Con la llegada del nuevo año se generan expectativas de cambio. ¿Hay razones para esperar que el presente sea efectivamente un mejor año? Probablemente, aunque principalmente porque nos estamos comparando con el recién terminado año 2014, que no fue precisamente un buen año en materia económica. El 2014 el crecimiento se habría ubicado en torno a 1,7%, menos de la mitad del potencial de largo plazo, mientras la inflación se mantuvo 9 de los doce meses por sobre el techo del rango meta, cerrando el año en 4,6%, situación que pudo ser mucho peor en ausencia de la fuerte caída en el precio del petróleo.
Todavía lejos del potencial, el crecimiento este año será algo mejor. Lo que explicó el frenazo en el crecimiento del año pasado comenzará a revertirse, aunque a un ritmo aún incierto. El panorama internacional debería ser mejor, pero aún expuesto a grados relevantes de incertidumbre. La caída del precio del petróleo tendrá un efecto neto favorable sobre el crecimiento mundial, en la medida que es un shock positivo sobre el ingreso, que favorece a más países, personas y empresas en relación a los que perjudica. El riesgo de una crisis financiera, desatada por desequilibrios fiscales en los países afectados, o por perdidas de valor en las empresas de energía involucradas, es bastante bajo.
Otros riesgos externos relevantes, pero de impacto acotado: volatilidad en los mercados por el proceso político en Grecia, ruido persistente sobre situación del sistema financiero chino y, el más relevante, un alza más rápida a la esperada en el nivel de la tasa de interés en Estados Unidos, lo que además de encarecer el crédito externo, significa salidas netas de capitales y depreciación adicional en las monedas de economías emergentes.
Con todo, el escenario base apunta a una economía internacional más dinámica, y a un mayor crecimiento de los socios comerciales de Chile.
En el plano interno, podemos esperar también alguna mejoría. La mencionada caída en el precio del petróleo tiene un efecto positivo relevante, significa un incremento en el ingreso real, que favorece más a personas y empresas que utilizan intensivamente el combustible, y a toda la población a través de una importante caída en los niveles inflacionarios. Estimaciones basadas en la experiencia histórica, apuntan que al cabo de un año de la caída en el precio del petróleo deberíamos incrementar (por una vez) 0,3 puntos nuestro crecimiento por cada 10 dólares que baja el precio del barril de petróleo. En temas más estructurales, se observan avances interesantes en el objetivo de destrabar la agenda de inversión en el sector energético, y bajar los costos futuros de la energía. En minería, aún no se observa un quiebre, con una cartera de inversión a cinco años que se ha revisado fuertemente a la baja.
A nivel sectorial, el fuerte incremento del tipo de cambio real explica la ralentización de los sectores no transables, que dependen de la demanda interna, y una gradual mejoría en el sector exportador, que se sentirá con mayor fuerza en los sectores exportadores no mineros a partir del primer trimestre en curso. Esto comenzará a observarse en los próximos meses, donde esperamos que sectores como el frutícola, vitivinícola o salmonero obtengan buenos retornos, con impacto positivo sobre sus decisiones de inversión y contratación de mano de obra.
Si realizamos el análisis desde la demanda, en el margen aparecen algunas señales positivas, como la mejoría en las expectativas de los hogares, o la mantención de un relativamente bajo nivel de desempleo en el mercado laboral. Esto, junto con una esperada caída en la inflación, con su impacto positivo en las remuneraciones reales, favorece alguna recuperación en el consumo privado. La mayor incertidumbre viene por el lado de la inversión, que acumulará 6 trimestres consecutivos de caída. La incertidumbre político-institucional ha sido un factor clave para entender la magnitud de la caída en la inversión, por lo que señales políticas tendientes a despejar dicha incertidumbre, realizarían un aporte relevante a su recuperación. Con todo, aunque la respuesta política no satisfaga completamente a los tomadores de decisiones, es evidente que poco a poco la inversión comenzará a recuperarse, en un escenario de gradual mejoría en las expectativas de crecimiento futuro.
La política fiscal, con un presupuesto fuertemente expansivo, también realizará un aporte a la recuperación del crecimiento, aunque acotado, en la medida que parte relevante del financiamiento para el incremento del gasto proviene de mayores impuestos al sector privado. Sin embargo, a partir del segundo semestre sí debería observarse un impacto relevante, asociado a un presupuesto de inversión pública que se incrementa en cerca de 27%, lo que favorecería especialmente al sector construcción y sus relacionados.
Con todo, la economía poco a poco avanza hacia una mayor normalidad, lo que se manifestará en un crecimiento algo mayor, de entre 2,5 y 3,0 % para el año. Como decíamos al comienzo, el entorno externo es favorable y debería seguir mejorando, por lo que aspirar a crecimientos mayores en los años siguientes, depende de nosotros mismos, particularmente de nuestra capacidad para ponernos de acuerdo en el diseño de buenas políticas públicas, ojalá de la mano de una mejor conducción política.
¿Y la Inflación?
La nula inflación de noviembre, la variación negativa de diciembre y la caída adicional esperada para el presente mes, responden directamente a la fuerte baja registrada en el precio del petróleo y sus derivados, efecto que en términos gruesos terminaría de ser absorbido en su impacto directo, en el transcurso del presente mes. Sin embargo, la inflación subyacente (IPCX) se mantiene alta, con variaciones positivas de 0,3 % en los últimos dos meses, y de 5,1 % en doce meses a diciembre. Aunque es evidente que seguiremos observando una atenuación en los niveles inflacionarios en los próximos meses, llevando probablemente la variación anual dentro del rango meta en el transcurso de este trimestre, no se puede desconocer la existencia de riesgos de persistencia inflacionaria.
Se debe rescatar la existencia de un remanente de traspaso a precios de la devaluación acumulada de nuestra moneda. Recordemos que el desborde inflacionario de los últimos tres trimestres responde directamente a la fuerte devaluación de nuestra moneda, la cual ya superó con creces lo que se requería en términos reales, tal cual lo muestran distintos indicadores macro donde destaca la baja proyección de déficit en Cuenta Corriente para el presente año. Desde esa perspectiva, devaluaciones adicionales de nuestra moneda se transmitirán necesariamente a mayores presiones inflacionarias. Resulta completamente inconsistente esperar, simultáneamente, una devaluación adicional del peso para los próximos meses y una caída en la inflación a niveles por debajo del 2,0 % para fines de año.
El otro gran tema, que amenaza con una trayectoria inflacionaria mayor a la esperada por el mercado, tiene que ver con el efecto de la indexación en precios claves y de alta ponderación, como vivienda, educación y salud. Agreguemos el principal “precio” no transable de la economía, los salarios, que están recogiendo la alta inflación de meses anteriores. Efectivamente, las remuneraciones nominales han reacelerado su crecimiento hasta alcanzar un 7,0 % de variación en doce meses a noviembre último, variación que supera con creces la suma de incrementos de productividad más inflación objetivo.
Por último, a propósito de quienes esperan recortes adicionales en la tasa de política monetaria (TPM) en los próximos meses, se debe tener presente que ésta acumula una baja significativa, que la posiciona en niveles claramente expansivos, lo que se hace evidente en las tasas de mercado a distintos plazos, que se sitúan en niveles cercanos a sus mínimos históricos.
(NdR: esta columna apareció originalmente en el informe mensual de enero de Gemines)