El reciente deseo planteado por el afro-mapuche Jean Beausejour de conformar una selección Wallmapu es un reflejo de la progresiva y elogiable incorporación de esa etnia al fútbol nacional, relegada por años al nombre, himno y escudo de Colo Colo.
Una conjugación de su creciente presencia en el fútbol y de la paulatina legitimización social de sus reivindicaciones ancestrales.
Esa mezcla cada vez más evidente en todo el país explica que por primera vez un futbolista con sangre mapuche confiese públicamente su anhelo de que en algún momento su pueblo cuente con una selección de fútbol.
“Me encantaría antes de retirarme jugar un partido con la ‘Selección de Wallmapu’. Sería mi sueño”, respondió Jean Beausejour Coliqueo en el sitio web de Colo Colo cuando se le preguntó el pasado 9 de diciembre si es partidario de una iniciativa de esa índole, tal como ocurre en España con las selecciones de las distintas nacionalidades. Esa confesión concitó interés público y el propio oriundo de Estación Central la refrendó días después en el programa del canal CNN “Kulmapu”.
Beausejour dijo que el tema lo ha conversado con amigos mapuche (*) e incluso con el capitán de Colo Colo, Gonzalo Fierro Caniullan, a quien le gustó la idea.
El tema de una Selección Wallmapu (“Pueblo Mapuche», en mapudungun) bien pudo haberlo planteado en los años 90 el máximo referente futbolístico de esa etnia, Marcelo Salas Melinano, cuando estaba en el apogeo de su carrera y su idolatría rebasaba los márgenes de la hinchada de la Universidad de Chile.
Pero Salas –cuyas demostraciones solidarias concitan reconocimiento generalizado en el mundo del fútbol- discursivamente nunca ha ido más allá de declararse orgulloso de su origen étnico. En cambio ha rehuido un apoyo explícito a la causa mapuche dudoso, quizás, de aparecer involucrado en un fenómeno complejo y cada vez más peliagudo.
Justo es reconocer también que hace dos décadas el tema mapuche era recién abordado en el Chile post dictadura. Tal como en otros ámbitos, lo prioritario entonces era crear una institucionalidad que abordara las demandas largamente ocultas. No iba a ser un futbolista el que hablara de la postergación de los pueblos originarios.
Y los futbolistas mapuche no pasaban de un puñado. Hasta entonces el hincha solo podía hacer un nexo étnico-futbolístico con Colo Colo y el arquero René Quitral, seleccionado chileno en el Mundial de 1950.
Dos décadas más tarde, en los años ’70, aparecieron a cuentagotas el goleador Manuel Pichulman, que de Magallanes emigró al fútbol belga; el central Víctor Villalón, que de Antofagasta Portuario pasó al Jorge Wilsterman y terminó jugando por la selección de Bolivia; y el zaguero Mario Caneo, varios años titular en Palestino. A comienzos de los ’80 destacó el volante Eduardo Calquín en el último refulgir de Magallanes. Luego pasarían largos años antes de que la consolidación mapuche en las urbes confluyera en un ingreso más continuo a las canchas.
Indudablemente, esa magra representación es consecuencia de la invisibilidad global sufrida por largo tiempo. Casi como una metáfora, el imaginario nacional asociaba al pueblo mapuche con los amasanderos emigrados a las urbes y condenados al trabajo nocturno en las panaderías.
Fueron décadas también en que el pueblo mapuche sufrió una fractura que recién hoy comienza a sanar. De un lado quedaron los que siguieron mal viviendo en sus tierras, aquellas que lograron salvar de la voracidad a veces hasta ilegal de chilenos y extranjeros, y del otro los que quisieron escapar de esa realidad emigrando a las ciudades.
Fueron también épocas en que los mapuche urbanos fueron estigmatizados como alcohólicos y menospreciados en los barrios, colegios y el trabajo. De tanto serlo, la mayoría prefirió ocultar su origen, chilenizando o cambiando sus apellidos y dejando de hablar su idioma, exiliando con ello a sus hijos de sus raíces.
En esas condiciones, imaginar a niños mapuche intentando ser enrolados en clubes de fútbol profesional escapaba a toda lógica. Ese acercamiento fue prácticamente nulo en las décadas de los 70 y 80, escuálido en los 90 y alentadoramente creciente durante los primeros 14 años de este siglo.
Esta inserción deportiva va de la mano del paulatino cambio de percepción de este pueblo sobre sí mismo. En el cuestionado Censo 2012 casi 1 millón 500 mil encuestados se asumieron mapuche. Fueron 905 mil más que el Censo 2002. Aunque las cifras muestran altibajos entre medición y medición -y no son por ello plenamente confiables-, las autoridades atribuyeron este aumento explosivo a que los mapuche están recuperando el orgullo de serlo y a que se sienten menos discriminados.
Una autoestima mejorada indudablemente repercutirá en más menores mapuche probando suerte en las series cadetes.
