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Los aciagos hechos del golpe de Estado en Iquique, una historia para no olvidar

Los aciagos hechos del golpe de Estado en Iquique, una historia para no olvidar

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Bernardo Muñoz Aguilar
Por : Bernardo Muñoz Aguilar Antropólogo Social Universidad de Tübingen, Alemania.
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Era septiembre de 1973 y yo solo contaba con 15 años. Creo que otra hubiera sido mi suerte si hubiese tenido 18 años, como les pasó a muchos jóvenes revolucionarios que a esa edad fueron asesinados. Esa revolución marcó y está presente en mi vida para siempre.


La revolución de las flores y la revolución de Salvador Allende fueron procesos maravillosos. Ingresé a ambas con mucha pasión y romanticismo y lo sostengo hasta el día de hoy, ya que ambos aún permean el cotidiano, el imaginario social, cultural, mi visión filosófica y económica del mundo.

Con el ingreso a la Juventud Socialista en el año 1971 conocí, además de mis compañeras y compañeros de la juventud, al gran líder local, Freddy Taberna. Tuvimos innúmeras marchas y múltiples reuniones tanto de coyuntura nacional como internacional, le escribía los discursos al presidente del centro de alumnos del Liceo de Hombres de Iquique y también presidente de la Juventud Socialista Luis Caroca, en fin, mi vida era del colegio al partido y entre este y mi casa. 

Mi padre era de la Fuerza Aérea y por supuesto que no veía con buenos ojos el que su hijo se transformara en un joven revolucionario. Muchas veces discutimos agriamente por esto. Debo decir que lo más violento que hice fue el realizar un curso de defensa personal con el compañero Breton, el cual habría de ser salvajemente torturado por estos hechos luego del golpe. O cuando nos juntábamos en la radio El Salitre y el Che Silva disparó al aire, casi festivamente, alguna vez con su revólver calibre 22, o sea, una “matagatos”.

Ese era el grado de violencia de la revolución en Iquique. Un hecho sin precedentes para la paz de la ciudad fue cuando descubrieron a un grupo de compañeros de la Brigada Elmo Catalán y de la Juventud Socialista en Chanavayita, conocidos posteriormente como el grupo de Chanavayita, un par de meses antes del golpe de Estado, con armamentos pesados para la época. Mis compañeros nunca me permitieron ingresar a la Elmo Catalán o salir a hacer rayados de noche, ya que decían que era muy peligroso para mí al ser aún un quinceañero y enjuto muchacho. 

Yo regresaba de noche a casa cuando de un camión tipo militar saca una pierna Che Pepe; al verme, me amenaza de que me pasaría a control de cuadros si decía algo. El camión estaba justamente estacionado frente a la casa del compañero Manuel Manolo, destacado militante de la Juventud Socialista de época, quien fue el prisionero más joven llegado a Pisagua y a cuyo velorio tuve la posibilidad de asistir durante este mes de enero.

Manuel Manolo, conocido como el Avísale en Iquique, nunca pudo superar la tristeza de esos aciagos hechos y fue uno de los que me narró haber sido sometido a un fusilamiento simulado y haberse orinado en los pantalones de miedo después que no se percutaran las balas. A estas barbaridades se sumaron múltiples consejos de guerra ilegales realizados no solo contra miembros del Partido Socialista de Iquique, sino que contra todos los partidos de la ciudad y la provincia. 

Che Pepe era un negro grande y lleno de vitalidad por la vida, sin embargo, con el correr de los días y debido a mi perseverancia partidaria, me bautizaron como Che Pepito, justamente por ser moreno y pequeño, un nombre que no me abandona hasta ahora entre los antiguos compañeros y compañeras. 

Los días se fueron haciendo más álgidos para el curso de la revolución y el poder reaccionario no aguantaba la revolución con vino tinto y empanadas de Salvador Allende. Tanto a nivel internacional, con Kissinger, Nixon, en Chile El Mercurio y los camioneros liderados por León Vilarín, no soportaban la reforma agraria encabezada por mi fallecido amigo Jacques Chonchol. Debieron aparecer las JAP y el POJ para felicidad de los reaccionarios. Internamente Patria y Libertad comenzaba a sacar sus garras tanto en la Región Metropolitana como en regiones. 

Los sonidos de los sables encontraban eco en la asonada del general Viaux con el Tacnazo, que tuvo que detener en la calle el general Prats y así se fue preparando el golpe de Estado. La situación era de una crispación absoluta, con Allende presionado por llamar a un plebiscito. Faltaban algunos días para que el líder de la izquierda chilena tomara esta decisión cuando Pinochet y los demás generales asolaron definitivamente la democracia chilena, donde los cruentos hechos comenzaron con el bombardeo del Palacio de La Moneda y la casa del Presidente en Tomás Moro. 

Días antes nosotros recorríamos las calles de Iquique, especialmente la calle Vivar, donde todas las tiendas estaban cerradas por el paro general de los empresarios, tirando piedras a sus ventanales junto a Ginny la esposa del líder Freddy Taberna y a la bella compañera Sandra Seguel entre otras personas, jóvenes en su mayoría. Solo el compañero Rafael Miquel del MIR mantenía su pequeña boutique abierta en las esquinas de Vivar con Zegers, dispuesto a defender la revolución con un pequeño revólver. 

