El espectáculo visual de las “palomas” no solo distrae, sino que también distorsiona el verdadero propósito de la democracia: el debate sustantivo y la elección informada, reproduciendo así la antigua estrategia del pan y circo.
Teniendo las elecciones de 2024 a la vista, Chile en toda su extensión vuelve a ser testigo de una transformación temporal en sus calles: las ciudades y comunas se llenan de “palomas”, esas gigantescas pancartas que parecen invadir cada rincón público.
El gran Tinder político ha recomenzado, dejando a los votantes expuestos a un desfile de sonrisas estructuralmente armadas, donde la apariencia y pseudopresencia parecieran más trascendentes que el contenido. Querámoslo o no, nos encontramos haciendo match con imágenes cuidadosamente seleccionadas para proyectar simpatía, como si la política se tratara únicamente de elegir la sonrisa más convincente, claro, dentro de las candidatas y los candidatos que cuentan con el capital suficiente para desplegar estas instantáneas en las calles.
Esta ilusión efímera, proyectada en calles, plazas y otros espacios, irresistiblemente evoca el famoso mito de la caverna de Platón: una política que aparentemente se reduce a sombras coloridas que pretenden proyectar y fijar una única realidad, cuando en verdad ocultan para bien o para mal algo mucho más profundo y relevante.
En este panorama de sombras full color se evidencia un problema aún más tangible: el de la contaminación, pues es evidente que las “palomas” están hechas en su mayoría de materiales no biodegradables, que tienen la capacidad de llenar de residuos nuestros espacios, impactando negativamente en la naturaleza y nuestros paisajes.
¿Qué sucede con todas estas pancartas al finalizar la campaña? ¿Cuántas de ellas son realmente retiradas o recicladas? ¿Cuántas acaban como basura abandonada que tardará décadas en descomponerse? Esta forma de hacer política es, sin duda, una afectación estética de nuestros paisajes –con una contaminación visual abrumadora– y también contribuye al daño ecológico, el mismo que las políticas ambientales globales y locales se esmeran por aplacar, al menos en los discursos.
La cuestión va más allá de las sombras proyectadas en los distintos espacios públicos e incluso privados, ya que el innecesario despilfarro de recursos económicos con las campañas electorales significan millones invertidos en efímeros objetos que inundan el espacio público y con caducidad inmediata y, por tanto, cantidades significativas de loables causas privadas de un potencial financiamiento.
¿Qué pasaría si parte de esos fondos se utilizara en proyectos sociales, programas educativos o iniciativas de cuidado ambiental? En lugar de apostar por la superficial visibilidad de candidatos y candidatas, cuyo verdadero mérito debería radicar en su compromiso sostenido con acciones e ideas a lo largo del tiempo y en diversas esferas de la realidad humana, sería más beneficioso que se enfocaran en contribuir directamente al bienestar de las comunidades que buscan representar.
Quiero finalizar reflexionando sobre la falta de debates locales de calidad, que no solo refuerzan esta ilusión superficial, privando de una discusión real sobre las problemáticas que enfrentan nuestras comunas y regiones, o el poco alcance que profesan cuando estos sí tienen lugar. Este vacío de ideas y confrontación de propuestas deja al votante en una especie de ceguera, obligado a elegir entre sonrisas, frases hechas o popularidad de secundaria gringa, sin conocer a fondo lo que realmente propone cada candidato y cómo estas propuestas se llevarán a cabo.
El espectáculo visual de las “palomas” no solo distrae, sino que también distorsiona el verdadero propósito de la democracia: el debate sustantivo y la elección informada, reproduciendo así la antigua estrategia del pan y circo.
Es una “caverna electoral”, donde las estrategias de marketing nos mantienen distraídos y alienan, distanciándonos muchas veces de los verdaderos desafíos que enfrentamos como sociedad y en donde, tal como en la caverna platónica, los ciudadanos solo ven proyecciones, sombras a todo color que no reflejan las propuestas concretas a las complejas problemáticas locales.
¿Y cuál es el verdadero desafío? Cuántas veces hemos hecho match con una sonrisa, solo para descubrir que detrás de esa fachada no había sustancia, solo vacuidad. No podemos permitir que la política se establezca definitivamente como una caverna de ilusiones, donde nos dejemos seducir por frases conmovedoras y promesas superficiales. Es imprescindible exigir más, buscar la autenticidad y el compromiso genuino de quienes buscan liderar nuestras comunidades.