El 23 de septiembre de 1988 el lanzador chileno logró el sexto lugar en los Juegos Olímpicos de Seúl, donde por primera vez pudieron participar juntos deportistas amateurs y profesionales.
El anunciador oficial de imponente estadio olímpico de Seúl lo pregonó así: “¡Sexto en el mundo, Gert Weil, de Chile…!”.
Tras larga batalla, el presidente del Comité Olímpico Internacional, el español Juan Antonio Samaranch, había terminado definitivamente con el profesionalismo marrón de los Juegos, y les había dado a las pruebas de atletismo el carácter de campeonato mundial que merecían.
Era verdad: el mocetón chileno de ancestros alemanes estaba definitivamente entre los mejores del orbe, merced a su constancia, su disciplina y su físico. Y ahora lograba el mayor éxito de su carrera deportiva agregando a esas virtudes una muy especial: el espíritu de lucha.
Casi todos los lugares de la prueba de la Bala se definieron en la última ronda de lanzamientos. Weil no fue la excepción: cuando lanzó el implemento por sexta y última vez, su mejor registro era 20,23 metros, lo que lo ubicaba en un muy buen octavo lugar.
A él no lo conformaba esa ubicación. Y haciendo un esfuerzo extraordinario, y también cuidando sus movimientos y su pisada para que el lanzamiento no fuera declarado nulo, hizo que la bola de acero diera bote a una distancia de 20,38 metros.
La prueba fue ganada por el detentor del record del mundo, el alemán oriental Ulf Timmermann, con un lanzamiento de 22,48, nueva marca olímpica. Detrás del gigante berlinés de ubicó el estadounidense Randy Barnes, que parecía quedarse con la medalla de oro hasta el último lanzamiento del germano, con 22,39. La medalla de bronce se la adjudicó el suizo Werner Guenthoer, con 21,99. Otro atleta de la RDA, Udo Beyer, fue cuarto, con 21,40. Y entre éste y Weil quedó el checoslovaco Remigius Machura.
Como consignan las crónicas de la época, el comienzo sorprendió a los atletas demasiado fríos, y eso explica la pobreza de las marcas.
Después la lucha se planteó en dos frentes bien definidos: había cuatro lanzadores que superaban los 21 metros, y tres (Weil, Machura y el italiano D’Alessandro) que bordeaban los 20 metros.
Los equilibrios en los dos grupos se rompieron solamente en el último intento de cada participante. Fue el caso de Weil, que postergó finalmente a los que lo amenazaban, como también al soviético Smirnov y al estadounidense Tafralis.
La progresión de Weil fue la siguiente: primer lanzamiento, 22,02 metros; segundo lanzamiento, 20,09; tercer lanzamiento, nulo (20,65, extraoficialmente); cuarto lanzamiento, 20,23; quinto lanzamiento, 20,21; último lanzamiento, 20,38 metros.
Esa gran actuación, sin embargo, no dejó el todo conforme al gran atleta chileno. Consideró que ese último lanzamiento pudo ser mejor y que los 20,38 no fueron la respuesta para un tiro bueno:
“Hablando desde el punto de vista técnico -explicó en la concurrida conferencia de prensa que ofreció después de la prueba-, fue un tiro bastante malo. Hubo otros en los que puse toda la técnica necesaria, mientras que en éste solamente apliqué toda la fuerza. Puse en ese lanzamiento toda la energía que me quedaba, pero no la complementé adecuadamente con la técnica”.
Perfeccionista al máximo, se lamentó de haber hecho nulo el mejor de sus lanzamientos, que le habría dado el quinto lugar.
Deploró también no haber tenido tiempo para un mejor calentamiento de músculos, pues lo citaron a la ronda final cuando la prueba ya estaba muy encima y sólo puso realizar dos lanzamientos de ensayo.
Lo mismo le había sucedido por la mañana, en la ronda eliminatoria. Hacía mucho frío cuando el reloj marcaba las nueve, y se jugó toda su opción en el primer lanzamiento, que fue precisamente el que le dio la clasificación con un registro de 20,18 metros.
No dejaba de ser una hazaña, de todos modos. En los Juegos Olímpicos anteriores, en Los Angeles, Weil había ocupado el décimo lugar, con una marca de 19,98. Esta vez había un mérito extra, aparte de superarla: a Los Ángeles no habían asistido los soviéticos ni los alemanes orientales, adhiriendo a un boicot. Ahora, en cambio, estaban todos ellos. Y por lo tanto había competido con los mejores del mundo.