Desde el punto de vista de la institucionalidad política del país, el próximo gobierno deberá ser de transición. Y sus requerimientos esenciales serán que habilite y ayude a validar el proceso constituyente, que ejerza el poder con cautela y templanza, que habilite las condiciones de una transformación económica, social y política del país, dentro del cauce democrático e institucional. Una Presidencia no partidaria, dialogante, austera en el uso de la fuerza, con una proyección política en el nivel de lo meramente indispensable, que habilite y se sostenga en alianzas políticas que permitan un diálogo interfunciones con el Congreso Nacional, para favorecer una agenda legislativa cooperativa y no controversial. Si los resultados de las primarias del domingo 18 de julio son premonitorios de algo así, es posible que el país esté en buen camino. No es un problema de jóvenes y viejos, sino de política y pacto constitucional, y de gobernabilidad democrática.
Los resultados de las primarias legales con que se escogió a los candidatos presidenciales que representarán a dos de los tres bloques políticos mayoritarios del país, han generado toda suerte de especulaciones sobre qué sucederá a fines de año. Una proyección es solo un cálculo de probabilidades y hacerlo hoy a base de esos resultados parece un ejercicio prematuro, incluso si se considera que solo faltan cuatro meses para la elección presidencial. Todavía falta que se defina un segmento muy importante de la centro izquierda en torno a un tercer candidato fuerte que podría ser Yasna Provoste, y trabajos parlamentarios -como la reinstalación del voto obligatorio- que podrían cambiar considerablemente el resultado electoral.
No obstante ello, algunas cosas están cambiando de manera muy acelerada, y en materia de actitud electoral ya se evidencian pronunciamientos ciudadanos profundos. Lo primero es que la ciudadanía se ha inclinado por nuevos rostros, en lo posible independientes, y no manifiesta ningún anclaje sólido con el pasado político reciente. Ello, sin perjuicio de reconocer que, en toda democracia, el conocimiento y el arraigo político de sus élites es esencial para la tarea de representar. Lo segundo, es que la voluntad de diálogo será indispensable para generar acuerdos de gobernabilidad sólidos y estables, en medio del actual proceso constitucional.
El triunfo de Sebastián Sichel sobre Joaquín Lavín en Chile Vamos efectivamente fue algo sorpresivo y, una vez más, a contrapelo de lo que anunciaban las encuestas. Sin embargo, la presencia de un independiente siempre ha rondado el espacio político de la derecha para su representación presidencial. La desconfianza oligárquica la impulsa a figuras por encima de los partidos, ungidas como un juez partidor que distribuye poder y honores por sobre intereses particulares, buscando el bien del colectivo oligárquico. El epítome fue Jorge Alessandri en las postrimerías de la vieja República, muerta a manos de los militares; el error, Sebastián Piñera y su obsesión por la riqueza.
Sebastián Sichel es independiente, pero no tiene tradición política-práctica en la derecha, ni vínculos estrechos con la oligarquía. Es un Martín Rivas llegado de la nada, que ha cambiado incluso su nombre, que requerirá, para administrar el todo, de una base orgánica ajena, hoy muy debilitada o inexistente. Solo quedan las carcasas de la UDI y de Renovación Nacional; los poderes fácticos observan.
Para consolidar una base orgánica, si gana Sichel deberá convocar a algunos de los estos últimos e incorporar a Joaquín Lavín y a Ignacio Briones. Con un discurso maximalista que convoque e interprete a una derecha nueva, abierta a cambios reales, dentro de un sistema de economía social de mercado. La duda es si alcanza a comprender el tipo de esfuerzo político que requerirá siendo gobierno, para estibar la institucionalidad y la economía nacionales.
En el otro lado del espectro político, todo está en proceso. El triunfo de Gabriel Boric frente a Daniel Jadue, todavía deberá articular una alianza electoral ganadora, que encaje en el gen de cambio democrático que postula el Frente Amplio. Ello pasa por ir al balotaje. Por tanto, no puede empezar a certificar la muerte de los ancianos de la exConcertación porque aún deberá negociar con ellos, a todo evento para poder ganar. El instrumentalismo del PC –un partido más de fe que de política– no tendrá problemas para hacerlo, porque apuesta a lo ineluctable de la historia y del triunfo del comunismo, por sobre cualquier compañero de viaje. En este último sentido, Jadue le puede sobrar o entorpecer a Boric y al proyecto del Frente Amplio.
La impronta política de Boric es moderna, de matriz democrática y laica, y lo más probable es que se sintiera más cómodo en una alianza con los viejos del PS y el PPD que con el PC, sin problemas para asegurarles un retiro honroso si él gana. Una vez más la DC queda en un centro magro –los resultados del domingo, qué duda cabe, estrecharon sus opciones– pero aún tiene la eventual candidatura de Yasna Provoste, personalidad compleja y resistente a los desdenes de la vieja ex Concertación.
Lo trascendente es que, desde el punto de vista de la institucionalidad política del país, el próximo gobierno será uno de transición. Y sus requerimientos esenciales serían que habilite y ayude a validar el proceso constituyente, que ejerza el poder con cautela y templanza, que habilite las condiciones de una transformación económica, social y política del país, dentro del cauce democrático e institucional. En otras palabras, que sea una Presidencia no partidaria, dialogante, austera en el uso de la fuerza, con una proyección política en el nivel de lo meramente indispensable, que habilite y se sostenga en alianzas políticas que permitan un diálogo interfunciones con el Congreso Nacional, para favorecer una agenda legislativa cooperativa y no controversial.
Si los resultados de las primarias del domingo antepasado son premonitorios de algo parecido a lo anterior, es posible aseverar que el país está en buen camino. Por lo mismo, para que ello prospere, lo que se espera de los candidatos presidenciales no son grandes programas de gobierno con promesas estratégicas, sino realismo político y propuestas de alianzas políticas y electorales estables que le den capacidad de gobierno al país. No es un problema de jóvenes y viejos, sino de política y pacto constitucional, y de gobernabilidad democrática.