“Estamos acostumbrados a pensarlo banalizando el psicoanálisis, en etapas o hollywoodensemente como ruptura, reconciliación, y en realidad lo impresionante es que estos vínculos no se cierran ni siquiera con la muerte”, señala el autor en esta entrevista sobre el vínculo.
“Ser padre consiste en dejarse ganar hasta el día en que la derrota sea verdadera”, se lee en la contratapa de “Literatura infantil”, el último libro del destacado escritor y poeta chileno Alejandro Zambra (Santiago, 1975).
Es una frase que arranca sonrisas, y en principio hasta podría parecer una verdad absoluta.
Pero no es tan claro que todos los padres se dejen ganar por sus hijos: algunos les compiten, otros los juzgan o incluso se adueñan de sus triunfos.
Paternidades hay muchas, pero en “Literatura infantil”, Zambra nos habla de la suya: una paternidad tardía, consciente, devota y criadora, que acompaña, juega, tantea y observa.
Y en el misterioso proceso de recibir y ver crecer al hijo, revisa su propia hijitud o hijez o hijiedad, mata a su padre y lo revive, se convierte en un hombre de doble militancia, es padre e hijo a la vez, y esa mirada dual la comparte en una mezcla de memoria, ficción y poesía.
Nos presenta a su hijo Silvestre, mitad chileno, mitad mexicano y relata sus nuevas labores con lucidez, frescura y mucho humor/amor, como en este párrafo largo y maravilloso, en el que es difícil no reconocerse, se tenga hijos o no:
“De todas las especialidades de cuidados paternos- lazarillo de escaleras, asistente de vestuario, hermanador de calcetines, recolector de juguetes regados por el suelo, cheerleader de almuerzos, salvavidas de piscina individual, etcétera- la que he desempeñado con mayor alegría y creo que destreza ha sido la de inventor e intérprete de voces de toda clase de objetos, algunos bastante típicos- una preciosa jirafa ‘transicional’ o unos títeres de dedo que hablan español con distintos acentos- y otros harto más difíciles de humanizar como la cafetera, las ventanas, el estuche de la guitarra, el omnipresente termómetro y hasta algunos artefactos que considero de entrada antipáticos, como la pesa o- cómo la odio- la olla a presión”.
Autor de aclamadas obras, como “Bonsái”, “Formas de volver a casa” y “Poeta chileno”, Alejandro Zambra es una de las voces del Hay Festival Querétaro, que se realiza en esa ciudad mexicana entre el 7 y el 10 de septiembre.
A los 20 minutos de vida de tu hijo lo agarraste y separaste la sombra que formaban juntos en la pared. ¿Qué nace en ese momento?
La sensación de compañía y el vértigo.
Me interesaba esa imagen aparentemente boba de la satisfacción. ¿Viste que los hombres somos cuidadosos a la hora de tomar bebés ajenos?, y cuando tomas al hijo propio, existe esta fragilidad grande, mezclada con la maravilla, la fascinación, la felicidad.
Los que fuimos padres tardíos, tuvimos muchísimos años para imaginar, con discusiones, decisiones, replanteamientos; para quienes llegamos convencidos a la paternidad biológica es muy emocionante el momento en que se concreta lo animal.
Recuerdo la sombra, me impresionaba porque justo se dio un enfoque en que alcanzaba a aparecer ese pequeño cuerpo, generando un solo bulto.
Dices que en algún momento el hijastro te elige como papá y que, en el fondo, todos los padres esperan que su hijo los elija. El tuyo es pequeño todavía para hacerlo, pero ¿elegiste a tu papá después de todos los conflictos: “siempre gritaba más fuerte y nunca me pedía perdón”?
He aprendido que no hay más que un aprendizaje continuo, un fluir que se puede bailar.
Mi papá y yo aprendimos hace tiempo a discutir y nunca nos hemos distanciado. Eso se lo reconozco, porque las ganas de distanciarse sí las tuve, pero él nunca estuvo dispuesto. Peleas grandes y definitivas para mí, no se traducían en distancia real.
Aunque era un modelo de paternidad vertical y machista, mi papá, desde que yo recuerdo, me decía te quiero. Tampoco había distancia física.
Era más bien una cosa masculina del hombre que no entiende el rencor, el que te reta (regaña) y luego no comprende que sigas enojado; te dice, oye, te reté por esto, no estamos enojados, pero yo sí estaba enojado.
¿Será que muchos padres ven el regaño como parte de su rol?
El ejercicio de reflexionar sobre el rol no existía, pero la conciencia de rol sí.
