Debido al alto nivel de ingresos en Estados Unidos, su mercado alimentario tiene sectores y nichos sofisticados de consumo muy estables, al alcance de la industria chilena y de alto valor: los mercados regionales y étnicos, por ejemplo. Para ello debemos dejar de lado las rutinas de las dos últimas décadas e “ir con todo” por los estados del interior de EE.UU., con productos novedosos y en los nichos de alto valor agregado. Lo hemos hecho con éxito en otras ocasiones, pero ahora necesitamos darle continuidad como “política de Estado”.
Hace ya algunas semanas, celebramos los 20 años del TLC firmado con los EE.UU. Esta vez fue con menos fanfarria que los primeros 10. Muy justo, por lo demás, pues hay menos que celebrar. Ahora somos los campeones del Asia-Pacífico. Y con esto vuelvo a preguntarme si le hemos –o no– “sacado el jugo” a los tratados de libre comercio (TLC) que hemos firmado. Aprovecho de recordar que esto no es menor, ya que los TLC “abren” oportunidades, pero también traen consigo muchos y elevados costos, y estos –casi siempre– son ignorados.
Y por eso debemos preguntarnos cómo estamos aprovechando este TLC. Personalmente, creo que lo estamos haciendo solo a medias. No es pesimismo ni “mala honda”, como me han dicho más de una vez. Es simplemente la constatación de que estamos ignorando o dejando pasar oportunidades. Reitero, no le “hemos sacado el jugo” a este importante y predecible mercado. De hecho, hemos “perdido mucho terreno” frente a la competencia.
Inicio mis comentarios destacando que –en mi opinión– hace ya un par de décadas que perdimos el “foco” en nuestra política de relaciones económicas internacionales y de comercio (¡tal vez nunca lo tuvimos!) y nuestra política comercial pasó a ser la firma de nuevos TLC como un fin en sí mismo. Así, una vez ratificado el TLC con EE.UU. y “abierto” el mercado, simplemente nos aseguramos –solo a medias– de que se cumpla lo acordado, para luego dejar que decidiera el mercado. En el caso de los Estados Unidos –ciertamente en el sector silvoagropecuario y alimentario– no hemos tenido políticas comerciales para desarrollar ese mercado con una visión de mediano y largo plazos.
No hemos sido capaces de anticipar el impacto de la política de “apertura” comercial bilateral de los EE.UU., de entender los cambios que se generarían en ese mercado, su desarrollo de mediano y largo plazo, y su inserción en la economía global. Simplemente, no supimos responder a los nuevos desafíos, a las nuevas demandas y necesidades del mercado y, consecuentemente, “ajustar” nuestras políticas de promoción y de fomento de exportaciones. Nos dejamos estar y “miramos a huevo” a la competencia, y no actualizamos la institucionalidad comercial. No hemos “estado a la altura” de las nuevas necesidades.
La “escasez” de estudios y propuestas recientes, y en profundidad del TLC, del mercado de los Estados Unidos y de su posible evolución futura, creo que es evidencia de esta situación. Para muestra un botón: “20 AÑOS: TRATADO DE LIBRE COMERCIO CHILE – ESTADOS UNIDOS” (Subrei, agosto de 2023). Más allá de estadísticas y gráficos bien presentados –parciales, en todo caso–, creo que este documento entrega poco y nada en materia de análisis. Algunos y algunas podrán calificarlo como buena publicidad. Personalmente lo dudo. El capítulo 4, “Conclusiones, desafíos y oportunidades”, aporta muy poco en materia de contenido, sin ofrecer una visión de futuro para el desarrollo de este mercado y sin “propuestas oficiales” a ese respecto.
En nuestro tema, el documento olvida destacar que, hasta hace muy pocos años, Chile, junto a Canadá, eran los países que tenían el mayor grado de apertura y acceso al mercado de productos agropecuarios, forestales y de alimentos de los Estados Unidos. Hoy, tenemos autorización para exportar todo lo que se produce comercialmente en esos rubros en Chile. No ha sido fácil y hemos pasado apuros. Y hay más, Chile y Canadá son los únicos países que están autorizados a exportar todas las carnes de vacuno, cerdo, cordero y de aves. En cuanto a las carnes de aves, hay solo un puñado de países autorizados a exportar, pero procesadas y bajo ciertas condiciones.
¿Y por qué creo necesario destacar todo esto? Porque gracias al esfuerzo profesional coordinado de los Servicios públicos, así como de productores y exportadores, este ha sido un logro enorme de Chile. Y este es un logro que no puede ser ignorado, pero que hemos naturalizado y olvidado. Reitero el mensaje que espero transmitir en estas notas: no estamos “dando el ancho” en el mercado de Estados Unidos: en algunos casos hemos aprovechado las oportunidades existentes y/o generado nuevas; en otros, lo hacemos solo a “medias”; y en muchos casos, no hemos sido capaces de administrar adecuada y oportunamente las oportunidades a que podemos acceder mediante el TLC. Nos hemos equivocado en materia de prioridades de la política comercial y hemos implementado una limitada y errada “gestión” de las oportunidades existentes o que podrían generarse en ese mercado.
