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Incas en nuestro sur: Los hallazgos en la Laguna del Diamante Opinión Conicet Argentina

Incas en nuestro sur: Los hallazgos en la Laguna del Diamante

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Puede uno imaginar que, en un futuro cercano, así como han aumentado los adolescentes sureños que hacen el circuito Tiwanaku-Cuzco, la generación siguiente peregrine hacia ese límite ancestral y ritual, Diamante-Cachapoal.


Los recientes hallazgos arqueológicos efectuados en la argentina Laguna del Diamante nos cambian la geografía mental: Demuestran un Imperio Inca plenamente establecido hasta la latitud de los ríos Diamante y Cachapoal, lo que significa que la cultura de los Andes Centrales, ésa que floreció en el eje Tiwanaku-Cuzco, logró penetrar hasta el corazón del Cono Sur.

Argentina, Chile y Uruguay, en sus imaginarios republicanos del siglo XIX, idearon un “triángulo blanco” en el sur de América, más cercano culturalmente a Europa que a los Andes Centrales. Un proyecto que, cada vez más, se revela como un absurdo, porque cerca de la mitad de esos territorios, los más poblados además, fueron irradiados por las culturas andinas.

Argentina, eso sí, aunque se imagine europea -como explicitó el expresidente Mauricio Macri al declarar en Suiza que le parecía natural una alianza entre la Unión Europea y el Mercosur, porque “en Sudamérica todos somos descendientes de europeos”- nunca ha perdido su identidad latinoamericana; es más, ha competido contra la eficaz diplomacia de Brasil para ser ella el polo más gravitante de la región.

Chile, en parte como secuela de las guerras contra Bolivia y Perú, no ha logrado encontrar su lugar dentro del imaginario sudamericano. Como si habitara un espacio mental paralelo, más cercano a los blancos glaciares de la Antártica – como insinuó al llevar uno a la Expo Universal de Sevilla ’92- que a las cumbres y altiplanos del sagrado eje de Tiwanaku-Cuzco.

El reciente hallazgo cercano a la Laguna del Diamante es también notable en sí mismo. En una gran extensión, se trata de más de cuarenta estructuras, inspiradas en una función ceremonial vinculada al volcán Maipo, del que nacen las aguas del río del lugar y también las que vienen al río Maipo. Habrían sido construidas, según los científicos argentinos, en una operación que tuvo origen en el centro administrativo que existía en el lugar donde hoy se levanta la ciudad de Santiago de Chile.

Es como si el Imperio Inca, en lugar de crear una frontera rígida como la que levantó Roma en las Islas Británicas –el Muro de Adriano-, hubiese querido, más simbólicamente, sacralizar el territorio a esa altura: cercana a los 34 grados de latitud sur. El eje transcordillerano refleja una realidad de entonces: Que los Andes no eran una barrera y los valles de uno y otro lados estaban conectados. Esto lo saben bien los arqueólogos, por lo que no es casual que fueran chilenos los descubridores, los que dieron aviso a los argentinos de que por ahí, en lo alto de la cuenca del río Diamante, había algo importante. Estos, con la noticia, fueron a investigar

Había algo, en efecto, que los deslumbró por su significado. Puede uno imaginar que, en un futuro cercano, así como han aumentado los adolescentes sureños que hacen el circuito Tiwanaku-Cuzco, la generación siguiente peregrine hacia ese límite ancestral y ritual, Diamante-Cachapoal.

Recién podemos entender la razón de que el curaca mayor de los incas en el sur estuviera en Copequén -junto al Cachapoal-, el histórico poblado que creció junto a las aguas minerales Cachantún. Los españoles lo reconocieron como un hito del siglo XVI y lo ampliaron, pero luego el pueblo languideció hasta que recién en el siglo XX, hace un siglo, unos escoceses, los hermanos Holmes, crearon un célebre hotel termal. Ellos comenzaron a embotellar las aguas minerales del lugar.

La industria creció, se hizo internacional, creó una campaña con modelos internacionales –Esther Cañadas, Naomi Campbell, Rosita Parsons-, pero, se quejan los lugareños, poco figura Copequén en su imagen de marca, salvo en unas letras “microscópicas” de la etiqueta, reclama Joel Moraga, un lugareño que escribió la historia del lugar, “Copequén, 500 años”. Ninguna modelo fue llevada al pueblo, lo que todavía resienten.

Tal vez ahora cambie la corriente, con los hallazgos de los últimos años, que hacen emerger un mundo desconocido en pleno centro del Cono Sur. Es una historia que recién comienza.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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