ni la bondad, en caso de que que estas organizaciones tuvieran genuinamente esos intereses, son capaces de indicarnos qué y cuánto debe producir una empresa.
Es la empresa que lucra la que mejores resultados entrega a las personas, tanto en su calidad de consumidores como de empleados. Sí, la que maximiza las utilidades, la que está siendo perseguida en Chile actualmente.
A las personas les interesa que el producto sea producido eficientemente, cuidando los costos de producción, sin derroches, que no se discrimine con los empleados, que se los respete. Este es el resultado que arroja una empresa capitalista en un mercado competitivo. La ciencia económica ha comparado dicho resultado con aquel que sería el óptimo desde el punto de la sociedad y ambos resultados coinciden.
El hombre es un ser muy imperfecto. A veces bueno, a veces malo, en la mayoría de los casos mediocre. Lo que los pensadores liberales buscaban era un sistema que hiciera uso del hombre tal como es, en toda su variedad, que no necesitara del hombre bueno para poder funcionar. El mercado, la propiedad, la democracia, la competencia son algunas de las instituciones que conforman dicho sistema.
En palabras de Smith, en un mercado competitivo las personas que persiguen sus propios y a veces mezquinos intereses son tomados como por una mano invisible y llevados a beneficiar el interés de la sociedad. Lo anterior, a pesar de que no tengan el más mínimo interés de hacerlo. En realidad, lo que Smith quería señalar es que el mercado competitivo, más que potenciar al hombre a dar lo mejor de sí, lo que hace es impedir que la gente mala pueda hacer todo el daño que podría hacer con su maldad.
Es simple, la empresa que busca el lucro requiere vender y eso implica contar con un producto de calidad y a buen precio, atractivo para los consumidores. Si la empresa quiere maximizar utilidades va a estar constreñida a portarse bien y a regalonear a los consumidores.
Usted desconfíe de aquellos que dicen que aborrecen el fin de lucro, que ellos son diferentes, que están trabajando para Chile, para el bien de la sociedad. Arranque de ellos.
No crea que las empresas sin fines de lucro son mejores que las que lucran. Las instituciones sin fines de lucro tienen menos incentivos para disminuir los costos. Los bienes y servicios que producen serán más caros y mayores las regalías de la plana directiva. Los costos serán más altos. Nadie estará muy interesado en disminuirlos. Después de todo, la pretensión de bajarlos solo generará reclamos por parte de los empleados y nadie podrá apropiarse de parte de la rebaja de costos.
Los directivos de estas organizaciones serán, por otra parte, mucho más asiduos a discriminar: por raza, por sexo, por condición social, por credo religioso y por simpatía política que en una empresa capitalista. Claro, esto es debido a que la discriminacion no es gratis, abulta los costos. Si usted quiere tener solo empleados rubios y de ojos azules o partidarios de solo un partido político, tendrá que pagar sueldos mayores. La empresa competitiva podría quebrar si se entretiene con estas jugarretas y, por consiguiente, evitará la discriminacion. Pregunte usted quien selecciona más a los estudiantes: obviamente los colegios que pertenecen a organizaciones sin fines de lucro.
La crítica al lucro en la educación no se justifica. Usted ha visto aquí el por qué debería preferir, en general, a los colegios con fines de lucro. Preocúpese, además, de la calidad con la que los colegios entregan los servicios educacionales. No tendrá dónde perderse.
Y cuídese, en cambio, del comportamiento egoísta del sindicato de profesores, de la burocracia gubernamental, de la bancada estudiantil, entre otros, que defienden sus propios y, muchas veces, mezquinos intereses.