Por eso el sueño de Beausejour parece viable, asumido eso sí como un fiel reflejo de la maduración de la lucha reivindicativa de su pueblo y no como una postal.
Un paso precursor lo dio hace un par de años la Asociación Nacional Deportivo, Social y Cultural de Pueblos Originarios al organizar el primer campeonato de fútbol de etnias, ganado por los Rapa Nui. Un segundo torneo que mezcló a los isleños, quechuas, aymaras, coyas, diaguitas, atacameños, pehuenches, huilliches y mapuche fue obtenido por estos últimos.
Haciendo honor a su nombre y a su escudo, es el equipo popular el que comienza el proceso de integración. Tanto así, que hasta podría formar un equipo mapuche solo con los formados en su cantera, prescindiendo de los que llegaron de otros equipos, como Marco Millape (1976) y el mismo Beausejour (1984).
Alfonso Neculñir y Miguel Antipan, lateral y central respectivamente de la generación nacida en 1960, son los pioneros. El segundo llegó hasta la serie juvenil, mientras que Neculñir fue largos años titular en el primer equipo y reconocido por la afición alba como el primer cacique de carne y hueso, tanto por su origen como por su estilo de juego aguerrido e indomable. Su hermano menor Gregorio, también lateral, salió directamente de la Juvenil a la entonces división de Ascenso.
Luego hay un vacío que empieza a ser rellenado en la segunda mitad de los 90, primero con Francisco Huaiquipan y Pablo Huaracan, ambos talentosos mediocampistas nacidos en 1978. El “cacique de La Legua” terminó su formación en Magallanes y retornó en gloria y majestad en 2002. Huaracan sí completó su ciclo, pero ansioso por una oportunidad pidió ser enviado a préstamo a Deportes Temuco y después dejó el profesionalismo. Un año más joven es el puntero izquierdo Rodrigo Rupallan, preseleccionado sub 17, que no debutó en el primer equipo.
Viene enseguida Gonzalo Fierro (1983) y después el arquero Rodrigo Paillaqueo (1987), preseleccionado juvenil por el entrenador de origen diaguita José Sulantay de cara al Mundial de 2007. Se suma también Jaime Fierro Caniullan (1988), hermano de Gonzalo y que derivó a la Segunda División Profesional.
Raúl Allup (1989) es un volante ofensivo que emigró a Cobresal, sin mayor fortuna. Al igual que el defensa Pablo Acum (1990), que hoy juega en la Segunda División Profesional. La generación de 1991 aporta tres jugadores. El más conocido es el atacante Nicolás Millan, debutante con poco más de 14 años en la era Borghi. También completaron todo su proceso formativo el central Leandro Marihual y el delantero Gonzalo Marivil.
De 1992 es el zaguero Cristian Neculñir, hijo de Alfonso, y que hoy juega en San Marcos de Arica. Y de 1993 el volante ofensivo Julio Chequan. Nacido en 1995, el puntero derecho Daniel Malhue es una promesa alba que ha compartido con el plantel de honor y ha sido convocado en la actual selección sub 20 de Hugo Tocalli. Contemporáneos suyos son defensa Nicolás Chicahual, ahora en Magallanes, y el volante Jean Collao, también ya fuera del club.
En la categoría 1996 aparece otra promesa, el central zurdo Hardy Cavero, que ya debutó en el primer equipo y que sorpresivamente fue dejado de lado por Tocalli en la Rojita. Tiempo atrás se fueron el defensa César Melivilu y el volante de contención Miguel Neculqueo. En la serie 1997 sobresale el arquero titular Samuel Antilen. También de esta clase emigró el volante Miguel Rivas Ancacura. Entre los nacidos en 1998 aparece un actual seleccionado sub 17, el volante Gonzalo Cayupil. En las categorías más bajas hay otros nombres que aseguran larga vida a la dinastía mapuche en Colo Colo.
Un antecedente que debe confirmar el club albo es el posible ancestro mapuche materno de Claudio Bravo, sugerencia planteada en la misma entrevista hecha por el sitio oficial a Beausejour.
Si hay o no algún respaldo del pueblo albo a la causa mapuche, puede ser materia de estudio. Lo cierto es que, al menos superficialmente, banderas mapuche en el Monumental y camisetas que combinan ese emblema con el escudo colocolino evidencian un rasgo distintivo respecto de otros equipos. Incluso el capitán Gonzalo Fierro Caniullan luce en su brazo un brazalete con la bandera mapuche.
La contribución de los demás clubes es claramente menor, aunque esta merma es a nivel adulto porque al revisar las plantillas de las series cadetes es fácil detectar chicos mapuche en todas las categorías.
Universidad de Chile tiene el privilegio de haber aportado a Marcelo Salas, pero después de él cuesta encontrar otros exponentes. En las series menores jugaron o lo siguen haciendo Ángelo Millahual, Álex Necul y el actual arquero Gonzalo Collao (1997).