En tanto, a nivel local, ¿qué hacíamos nosotros los de la Juventud Socialista el día 10 de septiembre? En la mañana ocupábamos la principal calle de Iquique, Baquedano, muy cerca de nuestra sede partidaria en Baquedano con Gorostiaga. De repente se produjo una refriega con Carabineros y huimos hacia nuestra sede. Subimos hasta la azotea del segundo piso donde nos trenzamos a piedrazos con las Fuerzas del Orden, mientras estos nos lanzaban bombas lacrimógenas. 

Estábamos en eso cuando aparece a pie por las ya mencionadas calles el líder socialista local Freddy Taberna, quien con un gran poder basado en su palabra y presencia hizo parar el ataque de los carabineros. 

Luego vendría una calma relativa hasta el anochecer, en que nos volvimos a juntar en nuestra sede partidaria. La situación era alarmante, las noticias de un eventual golpe militar cortaban el aire. Decidimos ir a recorrer los colegios de la ciudad para ver el estado del arte y tal fue nuestra sorpresa al ver que todos estaban tomados. Decidimos entonces tomarnos nuestro liceo, lo cual hicimos aproximadamente a las 22:00 horas. 

A mí me mandaron con el compañero Mena al techo del segundo piso, al cual accedimos escalando por las ventanas con chalecos cargados con piedras. Esas eran nuestras mortíferas armas. Cerca de las tres de la madrugada comenzó a dar vueltas alrededor de nuestro liceo un Fiat 600, ante lo cual nos ordenaron tirarle piedras. 

Al hacer esto le quebramos uno de los vidrios y estos huyeron despavoridamente. Cerca de las 4 de la madrugada llegó una cuca con carabineros a bordo que a simple vista ya portaban armas de grueso calibre para invadir nuestro liceo. Por algún motivo que nunca supimos, los cuatro compañeros de la dirección de la Juventud no huyeron y fueron, por lo tanto, los primeros detenidos antes del golpe. Estos serían inmediatamente encarcelados en la antigua cárcel de la calle Wilson y posteriormente enviados a Pisagua.

En tanto la intromisión de los carabineros en nuestro liceo continuó y seguían revisando sala por sala, rincón por rincón. Nosotros con el compañero Mena guardamos un nervioso silencio, esperando que no nos descubrieran. Un par de horas después, estos abandonaron el liceo y fuimos así pudiendo abandonar nuestros escondites. Debo confesar que con los nervios no podía bajar por donde mismo había subido varias veces con mis mortíferos proyectiles.

Cerca de las 6:00 de la mañana todavía descubríamos compañeros escondidos. Con los compañeros rompimos algunas bombas molotov y nos fuimos a casa. Llevaba cerca de una hora durmiendo, cuando mi madre –mi padre estaba destinado en la Antártica– me despertó diciéndome que había un golpe de Estado. 

Bajé rápidamente al centro de la ciudad y pude constatar que esta ya estaba tomada por efectivos de Carabineros y de las Fuerzas Armadas. Fuimos hasta el departamento que ocupaba nuestro líder en calle Aníbal Pinto, pero este ya se encontraba desmantelado por las fuerzas del terror.

La vuelta a casa y los días posteriores sirvieron para quemar libros y esconder medallas y premios ante el agobio de la dictadura, o sea, nuestras peligrosas armas, las ideas, por las cuales fueron torturadas, hechas desaparecer, asesinadas y exiliadas miles de personas. En tanto, la dirección regional del Partido Socialista fue descabezada y todos sus miembros fusilados en consejos de guerras completamente viciados por su ilegalidad. 

Los cuerpos de los asesinados serían posteriormente enterrados en fosas clandestinas en Pisagua o lanzados al mar en sus cercanías. Tras largas investigaciones, ya de vuelta en democracia fueron encontradas las fosas comunes de los asesinados. Las excavaciones estuvieron a cargo del fallecido arqueólogo y antropólogo Olaf Olmos y, tras sendos juicios llevados a cabo por los abogados y hermanos Adil y Bob Brkovic, los culpables fueron condenados, a partir de la acción conjunta de estos tres iquiqueños de fuste.

Los días posteriores al golpe fueron de pánico, con tableteos de ametralladoras, militares caminando por los techos y cada vez esperando que en el nuevo bando militar apareciera un amigo o familiar cercano, los cuales debían presentarse a los cuarteles de la policía o militares. Ese acto de ser nombrados en esos bandos prácticamente aseguraba una peligrosa detención, para ser primeramente torturado o simplemente asesinado. 

Había llegado el momento de fondearse y antiguos jóvenes momios del barrio te increpaban ahora a viva voz por tus ideas revolucionarias: “Di algo ahora, upeliento”, eran parte de las imprecaciones que me gritaban en el vecindario. 

Era septiembre de 1973 y yo solo contaba con 15 años. Creo que otra hubiera sido mi suerte si hubiese tenido 18 años, como les pasó a muchos jóvenes revolucionarios que a esa edad fueron asesinados. Esa revolución marcó y está presente en mi vida para siempre.

En estos días observo con atención los movimientos ciudadanos en Europa y especialmente en Alemania, mi país de exilio, en donde con masivas manifestaciones intentan detener el avance de la extrema derecha. Y creo que en Chile debemos hacer lo mismo, defender con las ideas y las manifestaciones, y por sobre todo con el voto, el avance de las ideas reaccionarias en el país e impedir con esto un futuro gobierno que nos enclaustrará aún más en nuestras debilidades económicas, sociales, políticas y culturales.

Por mi parte, reafirmo mi vocación socialista y allendista, pero no por la senadora ni la actual ministra, sino que por el gran líder Salvador Allende Gossens. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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