Hoy en La Moneda podemos ver en el primer piso a los más jóvenes, recibiendo a los visitantes, reemplazando en las funciones al dueño de casa con simpatía y cordialidad, pero con escasos recursos para generar acuerdos realmente fructíferos. Lejos, en el segundo piso, pareciera estar el Presidente junto a sus consejeros, transformando los likes en reacciones, escapando al escozor de las lacrimógenas, muy distantes de las conversaciones del primer piso y de quienes hoy circunstancialmente están en el subterráneo.
Señalan los científicos evolucionistas que el cerebro humano está conformado por tres sistemas neuronales interrelacionados, en lo que denominan cerebro trino. Y si hacemos un paralelo con una casa, podemos pensar que en su primer nivel está la puerta de entrada desde donde podremos acceder, si hemos sido invitados, para el saludo y recepción de los dueños. Este piso representa al ser humano en su estado más social, pleno de las emociones que le incitan a interactuar cooperativamente con otros. Aquí se ríe, se estrechan manos, se canta a coro, se celebra y se brinda y, aunque se discute, siempre se resguarda el marco del respeto y de las normas que emanan de las jerarquías de poder propias de cada comunidad.
El segundo piso, en escala cerebral, representa la parte más racional de nuestra mente. Aquí se gestiona la información y se realizan los cálculos. Es una dimensión desconectada emotivamente de la realidad, pues si bien lo observa todo, lo hace desde el balcón. Nunca baja. Tampoco ríe, canta, llora, ni se enternece. Todo lo que ve, lo explica desde la lógica de la causalidad en el espacio tiempo y sus deducciones derivan en acciones justificadas por esos cálculos. Y si bien su aporte es la abstracción de la realidad, hay que reconocer que los análisis se tiñen de los paradigmas endogámicos de quienes muchas veces no han conocido más lugares que este.
Pero esta casa tiene un espacio adicional, uno menos explorado. El subterráneo. Este lugar representa lo más primitivo y básico de nuestro cerebro humano, donde existen solo dos acciones posibles, a nivel de pulsiones: huir o atacar. En él parece, hoy por hoy, habitar parte de aquellos ciudadanos indignados, que viendo que su rival, el Estado, se muestra débil, han decidido atacarlo, para acabar con él. Estas mismas personas podrían estar perfectamente en el primer o segundo piso, pero el miedo a envejecer en la miseria, a no poder brindar seguridad económica a sus familias, a que una enfermedad catastrófica tenga como desenlace la muerte o la bancarrota, las ha terminado situando en este lugar.
Concretizando este paralelo, hoy en La Moneda podemos ver en el primer piso a los más jóvenes, recibiendo a los visitantes, reemplazando en las funciones al dueño de casa con simpatía y cordialidad, pero con escasos recursos para generar acuerdos realmente fructíferos. Lejos, en el segundo piso, pareciera estar el Presidente junto a sus consejeros, transformando los likes en reacciones, escapando al escozor de las lacrimógenas, muy distantes de las conversaciones del primer piso y de quienes hoy circunstancialmente están en el subterráneo.
El enfoque evolucionista nos aporta interesantes perspectivas para interpretar el comportamiento humano y, específicamente, para reconocer los aspectos de liderazgo que han terminado con un Ejecutivo percibido sin real poder para conducir el país, apenas para administrarlo.
Para empezar, en momentos de crisis, la primera reacción de los miembros de una comunidad es mirar al líder en busca de instrucciones y protección. En este sentido, estaremos de acuerdo en que la frase “estamos en guerra contra un enemigo poderoso” generó todo lo contrario. Adicionalmente, si esa idea no transmitió confianza, peor ha resultado el zigzag de opiniones que el Presidente ha sostenido en los últimos dos meses, que van desde la señalada frase, a invitaciones a la paz, pasando por señalar haber sido malinterpretado en un canal extranjero en torno al origen de ciertos videos de manifestaciones. Todas, señales que suenan incongruentes. Y lo anterior, sumado a largos periodos de ausencia mediática que han debilitado su imagen de poder e influencia.