Hace ahora casi un año que Mario Draghi cruzó por primera vez la entrada de la sede del Banco Central Europeo (BCE) como presidente de la entidad. Han sido doce meses convulsos, donde la supervivencia del euro ha llegado a verse seriamente cuestionada y en los que los problemas no han dejado de acumularse encima de la mesa. Pero doce meses en los que Draghi poco ha tardado en imprimir su huella a la joven entidad.
“Ha sido impresionante la rapidez con la que Draghi diseñó el cambio en la política monetaria. Pese a la coherencia y cierta continuidad con Jean-Claude Trichet [su antecesor en el banco], el cambio de estilo y de políticas es evidente”, asegura desde París Jean Pisani-Ferry, presidente del think-tank Bruegel, con sede en Bruselas. “Y no era una sucesión fácil porque Trichet, más que un banquero central era un padre para todos ellos”, recalca.
Quienes conocen bien su forma de trabajar destacan de Draghi su capacidad de crear equipos y de ahormar consensos, lo que ha transformado al consejo de gobierno del BCE en un órgano mucho más colegiado de lo que lo era que bajo el mandato de antecesor, y ha transformado el lenguaje cauteloso de la entidad por otro mucho más agresivo. A Trichet, por el contrario, le gustaba llegar a las reuniones con el consenso cerrado, lo que garantizaba, según sus propias palabras, “que una vez tomada la decisión todos habláramos con una sola voz”. Hasta que no lo hizo.
Draghi tardó exactamente ocho días en aprobar su primera rebaja de tipos de interés, una operación prácticamente acordada por el anterior equipo pero que Draghi no dudó en aprobar. Y un mes más tarde, para nerviosismo de los halcones alemanes que ponían en duda su compromiso con la ortodoxia monetaria, volvió a rebajar el precio del dinero y anunció dos operaciones de financiación ilimitada para la banca para que pudieran hacer frente al cierre efectivo a los mercados. Entre diciembre y febrero, Draghi inyectó aproximadamente un billón de euros al sistema financiero, a un tipo de interés del 1% y vencimiento a tres años. Lo nunca visto en Francfort.
“Al BCE antes de Draghi le costaba reaccionar con rapidez a los problemas, tenía más aversión al riesgo. Draghi ha sido muy valiente en sus decisiones y ha demostrado la capacidad para asumir riesgos”, aseguran fuentes del sector financiero español. Una valentía no exenta de errores, si se puede calificar como tal el escaso impacto que tuvieron esas operaciones, Long Term Refinancing Operation (LTRO) según la jerga del banco. “No lo llamaría error pero claramente no resultaron ser la solución al problema de la eurozona. Draghi calculó mal la duración del efecto que tendrían esas medidas”, apunta Pisani-Ferry.
Efectivamente, la inestabilidad no desapareció de los mercados y con los meses volvió a poner a España y, en menor medida, Italia en el punto de mira de un rescate total que podía poner en peligro la supervivencia de la unión monetaria. Hasta que el pasado 26 de julio, ante una conferencia de inversores internacionales en Londres, Draghi pronunció la frase que más ha marcado sus primeros meses al frente de la entidad: “Dentro de nuestro mandato, el BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente”. En palabras del Edward Hugh “una declaración que suponía un radical cambio de juego”.
Ese compromiso, que relajó de inmediato los diferenciales de deuda en toda la Eurozona y animó las bolsas durante todo el verano, se concretaba en septiembre con el anuncio de un nuevo programa de compra de deuda pública en el mercado secuendario —Outright Monetary Transactions (OMT)—. A diferencia del anterior, este programa de compra de bonos nace sin límites de cuantía pero condicionado al establecimiento de un programa de ajustes y reformas entre el país y las autoridades europeas que sirva para alejar el temor a una financiación encubierta a los Estados por parte de la autoridad monetaria.
La medida revivía el fantasma de la República de Weiman para los alemanes, que desató la hiperinflación con la compra masiva de bonos en los años 20, y ponía en guardia al banco central alemán, que en esta crisis ha dejado de facto de controlar la política monetaria del BCE. El presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, publicó una nota expresando su oposición al programa de Draghi, siguiendo así la estela de su predecesor, Axel Weber, y del anterior economista jefe del Banco, Jürgen Stark, que presentaron su dimisión a Trichet en señal de protesta. “Pero esta vez Weidmann no ha dimitido, ha dejado clara su discrepancia pero también su lealtad. Draghi ha demostrado que, además de ortodoxo, es muy habilidoso”, puntualizan fuentes del sector financiero.
A cambio, Draghi ha tenido que acudir al Parlamento alemán a dar explicaciones a puerta cerrada a los diputados, en una decisión sin precedentes y duramente criticada por Trichet en este diario. El presidente del banco central que comparten 17 países accedía, así, a dar explicaciones al Congreso de solo uno de esos Estados para garantizar que el BCE está comprometido con la estabilidad de precios y que la entidad sólo llevarán a cabo compras de bonos en el mercado secundario si el país en cuestión cumple los compromisos que le marquen los ministros de Finanzas de la eurozona y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
A día de hoy, el acierto de semejante medida es una incógnita, “tiene el potencial de ser exitosa pero aún no lo sabemos”, admite el presidente de Bruegel. Entre otras cosas porque aún no se ha puesto en práctica. Pero tampoco los analistas tienen una opinión unánime al respecto. Erik Nielsen, economista jefe de Unicredit, aseguraba en de sus notas dominicales que la OMT ha servido “para poner fin a más de dos años de mala asignación de capital dentro de la eurozona. El dinero ha empezado a moverse más allá de los supuestos refugios —gobiernos con cuentas públicas saneadas o capacidad de imprimir dinero— y ha vuelto a asignar unos niveles de riesgo más apropiados”. Por el contrario, Huw Pill, economista jefe para Europa de Goldman Sachs, advertía en una nota a clientes que los mercados financieros de la eurozona se encuentran segmentados por una “línea roja” que va desde los Pirineos a los Alpes y que es improbable que desaparezca a menos que las autoridades fiscales y monetarias tomen medidas “más agresivas”.
Para lo que resta de su mandato, Draghi pilotará una entidad muy distinta de la que heredó. La estabilidad de precios ha dejado de ser el único mandato del banco, superado ahora por la urgencia de hacer frente a la estabilidad financiera y a las nuevas competencias que se preparan, si se concretan los avances hacia la unión bancaria y las nuevas tareas de supervisión, que le obligarán a lidiar con las autoridades nacionales. “Tiene un reto total por delante. Será complicado”, concluye Jean Pisani-Ferry.