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El BCE desafía al Bundesbank en un intento por salvar el euro

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A finales de julio, mientras veía cómo se desintegraban los mercados de la zona euro, Mario Draghi improvisó dos frases en lo que se suponía iba a ser otro discurso rutinario en Londres, y con eso cambió el curso de la crisis del euro.

“Dentro de nuestro mandato, el Banco Central Europeo está dispuesto a hacer lo que haga falta para preservar el euro”, dijo el presidente del BCE. “Y créanme, será suficiente”.

El BCE llevaba tiempo resistiéndose a utilizar su herramienta más poderosa —la imprenta— para salvar a los países europeos que cargaban con una pesada deuda fiscal. El Bundesbank, el influyente banco central alemán, advirtió de las oscuras consecuencias si el BCE lo intentaba. Ahora, Draghi daba a entender que desafiaría a su mayor accionista.

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La pérdida de confianza de los inversionistas en la supervivencia del euro lo convenció de que no había alternativa. Los mercados estaban dando la espalda a España e Italia, países cuya insolvencia destruiría el sueño de la unidad europea y sacudiría a la economía mundial.

Al acceder a imprimir dinero para comprar deuda de países con problemas de manera ilimitada, el BCE ha puesto en marcha la fase decisiva de la batalla de Europa por salvar al euro. Si el recurso a la imprenta del BCE no logra estabilizar los mercados y ganar tiempo para que los países afectados por la crisis se recuperen, nada lo hará, opinan los economistas.

Y aunque la estrategia funcione, el BCE será una institución fundamentalmente distinta, tras abandonar puntos fundamentales de la ortodoxia económica que modelaron su primera década de existencia. Un banco central más activista, aunque bien recibido en la mayoría de los países europeos, ya afronta el profundo escepticismo de Alemania, donde aumentan los temores de que esté sembrando las semillas de la inflación.

Una pérdida del apoyo alemán volvería a poner en duda la viabilidad del euro. La controversia en torno al BCE muestra cómo la crisis europea alimenta tensiones entre los miembros del bloque económico. Mientras muchos alemanes temen una absorción de la unión monetaria por parte de los países mediterráneos, muchos europeos del sur consideran que la obstinación germana está prolongando la crisis.

Esta explicación del trascendental cambio del BCE, en base a entrevistas con numerosas fuentes muestra cómo el cauto Draghi cambió de parecer respecto al papel de la entidad e influyó en los líderes políticos alemanes para que esquivaran al presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, en un intento táctico por redefinir la estrategia de Europa frente a la crisis.

Las líneas de batalla se trazaron inmediatamente después del discurso de Draghi.

Weidmann se mostró desconcertado. Draghi no tardó en llamarlo desde Londres para explicar sus comentarios, argumentando que los mercados habían estado apostando por la ruptura del euro y que eso era inaceptable.

Weidmann contestó que los inversionistas estaban apostando contra Italia y España por las fallas de sus economías que sólo podían ser resueltas por los políticos nacionales. La compra de bonos por parte del BCE no haría sino quitarles algo de presión. “Se trata de un problema político que, en mi opinión, requiere una solución política”, dijo Weidmann al italiano, según fuentes.

Para Weidmann, la táctica del BCE traicionaba sus principios, fundacionales, anclados en las tradiciones del Bundesbank y las lecciones de la historia de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque sólo tiene 44 años, Weidmann se considera un defensor del legado bancario alemán, frente a las costumbres monetarias más relajadas de otras naciones.

A menudo se dice que la obsesión alemana por la estabilidad de los precios procede de la hiperinflación de los años 20, durante la República de Weimar. Pero para la moderna élite económica de Alemania, las raíces están en un acontecimiento más reciente: el éxito de postguerra de Alemania Occidental. “No todos los alemanes creen en Dios, pero todos creen en el Bundesbank”, dijo una vez el ex presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors.

Para los años 90, Draghi, que cuenta con un doctorado del Instituto Tecnológico de Massachusetts, se había convertido en uno de los responsables públicos más eficientes de Italia, encabezando los esfuerzos por controlar el déficit fiscal e ingresar al euro. Tras una temporada en Goldman Sachs, asumió la presidencia de la Banca d’Italia en enero de 2006, con 58 años.

Dos semanas después, la nueva canciller alemana, Angela Merkel, nombró a Weidmann, entonces un analista estrella de 37 años del Bundesbank, como su principal asesor económico. Weidmann se convirtió en su mano derecha durante la crisis financiera mundial y la tormenta en la zona euro.

A principios de 2011, el presidente del Bundesbank, Axel Weber, dimitió y Weidmann lo sustituyó en el cargo.

Con Weber fuera de escena, Draghi se convirtió en el candidato con más posibilidades para convertirse en el próximo presidente del BCE, para consternación de muchos alemanes. “Por favor, este italiano no”, titulaba el tabloide Bild. “¡Mamma mia, para los italianos, la inflación es un modo de vida, como la salsa de tomate en la pasta!”

Pero las credenciales de Draghi eran sólidas. Se presentó ante los medios alemanes como un seguidor de la ortodoxia anti-inflacionaria del Bundesbank, calificando a Alemania de “modelo” para el resto del continente. Funcionó. Merkel lo apoyó y Bild lo declaró “bastante alemán, incluso realmente prusiano”.

Pero la crisis estaba virando hacia una dirección que pondría a prueba la adherencia de Draghi a las reglas de juego alemanas.

En los últimos 12 meses, Draghi vio cómo crecían los temores a una ruptura del euro en los 30 a 40 indicadores financieros que estudia diariamente. Cuando llegó a Londres el 24 de julio, las rentabilidades de la deuda española e italiana estaban aumentando.

El BCE aún no tenía un plan listo. Draghi no había informado a los presidentes de los bancos centrales nacionales, pero, temiendo unos meses caóticos, decidió comprometerse públicamente a hacer “lo que haga falta”.

Esa tarde, telefoneó al ministro alemán de finanzas Wolfgang Schauble, que estaba de vacaciones en el Mar del Norte, y le pidió que lo ayudara públicamente a defender al BCE de la ira de los medios alemanes. Schauble, el miembro del gobierno alemán que más cree en el euro y en la unidad europea, accedió, haciendo caso omiso a los responsables del Ministerio de Finanzas, que le habían aconsejado no comentar las decisiones del banco central.

Draghi también llamó al presidente francés, François Hollande, y le pidió que presionara a Merkel para convencerla de hacer una declaración conjunta franco-alemana de apoyo. La canciller, de vacaciones en los Alpes, dijo a Hollande que no le incomodaba la decisión de Draghi, pero temía hacer un anuncio público sobre temas del BCE. Los asesores de ambos líderes negociaron el texto.

A la mañana siguiente, el Bundesbank lanzó su contraofensiva al discurso, atacando las compras de bonos por ser “problemáticas” y “no la forma más sensata” de combatir la crisis. Pero al cabo de unas horas, Schauble emitió un comunicado dando la bienvenida a la promesa de Draghi de preservar el euro. Poco después, Merkel y Hollande declararon su determinación de hacer “todo” para defender al euro y solicitaron a las “instituciones europeas” y a los gobiernos nacionales que cumplieran con su deber. Berlín había roto con el Bundesbank y Draghi tenía la cobertura que quería.

Weidmann no se ha rendido. El mes pasado, en un discurso en Fráncfort, citó a la quintaesencia de la literatura alemana, el “Fausto” de Goethe, para atacar al BCE. En la obra, observó Weidmann, un extraordinario boom da paso al derrumbe de la divisa. Sin embargo, los mercados escuchan a Draghi.

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