Luego, compararse con el padre es una trampa tan inevitable como no compararse. Yo fui papá los 42 y él a los 24. Podría decir okey, no tengo nada que ver con ese modelo, soy un hombre nuevo, pero eso es falso.
Me interesa más indagar en esos reductos de masculinidad y preguntarme qué de eso hay en mí, qué pervive.
“… mi padre dice que para mí no existía la palabra no y yo crecí creyendo que para mi padre solamente existía la palabra no”. ¿Se le debe obediencia al padre?
No, sí, no sé.
Siento que todas las discusiones actuales son sobre autoridad y sobre legitimidad. Me parece fascinante aterrizarlas en la vida cotidiana.
Una cosa es desconfiar de la autoridad e intentar construirse de una manera distinta cuando no tienes a quien cuidar ni proteger, pero cuando lo tienes, cada situación es distinta.
El único conflicto del que todos somos parte es la dictadura del tiempo cronológico con el teléfono arrinconándonos. Estamos angustiados, eso nos hermana.
Y parte del vínculo con mi hijo tiene que ver con experiencias del tiempo que construyan profundidad: la música, el juego, son espacios de reunión. Eso me interesa como crianza, que él sienta que estamos los dos implicados, que su conciencia del tiempo cronológico se establezca sin volverse angustiosa.
Es algo muy muy difícil, no sabría cómo solucionarlo, porque todos los días lo llevo a la escuela y mientras lo apuro pienso: a mí no me gusta que me apuren.
Cuando nació, tenía claro que crear y criar no serían rivales; al contrario, quise priorizar lo que tienen en común: son tiempo fuera del tiempo. Y rehabilitar el espacio del juego es muy divertido, es la capacidad de habitar el tiempo.
Ibas a diario a comprar el pan con tu hijo y en una oportunidad alguien te pregunta, ¿y este niño no tiene mamá? ¿Compiten maternidad y paternidad?
Sí, claro. Esa misma escena está teñida de mucha angustia, porque la viví como algo agresivo, pero inmediatamente pensé, bueno, esto es lo que viven las mujeres todos los días, esta clase de agresividad directa.
¿Era una crítica a la madre que no está presente?
O al hombre ridículo que se hace cargo de labores femeninas.
Fue una escena irracional. Después comentándola, vi que a otros hombres también les había pasado.
Aunque a veces te miran aprobatoriamente, a los hombres se nos celebran muchas cosas que si las hace una mujer son invisibles. Te sonríen en la calle un montón.
Cuando iba a esa misma panadería era una fiesta, y la verdad es que las mujeres, con o sin hijos, son más receptivas a los niños que los hombres sin hijos.
Hay hombres que no tienen ninguna sensibilidad respecto de los niños.
Cuentas que a veces solucionas la rabia o la melancolía jugando con tu hijo, “como si su existencia funcionara no sólo como un pasatiempo sino también como un antidepresivo o un ansiolítico”. ¿Cómo calman los hijos?
La sola imagen de un niño jugando me resulta muy tranquilizadora: mientras pueda jugar, hay algo que está bien.
También es invertir la imagen clásica de la responsabilidad. ¿Cómo traes hijos a un mundo como éste? Y eso, con la lógica sesentera o con la actual del cambio climático, es una pregunta muy difícil.
No hay respuestas racionales, hay algo que roza el misterio y en el fondo ser padre, madre, nos reconcilia con el misterio.
Cuando ocupamos el lugar de quien tiene que explicar el mundo, porque mi hijo hace muchas preguntas, te das cuenta de que eres un emisario de la persistencia del misterio, más que un explicador.
Has observado a padres “que lo toman con lucidez, humor y humildad y otros que se desesperan por buscar la juventud y se alejan y otros que combaten la pulsión de la muerte con misiones o decálogos para prolongar en los hijos sueños interrumpidos”… ¿Qué modelos identificas?
Es impresionante la escasez de representaciones.
Conozco hombres que resultaron modélicos en su paternidad, pero son excepciones que confirman la regla, esta idea del padre ausente o cuya presencia se parecía bastante la ausencia: el papá salía temprano, volvía tarde, y el fin de semana estaba y su presencia significaba algo, a veces silencio, a veces alegría.
Normas más, normas menos, pero era una excepción.
La lengua materna era directamente la lengua de la madre, lo que sucedía en la sobremesa, que asocio a mi abuela materna, porque era la protagonista.
Ahí aparecía el chisme, el pelambre, las innumerables rondas de hallulla, de marraqueta (tipos de pan chilenos), aparecía el esplendor del lenguaje, el placer del chiste, las salidas musicales.
