Si bien los autores desmienten todo aquello que alguna vez creímos que era la historia real, reconocen que allí sí murieron algunos cristianos, sí combatieron gladiadores, pero no miles como el imaginario nos ha hecha creer.
Los imaginarios colectivos son una especie de telón de fondo de cada generación, y las distingue con un sello muy particular. Los edificios que llamamos ‘antiguos’ son también parte de un imaginario a menudo construido con retazos entregados por la historia enseñada en los establecimientos escolares, la literatura, los relatos de viajeros, el conocimiento directo de ellos y, especialmente, el cine, con su poder de poner frente a nosotros y dar vida a los acontecimientos pasado, más allá de las posibles interpretaciones o tergiversaciones.
El cine del siglo XX -especialmente el de Broadway y Hollywood- nos entregó innumerables películas sobre el imperio romano, que aún dan vueltas en los recuerdos, con el Coliseo como escenario; ahí están ¿Quo vadis?, Ben-Hur, Julio César, Espartaco, Gladiador, Nerón.
Son relatos que mezclan tiempos y espacios diferentes -en los cuales no coexistieron los personajes ni sucedieron los hechos narrados; vemos en acción a emperadores, gladiadores, el imperio y sus conquistas, los enemigos cristianos como mártires entregados a los leones; el poder sin límites. Con esa mezcla de recuerdos, a veces nada cercanos a la realidad y múltiples “reinterpretaciones” construimos nuestras memorias.
La edificación del Coliseo se inició en la época del emperador Vespasiano, el año 72 d.C. Fue inaugurado en Roma el año 80 d.C., cuando ciudades como Pompeya y Verona ya tenían los propios. Pudo albergar entre 50.000 a casi 90.000 personas que asistían a espectáculos diversos, pero también era un espacio para que los emperadores se mostraran a sus súbditos, lo que en sí debe haber sido también un espectáculo más.
“El Coliseo se inauguró oficialmente en el reinado del nuevo emperador Tito en el año 80 d.C., con un gran espectáculo de combates, caza de fieras y derramamiento de sangre que, según se dice, duró cien días” (p.53).
Vemos desde las etapas iniciales de la construcción hasta cómo llega a convertirse en un arquetipo; curiosamente, no hay claridad acerca de quién lo concibió y fue su “arquitecto”. En lo fundamental, era un espacio de reunión de gobernantes y gobernados, y los autores nos orientan recorriéndolo palmo a palmo en todas sus dimensiones: tamaño, materiales utilizados en su construcción, riqueza botánica anidada en sus muros, sucesos acaecidos allí, reparaciones, cambios… hasta consejos muy prácticos para quienes lo visitan hoy.
Si bien Beard y Hopkins desmienten todo aquello que alguna vez creímos que era la historia real, reconocen que allí sí murieron algunos cristianos, sí combatieron gladiadores, pero no miles como el imaginario nos ha hecha creer. Tampoco era un espacio cotidiano de espectáculos sanguinarios y ejecuciones terribles, ya que en el Coliseo se realizaban muchas otras actividades y espectáculos diversos.
Reafirman su importancia icónica y su aparición en la literatura como “lugar de tragedia y emblema de muerte, tanto antigua como moderna”. (p. 19) Más adelante plantean una pregunta por la reacción humana hoy, sobre estos símbolos históricos (y muchos otros) sobre los cuales se han entregado múltiples, sucesivas y muy diferentes interpretaciones y valoraciones.
El nombre con que lo conocemos no solo vendría de su gran tamaño, sino que “Lo más probable es que su nombre derivase de la estatua colosal de Nerón (el Coloso) que se erguía justo al lado, encargada por él mismo para su Casa Dorada”. Y agregan que, actualmente, el nombre perpetúa más bien a Nerón, apoyados por las películas que nos muestran a dicho emperador “presidiendo la masacre de cristianos en este lugar, dos décadas antes de su construcción”. (…) y “Acabó siendo considerado una de las arenas (tanto en sentido metafórico como literal) en las que el emperador se enfrentaba cara a cara con su pueblo, convirtiéndose en símbolo del encuentro del autócrata y aquellos a los que gobernaba” (p. 45).
El capítulo 4 se centra en “La gente del Coliseo”, entre ellos, nuestros admirados y controvertidos gladiadores cinematográficos; la descripción se inicia afirmando que eran considerados “elementos marginales ajenos a la sociedad” (p. 85) y más adelante, “No es de extrañar pues, que los gladiadores sean tratados en la literatura romana como los seres de más baja estofa, símbolos de degradación moral” (p. 87). Sin embargo, agregan que muchas mujeres de la clase alta veían en ellos un símbolo de potencia sexual y exuberancia viril.
Se habla también del alto costo de mantener estos espectáculos, lo que aleja la imagen de cientos de gladiadores muertos en cada espectáculo; se pagaban salarios según su categoría, se les vendía y se pagaba impuesto a la venta (algo similar a la venta de futbolistas exitosos hoy). Llegan a una estimación (para Roma) de dos mil muertos en la arena, con una población imperial de cincuenta a sesenta millones de habitantes. Totalizan ocho mil muertos anuales sumando otros espacios similares, todos jóvenes veinteañeros.
Respecto al Coliseo como antiguo sitio de ejecución de cristianos debido a su fe, no existen registros de ello: “No hay relatos de martirios antes del siglo V d. C., época en que el cristianismo ya se había convertido en la religión oficial de Roma”. (p. 113) En todo caso, al momento de hablar de estos espectáculos, entendidos como tales martirio y muerte de cristianos, desafíos con animales salvajes, luchas a muerte de gladiadores y otros, citan con frecuencia el “Libro de los espectáculos”, del poeta romano Marcial, especialmente escrito para conmemorar la inauguración de El Coliseo (p. 55).
Sin duda, a través de los siglos este sitio ha continuado siendo un foco de interés para nacionales y extranjeros y, a través de las diversas épocas ha suscitado teorías muy variadas desde muy diversos sectores del conocimiento y especialidades, generando variadas teorías.
Sin duda, son construcciones emblemáticas como la Muralla china, el Partenón, las pirámides egipcias, los templos mayas y aztecas y tantas otras, que son las huellas de las que llamamos civilizaciones. Todas ellas son una concreción del poder y de una concepción específica de sociedad; sirven para el conocimiento y la exhibición frente a los naturales del lugar, como para la mirada de otros.
El libro nos permite pasear por un lugar realmente icónico y finaliza con varios consejos prácticos para quienes lo visitan, que van desde la compra de entradas hasta cómo acceder a los servicios higiénicos.
Ficha técnica:
Título: El Coliseo
Autores: Keith Hopkins y Mary Beard
Ed. Planeta, 220 páginas, 2024