Universidad Católica exhibe a Beausejour, pero también al lateral Frank Carilao (1977), al volante Iván Vásquez Quilodran (1985) y al espigado central Guillermo Maripan (1994), preseleccionado juvenil bajo la conducción de Mario Salas.
En su época de gloria, en la mitad de los años 80, Cobreloa tuvo en sus filas a Juan Pallacan.
Palestino aportó en los años 90 al volante Rodrigo Lemunao (1978), y más tarde al goleador juvenil Patricio Salas Huincahue (1988), que compartió en una selección sub 17 con Álexis Sánchez.
En Audax Italiano está el goleador juvenil Camilo Melivilu (1993), hoy a préstamo en Deportes Copiapó y que fue varias veces convocado por Mario Salas en la anterior Sub 20. En Lo Barnechea juega Francisco Levipan (1993) y en Linares Cristián Lincura.
Incluso las divisiones inferiores del París Saint Germain cuentan con un exponente: es Gérard Collao (1997), viñamarino formado en Santiago Wanderers y que al radicarse con su familia en Francia probó suerte exitosamente y hoy lucha por llegar al primer equipo de este gigante del fútbol galo.
Hasta Deportes Iquique tiene lo suyo. Es Rubén Taucare (1982), el recio defensor que por su origen nortino bien podría suponérsele aymara, pero cuyo apellido es reconocido oficialmente por la Conadi como mapuche.
En el Biobío, Huachipato también ha dado cabida a estos weichafes futbolísticos. Por ejemplo, al defensa Rodrigo Rain (1975) y al volante externo Dagoberto Currimilla (1987). Deportes Concepción aportó en su momento al lateral volante Darwin Pérez Curiñanco (1977). Fernández Vial al central Claudio Loncon (1980) y la Universidad de Concepción a los hermanos Marwin y Adiel Quiñelen. Deportes Talcahuano a Jorge Melillan, Naval a Felipe Millan y Lota Schwager al delantero José Huentelaf (1989).
Curiosamente, la Araucanía no es pródiga, posiblemente porque salvo la breve aparición de Unión Temuco, la región ha sido históricamente representada por un solo club, Deportes Temuco. Por ahora, Cristian Canío (1981), Pedro Coliñir y el actual goleador Rodrigo Asenjo Antinao (1990) son sus emblemas.
La región de Los Lagos, en cambio, ha hecho un abundante aporte. El más destacado es Marco Millape (1976), titular en el Colo Colo campeón en la quiebra. Mauricio Tampe (1976) resguardó la franja izquierda de Universidad de Chile, y el arquero Raúl Imilpan (1972) fue titular largos años en Provincial Osorno. También hicieron carrera, afincados en el sur, César Talma, Carlos Llaitul, Sandro Panguinamun, Víctor Huenchucheo y Ernesto Huaiquian. Todos ellos jugaron entre los años ‘80 y ‘90. Actualmente resaltan Javier Lemari (1985), en Magallanes, y Ángelo Lefian (1991), en Provincial Osorno.
En Argentina los mapuche también han llegado al fútbol. Su presencia es evidentemente menor dado que su población apenas supera levemente los 100 mil, casi todos asentados en las provincias de Chubut, Neuquén y Río Negro.
El más conocido para los chilenos es el volante Cristián Canuhe (1987), que desde 2010 forma parte del plantel de Audax Italiano. También jugó a este lado de la cordillera el talentoso volante Miguel Caneo (1983), que cambió a Boca Juniors por Colo Colo para suceder a Matías Fernández, sin mayor suerte. Casi desconocido para la mayoría, el mediocampista José Miguel Loncon (1988) jugó el año pasado en Curicó Unido y este año regresó a su club de origen, Comodoro Rivadavia en el sur trasandino.
Mejor trayectoria luce Ariel Nahuelpan (1987). Fuerte y goleador, el nacido en Nueva Chicago ha batido redes en Brasil, España, Ecuador y México. Actualmente defiende al Pachuca, donde ha anotado 14 goles.
Daniel Neculman (1985) es otro delantero tan trotamundos como Nahuelpan. Con paso por equipos de Argentina, Ecuador, Colombia, Perú, México y hasta Chile (Deportes Temuco y Naval), hoy juega por el ecuatoriano Liga de Portoviejo.
Y finalmente, una rareza que puede quedarse en eso o llegar a ser el máximo símbolo mapuche en el fútbol mundial.
Es el pequeño de 8 años Claudio Ñancufil, perteneciente al Martín Güemes de Bariloche, cuya llamativa habilidad descubierta en Youtube despertó la voracidad del Real Madrid y el Barcelona. El chico, apodado el “Messi mapuche”, estuvo a comienzos de año en los centros formativos de ambos gigantes. No se sabe si finalmente convenció o si, como suele ocurrir a esas alturas, deberá esperar a crecer y madurar futbolísticamente para dar pruebas más sólidas que sus solas cualidades innatas.
(*) en Mapudungun mapuche es plural