¿De la paternidad jerárquica, ausente, hacia dónde hay que construir?
No extraería conclusiones generales, la experiencia de cada cual es la fuente.
Quizá lo que hay que deconstruir es la tendencia a la generalización, a establecer roles fijos, inmutables, que impidan que cada ser humano manifieste su individualidad.
¿Cómo quieres ser tú como padre?
Me va a costar ser ese papá que acompaña sin estorbar.
Es el mayor lugar común del mundo, pero siento que uno aprende mucho observando a los niños.
El tema central del libro, aunque es difícil de resumir, es el hecho de que olvidemos lo que a través de nuestros hijos podemos tener la sensación de recordar.
Olvidamos, no lo que sabemos, sino el hecho de haberlo aprendido.
No somos capaces de recordar que no sabíamos hablar, que no sabíamos caminar. Y vemos todo eso en nuestros hijos y es imposible no espejear y reformular casi por entero tu vida.
“A veces cuando los padres felicitan a sus hijos se están felicitando ellos mismos”. ¿Hay mucho ego en la paternidad?
Es difícil ir calibrándolo. Creo en la autocrítica festiva, en no tomarse tan en serio, en incorporar ciertas dosis de humor en todo.
Inevitablemente te das cuenta cuando estás muy satisfecho de que tu hijo se parezca a ti, pero igual me da risa.
Me pasa con lo chileno, porque vivo en mexicano y la contienda es desigual: todo alrededor es mexicano, la familia mexicana es grande, estudia en mexicano, pero hay una parte muy ridícula de la paternidad en que me preocupa mucho lo nacional.
Cuando él recién hablaba, lo llevaba en caballito y le enseñaba la ciudades de Chile, le decía los nombres, ¡Ari…ca!
Era muy divertido, pero mientras sucedía eso, yo decía, qué patético lo que está pasando.
En el cuento “Garabatos”, que hace parte del libro, el padre del niño que teme a los perros, le dice que enfrente sus miedos. ¿Cuáles son los mensajes que mandan los padres para que el hijo sea fuerte?
Quizá el énfasis equivocado que recibimos tenía que ver con la fuerza física y con la indolencia.
Ese cuento surgió de un deseo de recordar cómo era el vínculo con la violencia verbal y física.
De pronto con mi niño en brazos, me acordé del patio de mi colegio El Don Orione, en Cerrillos, a los 8 años, con una marraqueta con palta que costaba 30 pesos, sentado con otros niños, mirando cómo los más grandes se agarraban a combos (golpes), como ante un espectáculo de boxeo.
Esa imagen me resultó impresionante porque es un recuerdo nuevo, algo que había olvidado.
Empecé a pensar sobre cómo vas a educar a tu hijo en estos asuntos.
Es un mundo que rechacé, y que no fue tan conflictivo para mí, porque yo era alto, sabía que tenía que fingir que no te importaban los sobrenombres, pero nunca fui objeto de bullying, era dialogante, qué sé yo.
Algo central de ese cuento es lo difícil que es la confianza entre los hombres, la amistad, pero hay otra cosa que me también me interesa mucho: puede que ese mismo padre, si lo vemos crecer, resulte luego ser alguien capaz de mostrar su fragilidad, ese padre de 30 años que le decía a su hijo tienes que ser un hombre, no tienes que llorar, a los 50 lloró.
Y después, a los 65 años, sus nietos lo vieron confesar que tenía un taxi porque no le alcanzaba la jubilación, y que en realidad no era un ganador.
¿Cuáles son las causas para matar al padre y cuáles para resucitarlo?
Lo importante es que los vínculos de parentesco no terminan.
Estamos acostumbrados a pensarlo banalizando el psicoanálisis, en etapas o hollywoodensemente como ruptura, reconciliación, y en realidad lo impresionante es que estos vínculos no se cierran ni siquiera con la muerte.
Todavía estoy en la doble militancia, soy padre y soy hijo a la vez, pero me da la impresión de que lo que hace la muerte es reformular y remecer.
En ningún caso es una clausura, más bien es un comienzo.
Ese movimiento fuera de la literatura me resulta muy angustioso, pero dentro de ella es un espacio incluso de gozo. Nos están exigiendo resolver, ¿cómo es esto? No tenemos tiempo para pensar en nuestra relación con nuestro padre, con nuestro hijo, no hay tiempo.
Entonces ese otro tiempo de la literatura, yo creo que lo necesitamos.
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