Uno de los elementos centrales en la nueva estrategia de seguridad es la instalación en los aeropuertos de máquinas capaces de escanear el cuerpo completo de los viajeros, una iniciativa que partió de la anterior Administración tras los atentados del 11-S, pero que fue frenada por la oposición de los activistas.
Estados Unidos se prepara para dar otra vuelta de tuerca al sistema de seguridad aérea para mejorar los controles, aun a riesgo de hacer más engorroso el embarque, elevar los costes de las compañías y levantar las quejas de los grupos de libertades civiles.
Uno de los elementos centrales en la nueva estrategia de seguridad es la instalación en los aeropuertos de máquinas capaces de escanear el cuerpo completo de los viajeros, una iniciativa que partió de la anterior Administración tras los atentados del 11-S, pero que fue frenada por la oposición de los activistas.
Para Jay Stanley, miembro de la Unión de Libertades Civiles, la imagen de la anatomía que ofrecen estas máquinas, capaces de ver por debajo de la ropa, como en los rayos X, suponen una clara invasión a la privacidad y no deben de ser utilizadas de forma generalizada.
Según el Centro para la Legislación sobre el Terrorismo, con sede en California, el Gobierno debe centrar su lucha contra el terrorismo en la prevención y no en localizar las bombas en los aeropuertos, cuando ya es demasiado tarde.
Hoy en día solo existen 40 escáneres de este tipo en los aeropuertos estadounidenses, una cifra pequeña para los más de 2.200 puntos de embarque que poseen.
Los planes actuales del Gobierno, según recoge hoy la prensa estadounidense, son instalar 150 máquinas adicionales el próximo año y adquirir otras 300.
Este tipo de máquinas, según los expertos, hubieran servido para detectar los explosivos que llevaba cosidos a su ropa interior el nigeriano Umar Farouk Abdulmutallab, acusado de intentar hacer explotar un avión que llegaba a Detroit procedente de Amsterdam, en el que viajaban 278 personas.
«Es la única máquina capaz de detectar el artefacto implicado en el intento de atentado del día de Navidad», dijo el secretario de Seguridad Nacional durante la presidencia de George W. Bush, Michael Chertoff.
El lunes, el presidente estadounidense Barack Obama ordenó una revisión general de los sistemas de seguridad aéreas, incluyendo «todas las políticas, tecnologías y procedimientos de seguridad» disponibles.
En estos momentos ya se han intensificado las medidas de control en todo el país, lo que ha llevado a los pasajeros a sufrir minuciosos registros corporales y de equipajes de mano.
Los aeropuertos se han llenado de perros policías especializados en detectar explosivos, así como de agentes armados vestidos de paisanos que acceden a los vuelos como un pasajero más.
Además, las fuerzas de seguridad han desplegado en los aeropuertos expertos en terrorismo atentos a las sospechas de otros viajeros o a los movimientos de posibles sospechosos.
Se trata de una escalada de seguridad en un sistema que fue remodelado tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 con una inversión de 40.000 millones de dólares.
En estos ocho años, se han incorporado a los aeropuertos 45.000 empleados para controlar los arcos de detección de metales, y se han instalado 1.600 máquinas de resonancia magnética para revisar las maletas facturadas.
En el año 2004, la Agencia de Seguridad en el Transporte apostó por la instalación de una nueva generación de máquinas, que costaba cada una 160.000 dólares, y que expedía aire sobre el pasajero para detectar trazas de explosivos.
Según The New York Times, se compraron algo más de 200 máquinas, con la satisfacción de que la seguridad iba a incrementarse enormemente, pero estas fueron demasiado sensibles para el entorno de polvo de los aeropuertos y cayeron en desuso o se estropearon.
Con el debate de la seguridad en pleno auge, algunos legisladores denunciaron que la Agencia de Seguridad del Transporte (TSA) estuvo sin un responsable durante ocho meses, y cuando Obama propuso un candidato, Erroll Southers, su nombramiento fue bloqueado por los republicanos.
En paralelo, los investigadores siguen indagando en el pasado del joven Abdulmutallab, en un intento de descifrar que resorte le hizo abandonar su vida acomodada y abrazar el radicalismo terrorista.
El diario The Washington Post tuvo acceso a un paquete de más de 300 mensajes y entradas en Internet que el nigeriano escribió en los últimos años y que revelan una personalidad solitaria, sin amigos y con tendencia depresiva.
«No tengo con quien hablar», señala un mensaje puesto en Internet en enero de 2005, cuando Abdulmutallab estudiaba en una escuela británica en Togo.
«No tengo a quien pedirle consejos, nadie que me apoye y me siento deprimido y solitario. No sé qué hacer, y pienso que esta soledad me lleva a otros problemas», apuntó.