Simpatizantes de Mohamed Mursi terminaron en enfrentamientos con los partidarios de las nuevas autoridades, en la plaza Tahrir.
Los simpatizantes del depuesto presidente egipcio, Mohamed Mursi, salieron este viernes a las calles de El Cairo para protestar contra el golpe militar que lo derrocó el pasado 3 de julio, en una jornada que comenzó pacíficamente y concluyó con enfrentamientos con partidarios de las nuevas autoridades junto a la plaza Tahrir.
Tras dos días de ambiente triunfalista por el golpe de estado que depuso a Mursi y que protagonizaron los grupos que hasta ahora se encontraban en la oposición, los simpatizantes del derrocado presidente salieron hoy en masa a las calles de El Cairo, en cuyas plazas prometieron permanecer hasta que se le restituya en el cargo.
Decenas de miles de personas, en su gran mayoría hombres (muchos de ellos con las tupidas barbas propias de los islamistas), se congregaron tras el rezo del mediodía en la plaza Rabea al Adauiya, en el este de la ciudad.
Al ambiente pacífico reinante durante el día le siguieron enfrentamientos entrada la noche junto a la plaza Tahrir, así como en el Delta del Nilo y la urbe costera de Alejandría, que causaron víctimas.
Los islamistas intentaron penetrar en la plaza Tahrir y los detractores de Mursi se lo impidieron, desviándoles hacia el cercano puente Seis de Octubre, donde unos y otros se enfrentaron a disparos de balines y se lanzaron bengalas y piedras.
Según la agencia estatal de noticias Mena, que no da una cifra de heridos, los islamistas quemaron un vehículo en medio del puente.
Las Fuerzas Armadas advirtieron hoy en un comunicado contra cualquier «provocación o ataque» a manifestantes pacíficos y subrayaron que quien incumpla esta norma será tratado con «toda firmeza».
A diferencia del ambiente festivo que ha imperado estos días en la plaza Tahrir, epicentro de los partidarios del golpe, Rabea al Adauiya rezumaba hoy indignación.
«El Ejército tiene las armas, pero no el corazón de los egipcios. Cuando laicos y liberales toman el poder lo convierten en una dictadura», se indignaba Diad Siasi, actor de 45 años.
A su lado, con un Corán en la mano, túnica blanca y una tupida barba, Jaled Hashem confiaba en que Mursi regresará al poder tarde o temprano gracias a «protestas pacíficas» y «mucha paciencia».
«Nuestras armas son dos: nuestra presencia aquí y la bendición de Dios», sentenciaba en el corazón de la plaza, dominada por una mezquita frente a la que lucían fotos de Mursi y banderas egipcias, así como un escenario en el que apareció por sorpresa el líder de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Badía, al que se daba por arrestado.
Mientras, dos dirigentes de la formación detenidos por la Fiscalía General, el presidente del brazo político, Saed al Katatni (que había sido acusado de instigar al asesinato de manifestantes) y el viceguía espiritual, Rachad Bayumi, eran puestos en libertad por falta de pruebas.
El anuncio de la presencia de Badía generó un clamor entre los presentes, con gritos de «Sisi (jefe del Ejército) vete, Mursi es mi presidente», «Alá es el más grande» y brazos al cielo en gesto de agradecimiento.
Badía dijo que las manifestaciones continuarán hasta que el Ejército restituya en el cargo al vencedor en 2012 de las primeras elecciones presidenciales, tras la caída de Hosni Mubarak un año antes.
«Permaneceremos en todas las plazas hasta sacar a hombros a nuestro presidente», clamó el guía espiritual de los Hermanos Musulmanes, que apuntó que su grupo solo reconocerá la legitimidad de Mursi y de las instituciones elegidas democráticamente.
«Sacrificaremos nuestras almas por Mursi (…) Con nuestros pechos desnudos, somos más fuertes que las balas», destacó Badía ante los manifestantes, que se iban creciendo con el paso de las horas.
Espoleada por la sorpresiva reaparición, la multitud respondió enfervorizada poco después a la aparente provocación del Ejército, que envió un helicóptero a sobrevolar la plaza a escasa altura y una formación de aviones, que dibujaron la bandera egipcia con sus estelas de humo.
En la guerra paralela por las palabras y los símbolos que mantienen partidarios y detractores del golpe, los manifestantes gritaban con toda su fuerza al helicóptero «Irhal» (Vete), precisamente el lema estrella de las multitudinarias protestas contra Mursi, y mostraban cartulinas, verdes (color del Islam) en vez de rojas.
Como en Tahrir, también había banderas nacionales y jóvenes que la dibujaban en brazos y rostro, con un añadido: la palabra «islámico».
Las mujeres, un buen número de ellas con «niqab» (velo que sólo deja sin cubrir los ojos), estaban separadas de los hombres, algunos de los cuales leían el Corán, susurraban concentrados las fuentes del islam o regalaban dátiles y «kushari», la barata comida nacional.
En las cercanías de la plaza, en la que no había un solo soldado o policía de uniforme, grupos de jóvenes barbudos, armados con bates, tubos, palos y antenas, controlaban los accesos en una triple fila: una para pedir la documentación, otra para cachear y una tercera para registrar los bolsos.
En el centro de El Cairo, En Tahrir, aún siguen concentrados cientos de egipcios en apoyo al nuevo presidente interino, Adli Mansur, que en su primera declaración constitucional disolvió hoy la Cámara alta, dominada por los islamistas.
En este contexto, el grupo salafista Gama Islamiya, aliado del depuesto presidente, reclamó hoy un referéndum para acabar con la discordia en el que los egipcios decidan entre el plan impuesto por el Ejército o el regreso de Mursi al poder.
A la crisis política se sumó hoy un frente militar, con la decisión del Ejército de decretar el estado de emergencia en el sur del Sinaí y en la provincia de Suez, después de que grupos armados atacasen puestos de control en el norte de la península, informó la televisión estatal.