El riesgo es latente, sobre todo con el apresurado desarrollo de la Inteligencia Artificial. Estamos a un paso que se invente un escándalo o un delito que ponga en duda alguna persona o institución. No pongamos en riesgo nuestra democracia por unos puntos más en las encuestas, pero sobre todo no reemplacemos el debate público mediante algoritmos que interpretan nuestro pensamiento y discurso, y que pronto (o quizás ya está ocurriendo) tendrán total independencia y autonomía con la IA.
Recientemente, en una entrevista que dio al medio inglés The Telegraph, el escritor e historiador israelí Yuval Noah Harari se aventuró a señalar que el precipitado desarrollo de la inteligencia artificial (IA), al reemplazar el debate público a través de la creación del discurso sin la intermediación humana, podría constituirse en una seria amenaza a las democracias.
“Esto es especialmente una amenaza para las democracias porque las democracias dependen del debate y la conversación pública. La democracia es básicamente conversación, personas que hablan entre sí. Si la IA se apodera de la conversación, se acabará la democracia”, vaticina el investigador, en una larga entrevista que es mucho más sombría que optimista.
No deja de tener algo de razón. En las últimas semanas se han reportado cientos de casos donde la IA ha engañado al más avezado escrutador de datos. Un artista alemán desistió de un premio fotográfico porque reconoció que adulteró su obra mediante el uso de esta tecnología; en el parlamento japonés se descubrió que la pregunta de un legislador se hizo gracias a ChatGTP; un Papa fake, con parka abultada, llenó las redes sociales; y hasta estafas se han hecho manipulando la voz.
En paralelo, quizá no en un número tan abultado, han surgido también positivas utilizaciones de IA para la educación, la industria, el conocimiento, la ciencia, pero parece ser que esta esencia autodestructiva de la especie humana -tan patente con la emergencia climática, anunciada desde hace décadas y que pocos tomaron en consideración- hace que esas acciones se vean minimizadas por el aspecto negativo de la modernidad.
Pero volviendo a Harari, ¿estamos realmente al borde de un fin de las democracias, por lo menos como hoy las concebimos? En la Fundación Multitudes estamos desde hace por lo menos dos años advirtiendo de cómo la violencia digital y las fake news y la desinformación en redes sociales son una verdadera amenaza a la convivencia democrática. Hoy sale prácticamente “gratis” levantar desinformaciones para atacar al adversario. Cualquiera se siente con el derecho inventar noticias o tergiversar la realidad. Además, son las mujeres que están en espacio de poder o intentan hacer una carrera política las que con mayor frecuencia son víctimas de estos ataques.
Pero no basta con manifestarlo y patentarlo, como lo demostramos con dos contundentes estudios en el Parlamento y la ex Convención, y por eso hace unos días pasamos de la reacción a la acción, presentando un Pacto Ético Digital, que enviamos a todos los partidos políticos con representación parlamentaria, para la suscripción de sus dirigentes, militantes y candidatos al Consejo Constitucional (y que cualquiera que esté interesado puede descargar y firmar desde fundacionmultitudes.org).
El riesgo es latente, sobre todo con el apresurado desarrollo de la Inteligencia Artificial. Estamos a un paso que se invente un escándalo o un delito que ponga en duda alguna persona o institución. No pongamos en riesgo nuestra democracia por unos puntos más en las encuestas, pero sobre todo no reemplacemos el debate público mediante algoritmos que interpretan nuestro pensamiento y discurso, y que pronto (o quizás ya está ocurriendo) tendrán total independencia y autonomía con la IA.
¿Suena apocalíptico? No esperemos a comprobarlo.