Aunque no arregla casi nada, no me cuento entre los que protestaron por el acuerdo alcanzado en materia tributaria la semana pasada. El proyecto que había presentado el gobierno era muy malo y, producto de la mayor incertidumbre que provoca entre los agentes económicos, estaba generando un menor crecimiento económico,
Lo que ha ocurrido nos debe llevar a repensar nuestra idea de sociedad, de las mayorías y de las demandas sociales. Debe haber quedado claro que la sociedad no se compone sólo de estudiantes, de verdes y de minorías sexuales, como se pensaba hasta hace poco. El programa de Bachelet leyó mal esta realidad y se quedó con las marchas y disturbios, llegando a la conclusión de que la sociedad, la mayoría de los chilenos, pedía una ruptura total con el sistema. Craso error. Cuando todo estaba preparado para el gran cambio, hicieron su aparición en el escenario los no rupturistas, aquellos que están contentos con el sistema, los que no quieren cambiarlo, salvo en aquellos puntos en que aquel se transforma en una camisa de fuerza que les dificulta el progreso.
Aparecieron los padres y apoderados, los empresarios –pequeños, medianos y grandes–, la clase media, los que gustan del orden, los que prefieren elegir donde estudian sus hijos, a pesar de que tengan que pagar por ello, los que se afligen cuando sus hijos no pueden asistir al liceo debido a que esta tomado por una minoría de estudiantes, los que no se arriesgan a perder lo ya alcanzado, los que creen menos en las masas y en el colectivo, y mucho más en su propio esfuerzo y preocupación.
Algunos políticos de la Nueva Mayoría han señalado que la derecha logró instalar la idea de que esta reforma producía efectos negativos para las pymes y para la clase media. Y culpan al gobierno de no haber estado muy acertado en materia de campaña comunicacional. De la misma manera, políticos de derecha piensan que a través de sus acciones de convencimiento provocaron y dieron vida a este fenómeno social.
A lo más podríamos decir que tanto el gobierno como los partidos políticos se encontraron con esta situación, que no crearon, originada de manera espontánea en lo que algunos llaman las fuerzas vivas de la nación, y que no les dejaba otra opción que subirse al carro.
Ambos grupos piensan que la gente es idiota, que se traga cualquier tipo de propaganda que realizan los políticos, lo cual parece muy alejado de la realidad. La verdad es que los políticos, de derecha y de izquierda, y también el gobierno, ni siquiera sospecharon que, poco a poco, iba a ir apareciendo el sentir de la gente que estaba en contra de la reforma. Las encuestas comenzaron a dar cuenta de este fenómeno a poco andar. La gente común y corriente no compartía el corazón de las reformas.
Hay que felicitar a los miembros de la Comisión de Hacienda, especialmente a su presidente. El proyecto inicial era muy malo. Lo sigue siendo, aunque un poco menos, por los arreglos realizados.
Los partidos también cumplieron con su deber, puesto que, aunque a última hora, escucharon la voz de la ciudadanía.
El ministro Arenas y el gobierno se ganaron un poroto. Fueron responsables con el país. Actuaron de manera inteligente ante la pérdida de popularidad de la reforma y, principalmente, del tremendo daño que las expectativas están produciendo. Las expectativas respecto del futuro son muy malas y ello ha producido un impacto fuerte en la inversión, el crecimiento, el empleo y el consumo de los chilenos, que el gobierno espera revertir con el Acuerdo
Los diputados Lorenzini y Cornejo sacaron mala nota. Son, sin duda, unos irresponsables. No pueden ahora disculparse como lo han estado haciendo, señalando que el ministro Arenas los engañó diciéndoles que el proyecto no afectaba a la pequeña y mediana empresa y a la clase media. Sus explicaciones revelan nada más que ignorancia y pereza para estudiar el impacto de la leyes que aprueban.
Con todo, lo que queda dista mucho de ser razonable para un país como Chile, y los planteamientos para su modificación deberían estar incorporados como una materia importante en los próximos programas presidenciales. Un aumento de la tasa que pagan las empresas del 20% al 27 % es un incremento muy fuerte. Además, llama la atención, puesto que este incremento nos coloca por sobre el promedio de los países de la OCDE, muchos de los cuales, en estos momentos, vienen vuelta atrás en materia de tributos.
La pregunta relevante es ahora: ¿será capaz este acuerdo de revertir las expectativas? Ojalá que así fuera. Mi pálpito es que no, que las expectativas están condicionadas además por otros grandes temas que ya están ocasionando mucho ruido, como son las reformas educacional, laboral y, principalmente, a la Constitución.