Al mirar desde la cima de la nueva torre del Banco Central Europeo en Fráncfort, es fácil divisar nubes oscuras en el horizonte.
Para las autoridades, la vista es la de una población europea tan harta de años de caos económico que se inclina cada vez mas por políticos que dicen no a la cooperación paneuropea y rechazan reformas que el BCE asegura son vitales para reanimar la economía. Atrapados en su mandato de impedir una deflación, los funcionarios temen que pronto se vean obligados a lanzar una flexibilización cuantitativa que nunca tendrá éxito por sí misma.
En un discurso tras otro, los banqueros centrales, encabezados por el presidente Mario Draghi, han instado a los gobiernos desde París hasta Roma a complementar el estímulo del BCE mediante la reorganización de las economías y el aliento a la inversión. La respuesta –renuencias nacionales a la instrumentación de reformas y un plan de infraestructura del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, que no concretará gastos hasta bien avanzado el año próximo- ha sido decepcionante.
“El BCE podría ser impotente”, dijo Daniel Gros, director del Centro de Estudios de Política Europea en Bruselas. “Hay limitaciones políticas locales respecto de las cuales nada puede hacerse en el plano de la UE. La multitud que anhela el estímulo es, básicamente, la del sur de Europa. Dicen que el BCE debe hacer su trabajo independientemente de lo que hagan los gobiernos”.
Urgencia del BCE
El enfrentamiento da otra dimensión a la presión de Draghi sobre las autoridades en momentos en que se preparan para una reunión esta semana. El 21 de noviembre, Draghi dijo que los funcionarios deben impulsar la inflación “lo más rápido posible”.
“Observamos que hay una urgente necesidad de acción que no se aplica sólo a la política monetaria”, dijo Benoit Coeure, un miembro de la Junta Ejecutiva del BCE, el 24 de noviembre en Bloomberg Television. “Es urgente abordar los problemas del mercado laboral en la zona del euro y crear empleos. Es la única forma de reconciliar a la población europea con el proyecto europeo”.
Desde el centro de la zona del euro en Francia, hasta su periferia en Grecia, los gobiernos se encuentran presionados por la creciente popularidad de los partidos de protesta. Eso limita su margen para impulsar cambios impopulares, tales como facilitar el desplazamiento de empleados de puestos improductivos y recapacitarlos, o elevar la edad de jubilación. La amenaza de elecciones anticipadas en Grecia, Cataluña, Italia y Austria hace que se abra un panorama sombrío para el BCE conforme se achica la ventana de oportunidad para la acción.
François Hollande, el presidente menos popular de la historia francesa moderna, se ve acosado por el éxito del Frente Nacional de Marine Le Pen, cuya posición hostil a la inmigración y la Unión Europea obtuvo la mayor cantidad de votos en las elecciones europeas de mayo. También teme quedar debilitado en momentos en que el ex presidente Nicolas Sarkozy aglutina la oposición de centro-derecha con una retórica que rechaza el tipo de cooperación que quiere el BCE.