En su nuevo libro “Democracias en peligro”, el excanciller repasa los factores tras el declive democrático en varios países de Latinoamérica, desde donde observa, por ejemplo, el fenómeno transnacional del crimen organizado, los procesos migratorios y su impacto en las relaciones diplomáticas.
En el marco del lanzamiento de su nuevo libro Democracias en peligro: regresión democrática en Latinoamérica y propuestas de futuro, el excanciller Heraldo Muñoz aborda las complejidades y riesgos que caracterizan a las democracias en la región, como la influencia de los populismos autoritarios y la crisis de gobernabilidad tras el avance del crimen organizado.
El texto además cuenta con el sustento de informes y encuestas de organismos internacionales, información cruzada por una reflexión política y académica a partir de la experiencia de Muñoz, no solo como excanciller sino también como exsubsecretario general de Naciones Unidas y exdirector regional del PNUD para América Latina y el Caribe.
“La preocupación por la democracia es con su gradual y persistente declive; ya no a través de golpes de Estado, sino que de manera furtiva, incluso a partir de gobiernos autoritarios elegidos inicialmente de manera más o menos democrática que terminan secuestrando la democracia. La polarización política y social en contextos de crisis pandémica y económica, migraciones irregulares, crimen doméstico y transnacional, entre otros, han permitido el surgimiento de voces extremistas que cuestionan la democracia”, señala en la introducción.
En conversación con El Mostrador, Muñoz también analiza las tensiones diplomáticas con Venezuela, ante lo cual afirma que es “necesario agotar todos los recursos y canales bilaterales”, por lo que es partidario de no romper relaciones con el “régimen” de Nicolás Maduro. En esa línea, también se refiere a la importancia de la cooperación regional para enfrentar la inmigración irregular y el crimen transnacional.
-¿Cuáles fueron los principales factores que incidieron en la actual degradación democrática en Latinoamérica que usted sostiene en el libro?
-La democracia está bajo ataque en América Latina y en varios otros lugares del mundo. A mi juicio, el gran debate global, más que entre izquierda y derecha, será entre quienes apoyan la democracia y quienes desean subvertirla de diferentes maneras.
Detrás del declive de las democracias hay factores como la corrupción, la delincuencia y el crimen organizado, las desigualdades sociales persistentes, el efecto Trump de desconocer el Estado de Derecho –basta recordar a Brasil bajo Bolsonaro–, y que la gobernabilidad se ha tornado más difícil porque han surgido nuevos retos, nuevas identidades y una mayor diversidad social.
Los golpes de Estado tradicionales han dado lugar a lo que yo denomino el “secuestro de las democracias” desde adentro, de manera gradual y furtiva, por autócratas que digitan las ansiedades y el malestar ciudadano para hacerse con todo el poder, debilitando o arrasando con la separación de poderes.
-¿Qué nos dice la evidencia sobre las principales manifestaciones de esta regresión democrática?
La evidencia es clara. Diversos estudios muestran que América Latina sigue cayendo en los rankings de democracia. Hemos retrocedido más de una década en calidad de las democracias. Informes recientes de Reporteros sin Fronteras revelan récords en la cifras de periodistas hostilizados o encarcelados en diversos países, y los asesinatos de periodistas se han extendido, siendo México un caso crítico al respecto.
La degradación democrática se percibe en los discursos violentos y moralizantes, generalmente en contra de los políticos, y esto va acompañado de la espectacularización de las denuncias sobre corrupción y abusos de poder, la construcción de enemistades, y el cultivo del desprecio por lo divergente. La amistad cívica se esfuma, como ya sucede en distintos países. La radicalización de los conservadores polariza la política, estrecha las opciones de centro y pone en agenda temas extremos de “guerra cultural”. Y la izquierda moralizante e identitaria también reduce el espacio de la centroizquierda.
-El ejercicio democrático del poder parece ser el gran ausente de los gobiernos populistas. ¿Qué reflexiones desarrolla respecto a las alternativas que hoy día ofrece la política, en tiempos donde las matrices de derechas e izquierdas se han desdibujado, y donde la ciudadanía demanda soluciones inmediatas?
-Hoy casi todas las democracias son más frágiles que hace una década. El poder presidencial se desvanece rápido y las lunas de miel de los gobiernos recién asumidos son cada vez más cortas, porque la ciudadanía desconfía de la política y demanda soluciones inmediatas a los problemas. Por eso surgen los “salvadores de la patria” que ofrecen resolver problemas complejos en corto tiempo, sin ideas coherentes, a cambio de acumular poder y que la gente resigne libertades. Como fracasan, le echan la culpa a la política y la gente termina harta de todos y vota castigo por los candidatos más antisistema. Milei en Argentina es un ejemplo.
-En ese sentido, ¿cuál es su lectura de las diferentes situaciones que estamos viendo en la región y que representan esta regresión democrática? Por ejemplo, lo que está ocurriendo en Venezuela con el cuestionamiento a las elecciones presidenciales de este año, donde incluso Lula y Petro criticaron los impedimentos para la inscripción de las candidatas opositoras; el ingreso de la policía ecuatoriana a la embajada de México; la reelección de Bukele; la penetración del crimen organizado, etc.
