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Proyecto colectivo y silencio Opinión

Proyecto colectivo y silencio

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Paulo Hidalgo Aramburu
Por : Paulo Hidalgo Aramburu Profesor Ciencia Política y Políticas Públicas, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Universidad de Talca.
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La democracia entrega las condiciones y los marcos y reglas, pero es la élite política y la ciudadanía la que debe marcar rumbos y preferencias. Chile en este cuadro claramente no cuenta con ‘mínimos comunes’ y buena parte de su drama es la acendrada desconfianza de la ciudadanía hacia las instituciones y en particular a la elite política. ¿Cuál es el proyecto colectivo de Chile hoy? ¿Cuáles son las metas comunes y mínimas que los chilenos debemos seguir? Digámoslo derechamente; me temo que no contamos con aquellos ‘acuerdos sobre fundamentales’ que hablan de una democracia viable y más o menos robusta.


Una de las grandes conquistas de la democracia desde la épica de la toma de la bastilla y la instalación de una asamblea nacional que derrocó al absolutismo, es sin duda la constitución de un cuerpo de ciudadanos y de un estado secular. Como se sabe el proceso fue largo para que crecientes segmentos de la población tuviera acceso al voto y así manifestar sus preferencias. Con todo, el asunto clave de enfrentar era cómo una sociedad de una amplia gama de ciudadanos y grupos sociales podía en verdad influir en el decurso de las sociedades.  

En buena medida JJ Rousseau elabora su clásico Contrato Social (1772) para intentar generar una meta de ‘mínimos comunes’ que pudiera expresar una voluntad colectiva verdadera. Pues bien, la tensión entre intereses minoritarios e intereses mayoritarios ha sido el núcleo de los debates contemporáneos. A tal punto que se habla de ‘acuerdos fundamentales’ cuando una sociedad logra bases mínimas de convivencia y acuerdos en dominios tan variados sobre salud, educación, pensiones, regulación del trabajo, inmigración, política exterior, estados de bienestar. Por cierto, como lo revelan autores como Charles Tilly la democracia fue una larga lucha social ( de dónde vienen los derechos) y política donde de manera fragmentada diversos sectores fueron incluidos a formar agenda y opinar con mejor propiedad, entre otras, en las materias señaladas.

Sin embargo, la democracia per se entrega las condiciones y los marcos y reglas, pero es la elite política y la ciudadanía la que debe marcar rumbos y preferencias. Chile en este cuadro claramente no cuenta con ‘mínimos comunes’ y buena parte de su drama es la acendrada desconfianza de la ciudadanía hacia las instituciones y en particular a la elite política. ¿Cuál es el proyecto colectivo de Chile hoy? ¿Cuáles son las metas comunes y mínimas que los chilenos debemos seguir? Digámoslo derechamente; me temo que no contamos con aquellos ‘acuerdos sobre fundamentales’ que hablan de una democracia viable y más o menos robusta. 

No tenemos acuerdo en educación; tampoco en pensiones, o en la relación del estado con el mercado; tampoco en aspectos tributarios; qué decir en el campo de la salud. Chile es una sociedad de la desconfianza y la liquidez de preferencias. El atributo de credibilidad hacia la élite política es bajísimo y eso conduce a un carrusel de ‘bandazos’ del electorado que prueba distintas fórmulas, en lo que un autor señaló como ‘consumo político vertiginoso’: ¿hacia dónde vamos como sociedad? ¿Cuáles son nuestras certidumbres? ¿que nos anima como un proyecto de ‘sociedad buena?. Por cierto, lo señalado se verifica en chilenos con identidades sociales volubles, complejas, que forman sus opiniones al calor una amplia gama de ‘vectores’: noticias fragmentarias, aspiraciones individuales, redes sociales amplias y complejas. Nada está asegurado al día de hoy como propuesta política duradera. Más bien estamos presos de una seria polarización política que en nada contribuye a acuerdos racionales y bien pensados. Como bien señalan los expertos, hemos pasado en los últimos años a una cierta mediocridad económica y política; la famosa ‘trampa del ingreso medio’.

¿Por qué el silencio? Porque a pesar de todo, la sociedad está conmovida por la conmemoración de los 50 años del golpe de estado. Por cierto, no hay verdades oficiales y la sociedad se expresa de modos muy diversos y en buena hora que así sea. Es un dato elemental que una gran mayoría de Chile no vivió el golpe de estado y es importante que, entre todo, se fijara a lo menos un minuto de silencio para establecer un luto compartido por la pérdida ominosa de la democracia, así como reconocer en moros y cristianos que los derechos humanos son un patrimonio de la humanidad y nunca debieron ser atropellados en la manera que se hizo en Chile. En su estilo el Dirigente RN Carlos Larraín señaló hace unos días que estuvo muy mal que se le diera chipe libre a la DINA!!. Nuestra misión es entregarle una memoria también a nuestros jóvenes y más pequeños sobre porque los derechos humanos son un bien supremo de la humanidad.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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