De la explosión callejera que no fue, seguimos transitando como sociedad chilena sobre un terreno peligrosamente minado. Como es ampliamente compartido, la mecha que encendió buena parte de las distintas explosiones no ha disminuido en lo absoluto.
Lo que hace cinco años parecía que estallaría sin ningún control, finalmente se contuvo y hoy se lo observa en retrospectiva casi con desdén. Después de cinco años se puede decir con propiedad que el estallido no se consumó o no hizo explosión. Por el contrario, ha triunfado, de la mano de todos los medios económicos posibles para ello, el discurso o la narrativa instalada de nombrar, recordar o analizar esa época o ese hito histórico de forma peyorativa.
Se habla de “octubrismo” o de “estallido delictual”, ocultando con deshonestidad intelectual lo que de verdad ocurrió por aquellos días en que Chile se miraba y chocaba con su espejo.
De la explosión callejera que no fue, seguimos transitando como sociedad chilena sobre un terreno peligrosamente minado. Como es ampliamente compartido, la mecha que encendió buena parte de las distintas explosiones no ha disminuido en lo absoluto. Es más, en estos últimos cinco años su crecimiento no se ha detenido.
La diferencia, o lo que lo hace más peligroso, es que la mecha ya no está solamente en la calle; es decir, no está en las interminables horas de espera de una sala de urgencias de un centro de salud pública, o en las listas de espera para un intervención quirúrgica que no llega y que encuentra la muerte, o tampoco está en la horrorosa calidad de centros educativos donde lo que menos se encuentra es enseñar, o tampoco está en la increíble cantidad de familias sin derecho a un hogar, ni menos en la demanda de cada pensión de hambre que se cobra mensualmente por la amplia mayoría de ciudadanos de la tercera edad de Chile.
La mecha de a poco viene tomando fuerza al interior de todos los dispositivos creados para justamente controlar la explosión; es decir, se observa cómo al interior del poder se vive un incendio sin precedentes.
Lo que no hace explosión hacia afuera termina haciéndolo para dentro. La habilidad del poder es que siempre en función de su supervivencia termina por activar mecanismos de control.
Así ocurrió, por ejemplo, con el acuerdo post-18 de octubre de 2019, con el acuerdo de noviembre. Posteriormente también terminó por controlar las dos emisiones fallidas de nuevo contrato social o Constitución, por la sencilla razón que les acomodaba más seguir con aquella que había traído tanto control y beneficio para el mismo poder dominante. El triunfo fue rotundo y el país siguió con el mismo diseño inalterable y todo lo ocurrido había que recordarlo a posteridad como una mala etapa irracional y delictual.
Plan brillante y ejecutado con maestría. Hasta ahí todo en orden, pero el poder empezó a desfondarse por dentro. Desde el 2019 en adelante no ha existido año en que la corrupción no se desparrame a borbotones. El clímax de esta situación aparece entre el segundo semestre de 2023 y, hoy, cada día se hace pública la desfachatez y picantería de las operaciones del poder y de su día a día en la administración del país.
La mecha crece con una velocidad sin control en cada mensaje de conversación privada que se hace público, develando el desprecio y la burla al buen funcionamiento, o a las reglas establecidas por toda la sociedad.
Por estos días el ruido de la implosión nos presenta de manera histórica sus primeras víctimas, ministros de la Corte Suprema de justicia entreverados en conductas que solo buscaban su beneficio fueron desvinculados después de largas trayectorias. La hecatombe derivada de los celulares de personas de influencia y elite que justamente vivían en buena parte gracias al tráfico de influencias que hacían, tiene al poder con temblor y trizaduras a punto de hacer implosión.
Si bien no es una explosión ciudadana, la implosión que está sucediendo de a poco puede transformarse perfectamente en una catástrofe de proporciones, dependiendo solo de cuánta más pólvora traiga consigo; o sea, cuánta más y qué tipo de información sigamos conociendo.
Dos jueces encumbrados en el más alto poder cayeron. ¿De quién será el turno mañana? Hoy estamos de manera bastante inédita presenciando un choque de poderes, quizás el equilibrio de estos poderes estaba justo en las sombras que ahora se dilucida, la consecuencia directa estará por verse, es decir, veremos cómo cada poder se defiende arrastrando a su paso el cuidado de sus intereses, aunque signifique pasar por encima de los intereses de los otros poderosos poderes.
La consecuencia de todo esto está lejos de ser gratis, veremos qué rumbo toma hacia afuera, porque quizás, ante la menor esquirla que caiga, la reacción puede ser en cadena.
Siempre la lucha por el poder deja damnificados (por lo general, los más pobres), pero la lucha al interior desatada entre poderes puede acarrear una peligrosa escalada, o una implosión verdaderamente destructiva.