-El deterioro democrático interactúa con problemas como la violencia delictual. Ecuador era un país relativamente seguro hace una década, y en la última elección presidencial un candidato cuyo programa era el combate a la corrupción fue asesinado, y los candidatos restantes hicieron sus cierres de campaña usando chalecos antibalas.
Venezuela demuestra que no basta con acceder de manera más o menos democrática al poder, sino que el ejercicio democrático del poder es crucial. Hugo Chávez inicialmente ganó elecciones más o menos democráticas, y luego arrasó con los poderes Legislativo y Judicial, y Venezuela se transformó gradualmente en dictadura. Los autócratas hoy usan las instituciones del sistema democrático, las elecciones, los medios de comunicación, la libertad de expresión, etc., y luego capitalizan antidemocráticamente los malestares de las sociedades.
Bukele le ofreció a la ciudadanía reducir los homicidios y la inseguridad en El Salvador a cambio de que la población renunciara a libertades básicas, a la separación de poderes, al respeto a la Constitución, al Estado de derecho. Y él se autodenomina el “dictador más cool del mundo”, puesto que redujo notablemente el crimen de las pandillas, la gente lo premió con un enorme apoyo. La lección es que toda democracia debe garantizar el derecho humano a la seguridad, la ciudadanía quiere vivir en paz, en tranquilidad, con progreso social.
Volviendo a Venezuela, Maduro prometió, en el Acuerdo de Barbados, garantías democráticas para las elecciones presidenciales, y, por el contrario, prohibió la candidatura opositora de María Corina Machado, ha encarcelado a personas del entorno de Machado y otros disidentes, y ha incumplido su promesa de organizar elecciones libres y limpias. Por eso, los presidentes Lula y Petro han criticado públicamente la ola represiva del régimen de Maduro. La única esperanza es que las presiones del Consenso de Brasilia, liderado por Lula, surtan efecto en Maduro. Se ve difícil.
-En relación con lo que está pasando en nuestro país, ¿cuáles son los principales riesgos que identifica y qué acciones debiese tomar el sistema político en un contexto de demandas sociales no resueltas y avance del crimen organizado?
-Lo más importante en Chile es que hemos sido incapaces de consensuar un gran pacto social de futuro sobre los principales desafíos nacionales, que mire a las próximas décadas y no a las próximas elecciones. Igualmente, se requieren reformas del sistema político para evitar la enorme fragmentación y dispersión de partidos políticos que hace predominar el interés personal o de los partidos y micropartidos. La derecha ya olvidó el estallido social, cuando el modelo socialdemócrata pasó a ser ampliamente apoyado, incluso por importantes empresarios, y ahora la derecha se niega a legislar un pacto tributario para recaudar y financiar de manera sostenible reformas sociales, acordar una reforma de pensiones para un sistema de seguridad social, etc. No hemos aprendido nada, parece.
-¿Qué destacaría del último capítulo sobre recomendaciones para mejorar el estado de las democracias en América Latina, atendiendo a las características propias de las democracias del siglo XXI?
-En cuanto a recomendaciones para mejorar las democracias que tenemos, lo primero es constatar que nadie lo hará por nosotros. En el libro propongo acrecentar la participación ciudadana, fortalecer los mecanismos regionales de promoción y defensa de la democracia, mejorar las capacidades para un buen gobierno, cooperar regionalmente contra la inmigración irregular y el crimen transnacional, y regular las grandes empresas tecnológicas de big data. Agregaría que no hemos sido capaces de hacer las reformas profundas para reducir las desigualdades sociales y hacer justicia, o atacar con más decisión la corrupción y el delito.
-En ese sentido, ¿qué rol cumple, a su juicio, la revolución digital en términos de soluciones y amenazas a la democracia?
-Uno de los fenómenos más inquietantes que amenaza las democracias son las redes sociales y la Inteligencia Artificial (IA). La revolución digital y la IA plantean grandes avances, pero también acarrean grandes peligros como el ciberespionaje –ya vivimos bajo un capitalismo de vigilancia, sostiene una académica de Harvard– la difusión de fake news para intervenir elecciones, los ataques ransomware e, incluso, la aparición falsificada de personalidades haciendo anuncios políticos o promoviendo productos gracias a los deepfakes de la IA generativa, todo lo cual supone riesgos emergentes a la democracia.
-A propósito de la contingencia y la tensiones diplomáticas con Venezuela, ¿cuál es su lectura respecto a las expectativas de colaboración y los llamados a romper relaciones que persisten en el mundo político?
-A mi juicio, pese a las diferencias del Gobierno de Chile con el régimen dictatorial de Venezuela, no hay que romper relaciones diplomáticas. Es necesario agotar todos los recursos y canales bilaterales para conseguir la detención con fines de extradición de los dos individuos identificados en el secuestro y asesinato del exteniente Ojeda. La diplomacia está para tratar de resolver problemas difíciles. Hay que actuar con serenidad y firmeza. Me parece ingenuo pensar que se conseguirán resultados rompiendo relaciones y cerrando toda interlocución. Como el Gobierno venezolano revirtió su discurso y ha prometido colaboración, hay que cobrarle la palabra. Claro, se esperan hechos y no palabras.