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¿En qué momento se jodió el centro de Santiago? CULTURA|OPINIÓN

¿En qué momento se jodió el centro de Santiago?

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Óscar Plandiura
Por : Óscar Plandiura Escultor, licenciado en Artes de la U. de Chile y maestro en piedra de la Escuela Nacional de Artesanos. Creador de la escultura de Víctor Jara
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Basta caminar por el casco histórico y el barrio cívico, para ser testigos de cómo la mayoría de los edificios patrimoniales, estatuas, fuentes de agua y monumentos públicos presentan un lamentable abandono. Recuerdo siendo niño de la mano de mi madre haber visitado el centro de Santiago y haber recorrido las clásicas redes de galerías comerciales de lujoso estilo art deco que atraviesan las calles céntricas, hoy desiertas vandalizadas o en ruinas. Junto a este triste panorama estremece ver como las puertas y vitrinas de las principales tiendas están tapiadas con latones para evitar saqueos, turbazos o incendios. Y por si todo lo anterior fuese poco, podemos agregar el insoportable olor a orines y fecas junto a humeantes cocinerías, comercio ilegal, lumperio desatado y comercio sexual a plena luz del día en la Plaza de Armas y calles aledañas. Como retoque final, presenciamos con espanto edificios completos tomados por bandas criminales de inmigrantes, que sumado a todo lo anterior, han transformado el centro de Santiago en un lugar insalubre, feo y extremadamente peligroso.


El 17 de septiembre de 1910, en la esquina de Estado con Huérfanos, un amplio e iluminado edificio, con modernos ascensores, abría sus cortinas de hierro a una multitud de frenéticos compradores que invadieron los distintos pisos del edificio de los recién inaugurados “Almacenes Gath y Chaves”, la primera mega tienda de departamentos de Chile.

El centenario de nuestra independencia fue la oportunidad para que la elite social y política se esmerara, como correspondía, en celebrar los cien años del nacimiento de la República de Chile. Se construyeron grandes mansiones de estilo neoclásico francés, la clase política se afanó en la construcción de numerosos, monumentos, y edificios públicos.

La mayoría de estas obras de arte y edificios más emblemáticos, hasta el día de hoy están allí; la Estación Mapocho, el Palacio de los Tribunales de Justicia, la Biblioteca Nacional, la entrada principal y fuente de Neptuno del cerro Santa Lucia, la Fuente Alemana, además de innumerables parques y estatuas.

Sin embargo, toda la lista de monumentos anteriormente descritos, palidecen, al compararlas, con la obra más importante de todas las inauguradas para la ocasión, el Parque Forestal, lugar donde además se levantó el Museo y Academia de Bellas Artes.

Expresión del enorme compromiso de las autoridades de la época, por impresionar a las futuras visitas y delegaciones extranjeras que vendrían a las ceremonias oficiales preparadas para la celebración del centenario, el gobierno de Chile en 1901 nombra comisionado a Alberto Mackenna Subercaseaux, asignándole recursos económicos ilimitados, para comprar y traer especialmente de Europa, las esculturas y el arte industrial que sirvieron para la creación del mencionado Museo de Bellas Artes.

Lo que el Estado de Chile, especialmente sus elites, buscaban con la realización de esta infinidad de obras y monumentos públicos, no era otra cosa que presentar de forma simbólica, credenciales al mundo, especialmente a Europa, de ser un país altamente civilizado, puesto que estas realizaciones, pretendían expresar esa virtud, exaltando el alto grado de cultura alcanzada durante los cien años de país independiente.

Compare usted la talla y el nivel de las obras y monumentos públicos anteriormente descritos, con los adefesios y mamarrachos inauguradas en el último tiempo, propuestas artísticas de dudoso valor estético que han sido financiadas por el Estado, administrado por políticos de todas las layas y colores, además de una nueva elite inculta y depredadora.