Chile Potencia Alimentaria ha tenido solo un desempeño “regular” en los EE.UU., y muy desigual en los varios productos con los cuales nos hacemos presentes en ese mercado. Las exportaciones totales del sector agrícola y alimentario (Códigos HS01 – HS24) crecieron de un promedio de 2.409 millones de dólares durante los primeros 5 años del TLC a 4.742 millones de dólares durante el período de 2018-2022. Estas cifras representan el 36% y 38%, respectivamente, del total de nuestras exportaciones a Estados Unidos. No está mal, excepto por el hecho de que las exportaciones de México crecieron –durante el mismo período– de 9.848 millones de dólares a más de 32.726 millones de dólares.
Sin embargo, es en las frutas y hortalizas frescas (HS08) donde se visualiza más claramente la dificultad para competir: Mientras las exportaciones de México crecieron de 1.267 millones de dólares a 6.632 millones de dólares (mismo período), nuestras exportaciones tuvieron un aumento mínimo de 1.154 millones a solo 1.447 millones de dólares. A su vez, las ventas de Perú –que hemos mirado en menos por mucho tiempo– crecieron de 58 millones de dólares $1.472 millones de dólares, superando nuestras ventas. Y Colombia, Argentina y Brasil van por el mismo camino.
Así, nuestra participación en este mercado se redujo del 17% a solo 7% durante el período. Productos como uvas de mesa, manzanas, peras y kiwis se han visto afectados por la “pérdida” de mercados, pero la caída más estrepitosa de los últimos años se produjo en las paltas, que cayeron de casi 137 millones de dólares a sólo 25 millones de dólares.
Actualmente, son pocos los productos que están siendo realmente exitosos en el mercado de EE.UU. y que podamos decir tienen un futuro asegurado. De hecho, no los hay y es por ello que debemos darle un nuevo y potente impulso a la relación comercial con los Estados Unidos. Las carnes de ave, por ejemplo, ya mencionadas anteriormente, inician las exportaciones en 2008 con 3 millones de dólares y alcanzan un promedio de más de 233 millones de dólares durante los últimos cinco años. Ciertamente han sido exitosas comercialmente, pero son vulnerables a posibles “riesgos” sanitarios, como nos ocurrió este año con la influenza aviar.
Otro sector también exitoso es el de las exportaciones de salmón –destacadas en el informe de la Subrei–, excepto por el hecho de que todavía viven a la “sombra” de los episodios de la Infectious salmon anemia (“Virus ISA”) hace unos 15 años, y las reiteradas protestas de ambientalistas por el uso de antibióticos en los centros de cultivo.
Tampoco podemos dejar fuera a las exportaciones de vino, producto “estrella”, hasta la irrupción de los Malbec argentinos que nos bajaron del pedestal y de muchas estanterías en las tiendas y supermercados en los Estados Unidos.
Ya destacamos que las exportaciones de frutas están bajo la creciente presión de México, Colombia, Perú, Argentina y Colombia, y otros países. Pero no es solo la arremetida exportadora de competidores la que debemos enfrentar. SAG ha realizado –y continúa realizando– una gran labor en el frente fitosanitario, pero enfrenta crecientes presiones debido a la escasez de recursos y porosidad de nuestras fronteras y el ingreso de pestes exóticas que se incrementa en las últimas décadas, desafío que nos han dado muchos dolores de cabeza, particularmente en EE.UU.
Reitero, creo que estamos “quedando cortos” en el mercado estadounidense. Es cierto, la competencia ha sido muy dura y crece. El “mercado” parece estar ganando la “pulseada” y prefiriendo productos de otros orígenes. Tomamos la ruta fácil: cantidad por sobre calidad. Nos encantamos con ser el “Número 1” en esto o lo otro (sugiero mirar el documento de la Subrei), apuesta que nos llevó a intensificar la explotación de nuestros escasos recursos naturales a fin de conseguirlo y luego mantenerlo, pero “miramos a huevo” a la competencia, sin pensar que otros países seguirían la misma ruta, ignorando que no sería fácil competir con aquellas naciones ricas en recursos naturales.
Naturalizamos esta agenda y así pasó a ser nuestra “propuesta” para este mercado. ¡Y luego perdimos el pedestal en el mercado estadounidense! Ante la ausencia de una política de “Estado” con prioridades claras para el desarrollo de este mercado, simplemente los “negocios” se han movido en busca de nuevas oportunidades de negocios.
Pero ¿pudimos hacer más? Sí, creo que podemos y debemos. Debido al alto nivel de ingresos en Estados Unidos, su mercado alimentario tiene sectores y nichos sofisticados de consumo muy estables, al alcance de la industria chilena y de alto valor: los mercados regionales y étnicos, por ejemplo. Para ello debemos dejar de lado las rutinas de las dos últimas décadas e “ir con todo” por los estados del interior de EE.UU., con productos novedosos y en los nichos de alto valor agregado.
Lo hemos hecho con éxito en otras ocasiones, pero ahora necesitamos darle continuidad como “política de Estado”, con el apoyo de una institucionalidad moderna y profesional, y con coordinación efectiva, capaz de potenciar las oportunidades ya existentes y desarrollar nuevas. El mercado alimentario estadounidense cambió y nosotros debemos adaptarnos y no abandonarlo. Estados Unidos también nos necesita. ¿No es así, consejero Sullivan?