Esas transformaciones en las condiciones materiales de existencia puede que tengan algo que ver con las repetidas transformaciones culturales que se repiten tan frecuentemente para dar cuenta de que ya decididamente estamos en la posmodernidad.
No es ninguna novedad señalar que la democracia (occidental, liberal, formal; póngale el apellido que quiera o déjela huacha) está con problemas. Las manifestaciones en cuanto organizaciones partidarias, prestigio de los líderes y participación ciudadana van en bajada en todo el mundo que pretende practicarla. Campea el desorden y desafección de los partidos, disminuye la participación electoral, el fantasma del populismo se hace visible y tangible, los extremismos toman la palabra, tambalea la estabilidad cuando no cae. En casa no somos nada de originales.
El PNUD, en el Informe Sobre Desarrollo Humano en Chile, que hizo este año a pedido presidencial, va a señalar que la democracia en este país sigue siendo robusta, puesto que, ante la pregunta clásica sobre el tema, la gran mayoría de los chilenos responde que la democracia es preferible a cualquier otra forma de Gobierno. Más aún, “el 75% de la ciudadanía declara estar bastante o muy dispuesta a ir a votar todas las veces que sea necesario”.
Naturalmente no se trata aquí de hacer el contraste entre lo que en una encuesta los entrevistados señalan con lo que efectivamente realizan en términos electorales. Las encuestas de opinión son encuestas de opinión y, más allá de todos los sesgos que puedan tener, dan cuenta de lo que declaran los entrevistados, que idealmente son una muestra representativa de la población y que regularmente no lo son.
Pero no se pretende entrar en la discusión de la validez y confiabilidad de los datos que aportan las encuestas, ni del respaldo teórico y de ingenio que tengan sus análisis. Simplemente se trata de recordar que la información recogida corresponde a opiniones, deseos, pareceres, evaluaciones, proyecciones, sentimientos, ideas, fantasías y temores de los entrevistados, que, sin una referencia a las condiciones materiales de existencia en que se formulan, no sólo resultan difíciles de entender, sino que no se entienden.
Puede que esto tenga un tufillo a materialismo histórico, pido disculpas de antemano (no me cuesta nada), pero me resulta abrumador el predominio de una perspectiva que podría llamar idealista, aunque vuelvo a pedir disculpas (que tampoco me cuesta). Eso, para señalar la preponderancia atribuida al discurso y a la palabra en todos los intentos por entender lo que está sucediendo socialmente.
Al respecto, lo interesante del Informe del PNUD es que se inicia señalando una serie de cambios y transformaciones que ha tenido el país. Comienza por destacar los cambios demográficos y los cambios en materia económica, para continuar luego con el fuerte dinamismo de cambios que ha experimentado Chile en el último tiempo. Sin embargo, la pregunta que da título al Informe es “¿Por qué nos cuesta cambiar?”. Asume así que el cambio que importa para ser tal es el cambio que la voluntad impulsa conscientemente y, dado que los entrevistados se manifiestan partidarios de los cambios, la pregunta parece lógica. Y aquí nos encontramos con un tema, que es el tema de la mitología.
Como actualmente no se enseña ni se aprende historia, no es raro que tampoco se enseñe ni aprenda mitología. Una gran pérdida esto de la mitología, porque si se supiera de ella, quizás nos daríamos cuenta con más facilidad de cómo nos conformamos con tragarnos frases que son simplemente mitos, pero que se presentan como verdades irrefutables
De todas las frases mitológicas de que se nutre la vida cotidiana, la más cómica es aquella que dice: “Querer es poder”. Por cierto, para caminar hay que tener la voluntad de caminar, pero no por tener la voluntad de caminar se va a poder caminar. Imagine usted la variedad de impedimentos.
Por supuesto que la afirmación genérica es ridícula, pero cumple el papel movilizador de tantas otras frases míticas, como esas de que si uno es bueno se va al cielo o que el esfuerzo y sacrificio siempre obtiene buenos resultados.
El problema es que esa frase mitológica de “Querer es poder”, tiende a ratificar una perspectiva idealista que campea en todo aquello que insiste en llamarse Ciencias Sociales. No es raro, entonces, que las posibilidades de transformación se asocien directamente a una voluntad transformadora y no se entienda que habiendo voluntad transformadora no se produzca la transformación. Las condiciones materiales desaparecen de la argumentación.
Como no es del caso volver a la querella de los universales, pongamos un ejemplo: la ciudadanía no concurre a votar cuando se la convoca a elecciones. En algunos casos será que no quiere y en otros que no puede. Si se trata de que no puede se buscará la causa material que lo impide, pero si no quiere no se buscará una causa material de por qué no quiere, sino que se buscará relacionarla con otro factor ideal. El querer no pareciera estar condicionado materialmente, porque el mundo de las ideas está idealmente cerrado.
