«Es vital que desarrollemos un conjunto de indicadores y métodos internacionalmente reconocidos para rastrear la desigualdad y la riqueza», escribieron Piketty y los demás. «Las agencias estadísticas gubernamentales deberían publicar los niveles de ingresos y riqueza del 1%, el 0,1% y el 0,001% superior, así como los impuestos que en efecto pagan estos grupos».
Para los economistas, el mayor problema de la desigualdad es lo poco que saben al respecto. Para todos los demás, la verdadera pregunta debería ser si saber más tiene sentido como prioridad.
Una edición reciente de The Economist contiene dos resúmenes sobre la manera en que la popular investigación sobre la desigualdad de economistas estrella como Thomas Piketty y sus colaboradores habituales, Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, la cual muestra que los ricos se están haciendo más ricos y los pobres más pobres, ha sido desafiada por otros académicos. Más recientemente, Gerald Auten, de la Oficina de Análisis Tributario del Departamento del Tesoro de EE.UU., y David Splinter, del Comité Conjunto Tributario del Congreso de EE.UU., analizaron cómo Piketty, Saez y Zucman usaron datos sobre impuestos para llegar a la conclusión de que la porción de los estadounidenses más ricos en los ingresos nacionales ha crecido rápidamente en la última década, mientras que la de la mitad inferior ha disminuido. Auten y Splinter calcularon que las porciones de ingresos tanto de los más ricos como de los más pobres han cambiado poco desde la década de 1960.
En el artículo de Auten y Splinter se menciona mucha más literatura, artículos de The Economist y otros, que desafía los métodos utilizados por Piketty y sus colaboradores. La principal razón por la que esos desafíos son posibles es porque los datos sobre impuestos pintan un panorama incompleto y difícil de interpretar de las distribución de los ingresos. Los sistemas tributarios son complejos, diferentes gobiernos eligen imponer gravámenes a diferentes tipos de ingresos y, por supuesto, las personas, ricas y pobres, mienten en sus devoluciones de impuestos. La medición de la desigualdad de la riqueza alcanza todo un nuevo nivel de dificultad: dado que solo unos cuantos países tienen impuestos a la riqueza hoy en día, la distribución solo se puede adivinar.
Entonces, el martes, Piketty, Saez, Zucman y una larga lista de otros signatarios publicaron una arrasadora respuesta a los críticos de la popular narrativa de la desigualdad, en la que señalan que todos los debates sobre los datos pueden resolverse facilitando datos sólidos. La Base de datos sobre la desigualdad global, en la cual se basa mucha de su investigación, es una recopilación de información de fuentes oficiales, semioficiales y no oficiales que van desde estadísticas gubernamentales hasta estimaciones periodísticas. Ese es el único enfoque posible, aseguran los economistas, cuando los gobiernos no proporcionan suficientes datos debidamente organizados.
«Es vital que desarrollemos un conjunto de indicadores y métodos internacionalmente reconocidos para rastrear la desigualdad y la riqueza», escribieron Piketty y los demás. «Las agencias estadísticas gubernamentales deberían publicar los niveles de ingresos y riqueza del 1%, el 0,1% y el 0,001% superior, así como los impuestos que en efecto pagan estos grupos».
Para fines de investigación, por supuesto, sería genial tener datos oficiales definitivos sobre la riqueza y la desigualdad. Si todos pudieran estar de acuerdo en un solo rasero para los números subyacentes, solo las conclusiones y las recomendaciones de política estarían abiertas a discusión. Sin embargo, dejando a un lado la dificultad para lograr eso en medio de una multitud de países con sistemas tributarios y niveles de evasión muy divergentes, es necesario preguntarse si tiene sentido preocuparse tanto por «el 1%, el 0,1% y el 0,001% superior».
En su respuesta, Piketty y compañía argumentan que este «Oscurantismo en las estadísticas sobre la desigualdad» en el que vivimos plantea un riesgo para la democracia y es difícil de aceptar en un mundo en el que los gigantes globales de la tecnología y las tarjetas de crédito saben tanto de cada uno de nosotros. También señalan que «que la desigualdad sea aceptable o no —y si se debería hacer algo al respecto o no— es una cuestión de elección colectiva». Cuando se limpia de emociones poderosas como la envidia, la elección se convierte en una sobre el establecimiento de objetivos. ¿La igualdad económica en general es la meta última en sí misma? ¿O existe un propósito general más alto, como que las personas sean más felices?
De ser así, vale la pena analizar el reciente ensayo de Finlandia sobre un ingreso básico universal. Demostró que pagar a las personas un ingreso incondicional no ayuda a los desempleados a trabajar, pero sí los hace más felices. En realidad, no se trata de alcanzar igualdad estadística con el 0,001% superior; ese no es un concepto comprensible para la mayoría de las personas. Si el ingreso básico reemplaza los beneficios dependientes de los medios, las personas simplemente sienten menos estrés cuando no tienen que probar que necesitan ayuda del resto de la sociedad.
La felicidad es un fenómeno muy complejo para medirse utilizando únicamente las distribuciones de ingresos y riquezas. La desigualdad es uno de los factores que afecta la posición de un país en las clasificaciones de felicidad; sin embargo, Costa Rica, por ejemplo, en el puesto 12 del Informe de Felicidad Global de 2019, tiene el doble del nivel de desigualdad de República Checa, que ocupa el puesto 20. No es necesariamente cierto que los países nórdicos sean los más felices del mundo simplemente porque también ocupan un lugar alto en igualdad de ingresos y riqueza: otros factores representan la mayor parte de los niveles de felicidad de las naciones, como la riqueza del país en general, las percepciones de corrupción o la fortaleza de la red de seguridad social.
Si la felicidad es la meta última, no necesariamente vale la pena seguir las participaciones de ingresos de los más ricos. A nivel de la formulación de políticas, tendría más sentido diseñar un conjunto de indicadores estándar sobre lo que se debe mejorar para que las personas estén más satisfechas con sus vidas. Es una tarea más amplia que revisar el Sistema de Cuentas Nacionales de Naciones Unidas, un esfuerzo al que Piketty y otros estudiosos de la desigualdad contribuyen actualmente. Está bien que estos expertos hablen de la desigualdad, si no necesariamente del 1% superior y de la distribución de los ingresos y la riqueza; los gobiernos, en cambio, deberían mantener un enfoque más amplio.