Janet Jackson, cantante y estrella pop, acaba de ser madre por primera vez a los 50 años y la noticia brilló en los sitios de farándula del mundo. Aunque los medios trataron la noticia con respeto y el toque dulzón que se le da a las informaciones sobre madres y guaguas, era imposible no ponerla mentalmente en el casillero de las extravagancias de los artistas, como la preferencia de Madonna y Angelina Jolie por adoptar niños en Malawi y Cambodia.
Una nota de CNN citaba fuentes familiares que reprochaban la decisión de la cantante, porque ponía en riesgo su propia vida y la del hijo que esperaba. La curiosidad que rodeó a la famosa por decidir ser madre a la edad en que mayoritariamente las mujeres estamos entrando en la menopausia no es, sin embargo, exclusiva del mundo de ricas y famosas.
Los avances de la ciencia han hecho que en Estados Unidos, por ejemplo, los nacimientos en mujeres mayores de 50 aumentaran un 165 por ciento entre 2000 (255 nacimientos) y 2013 (677). No obstante, todavía son apenas un puñado en un país de casi 320 millones de habitantes, en el que anualmente nacen unos 3 millones de guaguas.
En Chile, si bien las estadísticas del INE han destacado recientemente la tendencia creciente de postergar la maternidad, la gran mayoría de las mujeres sigue teniendo su primer hijo a los 24 años y es insignificante el número de quienes tenemos un hijo a los 50. Eso tenemos en común Janet Jackson y yo: somos bichos raros y avanzamos por la vida envueltas en murmuraciones.
La creencia más corriente (y que las investigaciones médicas avalan) es que todos los riesgos aumentan con la edad: síndrome de down, diabetes gestacional, pre-eclampsia, aborto espontáneo, muerte.
[cita tipo=destaque] Ahora que he tenido mi segundo hijo a los 50 años, estoy más atenta y consciente a las preguntas/suspicacias de los demás: “¿Te has dado cuenta de que cuando tu hijo tenga 20, tú vas a tener 70?”; “Ah, tuviste otro hijo para que el primero no se quede huérfano y solo” [/cita]
Mi doctor me los advirtió todos y cuando nos acercábamos al parto, me dijo bromeando: “Voy a escribir un paper con tu caso”. Las últimas semanas no me perdió de vista, con controles día por medio. Aunque tuve un embarazo normal, el mío era ciertamente un caso de “alto riesgo” y mi rango etáreo, una excentricidad en la sala de partos.
Ya conté una vez el miedo infernal con que vivimos el embarazo las madres tardías (tuve mi primer hijo a los 42 años. Y en este link se puede leer el reportaje que escribí al respecto). Sin embargo, ahora que he tenido mi segundo hijo a los 50 años, estoy más atenta y consciente a otra faceta quizás aún más difícil de abordar: las preguntas/suspicacias de los demás, en una experiencia única y todavía solitaria: “¿Te has dado cuenta de que cuando tu hijo tenga 20, tú vas a tener 70?”; “Ustedes son padres/abuelos. Van a malcriar a los niños”; “Ah, tuviste otro hijo para que el primero no se quede huérfano y solo”. He tenido que enfrentar largos interrogatorios, la mayor de las veces bien intencionados, pero que erosionan el estado de ánimo y te empujan a sacar cuentas: mis amigas están teniendo nietos, no hijos; me quedan diez años para jubilar y los niños todavía estarán en el colegio; las co-apoderadas en el curso de mi hijo mayor tienen menos de 40; las de mi hijo menor, menos de 30. Y así.
Pero la pregunta más difícil de contestar es, sin duda: ¿Por qué?
La maternidad, a cualquier edad, es difícil y demandante. Para la mujer que trabaja fuera de la casa, es un pesado obstáculo en el desarrollo profesional, los ascensos, la realización de proyectos. La mejor imagen que tengo para graficarlo es la de esos aspirantes a cantante que iban a Sábado Gigante y que trataban de terminar una canción mientras Don Francisco les hacía morisquetas con sombreros extravagantes y los interrumpía con chistes y mofas. ¿Quién puede mantener la afinación así? La escena terminaba casi siempre con el chacal de la trompeta descalificando al concursante.
Yo tuve a Alberto, mi segundo hijo, en agosto de 2015. En este año y medio no he podido terminar de leer un solo libro. Los compromisos de investigación periodística en que estoy empeñada avanzan tres veces más lento de lo que he prometido a mis editores. Mi jornada laboral tiene que terminar a las 5, máximo a las 6 de la tarde, porque a partir de esa hora empieza la carrera por recogerlos de la guardería/colegio, bañarlos, acompañar al mayor a hacer sus tareas, darles de comer, bañarlos, acostarlos, para comenzar el día siguiente con nuevas falsas promesas de terminar un largo listado de asuntos atrasados. Y eso que tengo el privilegio de contar con un marido que comparte a la par estas responsabilidades.
Un amigo me dijo que una vez que uno es padre o madre nunca más duerme a pata suelta y es cierto: un ojo y una oreja se quedan despiertos temiendo que algo grave pueda pasarles y que tengas que salir corriendo con ellos a un hospital.
No tengo una respuesta lógica para la pregunta. Por qué arruinarse voluntariamente la vida de esta manera. Por qué, en el caso de las mujeres, decidir quedarse atrás en la carrera por el éxito, o el perfeccionamiento profesional, o por hacer un aporte a la sociedad, o terminar una obra artística. Por qué cuando el mayor de mis hijos (que hoy tiene ocho años) había alcanzado la edad en que una puede dormir una siesta un poco más relajada decidí tener otro ¡Y a los 50 años!
Sólo puedo decir esto: desde el momento de la concepción de mis dos hijos me he sentido a merced de fuerzas ancestrales, mis neuronas dominadas por órdenes biológicas en las que mis pobres razonamientos no tienen incidencia, la sangre corriéndome en sentido contrario. Me he sentido poderosa de verdad, invencible, hermanada con las mujeres de África, la India, de los pueblos precolombinos que parieron antes que yo sin meditarlo. No solo hermana de las parturientas de la especie humana, también de las ballenas, gatas, vacas, perras y las mamíferas que habitan el planeta. No hay éxito, ni aplauso, ni argumento que se compare al deseo de sumergirme en ese lago inconsciente y milenario.
Soy una mujer moderna y liberada. No creo que ser madre sea una obligación del género. Aplaudo y respeto a mis congéneres que deciden no hacerlo. Y creo que la educación sobre los desafíos de la maternidad/paternidad debiera comenzar temprano para que cada niño que venga a este mundo sea deseado y cuente con adultos comprometidos con su protección y desarrollo. Sin embargo, también creo en el derecho de las otras con vocación de maternidad a intentarlo contra toda razón y prejuicio, con ayuda de la ciencia o sin ella, a contrapelo de las estadísticas, a punta de contradicciones y aunque nos digan viejas.