Así las cosas, basta caminar por el casco histórico y el barrio cívico, para ser testigos de cómo la mayoría de los edificios patrimoniales, estatuas, fuentes de agua y monumentos públicos presentan un lamentable abandono. Recuerdo siendo niño de la mano de mi madre haber visitado el centro de Santiago y haber recorrido las clásicas redes de galerías comerciales de lujoso estilo art deco que atraviesan las calles céntricas, hoy desiertas vandalizadas o en ruinas.

Junto a este triste panorama estremece ver como las puertas y vitrinas de las principales tiendas están tapiadas con latones para evitar saqueos, turbazos o incendios. Y por si todo lo anterior fuese poco, podemos agregar el insoportable olor a orines y fecas junto a humeantes cocinerías, comercio ilegal, lumperio desatado y comercio sexual a plena luz del día en la Plaza de Armas y calles aledañas. Como retoque final, presenciamos con espanto edificios completos tomados por bandas criminales de inmigrantes, que sumado a todo lo anterior, han transformado el centro de Santiago en un lugar insalubre, feo y extremadamente peligroso.

Es verdad que con el estallido social, la pandemia y la llegada de miles de inmigrantes este deterioro se acelera, pero sería injusto y de un oportunismo politico, afirmar que todo comenzó a partir del 18 de octubre del 2019.

¿Entonces en qué momento se jodió el centro de Santiago?

El arte en el espacio público y el compromiso con la belleza de una ciudad, no es neutro, recrea un contexto histórico de auge o decadencia. Es la expresión de una sofisticada convivencia cívica, o por el contrario, una convivencia violenta, sucia y peligrosa para quienes la habitamos.

No está claro cuando empieza la decadencia, tal vez esto haya comenzado de forma lenta y gradual a partir de los años 70. Sin embargo podemos afirmar con seguridad, que tras el golpe de Estado de 1973 es cuando se puso fin a la vida cívica y a una forma republicana de entender y habitar la ciudad. Se clausuró el Congreso Nacional y junto con ello el tránsito de los parlamentarios por la vía publica junto a los ciudadanos como algo normal y cotidiano. Para qué hablar del toque de queda, que le puso una lápida a la cultura y a la bohemia propia del centro y de cualquier gran ciudad.

Más tarde, con la llegada de la democracia y Jaime Ravinet a la alcaldía de Santiago, donde estaría 10 años, la situación empeora. Ravinet promueve la densificación urbana del casco histórico, aquí se flexibilizan los planes reguladores sin ninguna restricción, permitiendo que el número de habitantes en una manzana se multiplicara en algunos casos hasta por 20.

Hoy la comuna de Santiago tiene planes reguladores mucho más restrictivos que han derivado a una baja ostensible en la construcción de grandes torres y edificios, sin embargo el legado de Ravinet fue irreversible. El daño está hecho. Decenas de construcciones señoriales y manzanas completas de innegable valor artístico y patrimonial, cayeron bajo los golpes de la picota, dando paso a edificios de departamentos que se usan como bodegas, hoteles informales y para el comercio sexual. Además pisos completos están siendo comprados por inversionistas cuyo dinero es de dudoso origen.

Por otro lado, la prácticamente ausencia de regulaciones en el periodo del mencionado alcalde, dieron espacio a las constructoras para que bajaran sus costos al máximo, por tal razón vemos edificios de 20 o 25 pisos relativamente nuevos, que lucen en estado calamitoso.

Como última reflexión, a la luz de los últimos escándalos asociados a la forma como se entregan miles de millones de pesos a fundaciones de todo tipo, ha quedado al desnudo las características de la nueva elite y especialmente la clase política que hoy nos gobiernan.

Aquí se ha evidenciado la peor cara de la degradación del mecenazgo político que hoy nos rige. La clase política hace lo que sea para dar con el gusto de la galería, se han empeñado en idolatrar pseudo creaciones con la monserga de que todo es válido. El grafiti realizado por un flaite en la muralla del vecino o en un vagón del Metro, es puestos en la misma balanza con las más bellas esculturas públicas realizadas por Rebeca Matte, Nicanor Plaza o Virginio Arias. Todos en su pretensión de ser únicos y originales, todos, todas y todes pretendiendo tutearse, porque se imaginan del mismo nivel de talento, inteligencia y mérito.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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