En las elecciones comunales y regionales del presente año, asistimos a la ratificación de un triunfo no reconocido de la ingeniería institucional. De un plumazo o digitalizazo, con una simple modificación normativa, se logró que una ciudadanía, apática y desdeñosa de la participación electoral, se transformara en una ciudadanía activa, participante en la conformación de una robusta democracia. Las pruebas del ingenio de los ingenieros son rotundas. Veamos.
Con sistema de inscripción voluntaria y una desgastada obligación de votar, la participación inicialmente alta fue bajando hasta apenas superar la mitad de los posibles electores. Conmovidos por ese desamor, la ingeniería política aportó un modelo de inscripción automática, pero estableció el voto voluntario, quizás para ponerse a la par de la inmensa mayoría de las legislaciones del mundo, que consagran el voto voluntario. El resultado fue aún más catastrófico, llegando los renuentes a rayar papelitos a un 60% de los que estaban autorizados a hacerlo y transformando a la democracia en una democracia de minorías.
Esta situación de minoría hirió el amor propio de los políticos. Indignados, dijeron basta y la ingeniería institucional entregó la fórmula perfecta: inscripción automática y voto obligatorio con amenaza de sanción inminente muy publicitada. El país se politizó inmediatamente y todos los medios proclamaron la abrumadora participación ciudadana desde que se aplicó en el plebiscito de salida del primer intento constitucional. Había vuelto el espíritu cívico y la responsabilidad política.
En las elecciones del presente año la participación electoral nuevamente fue alta y llegó al 85%. Se acabó el apoliticismo. Es una reafirmación de la generosa oferta del poder: “Si no quieren ser felices, los haremos felices a la fuerza”. Seguramente la política es parte de la felicidad.
Efectivamente, en la reciente elección comunal y regional el apolítico quedó acorralado y tuvo que resignarse a leer largas listas de nombres de candidatos, tratando de encontrar algún pariente, amigo, o siquiera conocido, en los postulantes a ser-vicio público; muchos se fijaron en los números para elegir alguna fórmula matemática o usar la combinación numérica con la que intentaban ganar el loto. Otros, más astutos, encontraron algunos resquicios: votar nulo o blanco, marcar un independiente fuera de pactos o derechamente recurrir a un abogado penal de prestigio para que le arreglara un justificativo.
En las elecciones de octubre para Concejales, que es la elección más política, los votos nulos subieron al 12,9% y los blancos al 8,5%, mientras que los abstinentes porfiaban con más del 15%. En suma, más de un tercio de los convocados a votar lograban evadirse. En las elecciones de CORES, la más misteriosa de todas, la evasión de los irresponsables se acercaba al 40%. En las elecciones de Gobernadores y Alcaldes, los resquicios permitieron que entre un tercio y la cuarta parte de los convocados a participar lograran eludir el cerco. De los votos obligados, un 57% fue para candidatos independientes.
Obviamente obligar a votar a los que no quieren no transforma en políticos a los apolíticos. (Lo digo directamente porque ya las ironías no las entiende nadie). Pero el problema más complejo no es el de las estrategias que emplean los apolíticos para mantenerse como tales, sino que la mayoría de los apolíticos son los que deciden las elecciones. Los que no quieren saber nada de la política, los que no se interesan en procesos y agentes políticos, los que consideran que la política es inútil o simplemente nefasta, son los que deciden quiénes ocuparán los cargos de responsabilidad política y qué ideas desarrollarán en su ejercicio, suponiendo que las tengan.
Querer no es poder, ni mucho menos, pero no cabe duda que la voluntad tiene su importancia cuando se pretende hacer algo. El detalle es que la voluntad no surge de un parto espontáneo de las ideas, sino que se desarrolla en determinadas condiciones materiales que la hacen posible. Si alguien considera que la política como ejercicio democrático es buena, correspondería estudiar en qué condiciones no existe la voluntad de practicarla.
Es posible que en una voltereta haya que meditar sobre el aporte inicial que hace el informe del PNUD, en cuanto recordar las transformaciones que ha experimentado de hecho el país: cambios demográficos, hogares unipersonales, transformación de las familias hasta su casi desaparición, inmigración masiva, incorporación de la mujer al mercado laboral, cambios en las relaciones de trabajo, precariedad laboral, aumento de matrículas y de estudiantes (que no es lo mismo que aumento en la educación), narcotráfico y crimen organizado, globalización económica y los etcéteras que usted puede seguir sumando.
Esas transformaciones en las condiciones materiales de existencia puede que tengan algo que ver con las repetidas transformaciones culturales que se repiten tan frecuentemente para dar cuenta de que ya decididamente estamos en la posmodernidad, con un individualismo extremo de proyectos de vida personales que se forjaron desde el vientre materno en un vacío social. Talvez aquellas transformaciones, grotescamente materiales, ayuden a entender el fenómeno del apoliticismo y los problemas de la democracia huacha.
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