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Cómo ha hecho para sobrevivir el Partido Comunista de EE.UU. Actualmente posee entre 2.000 y 3.000 miembros a nivel nacional

Cómo ha hecho para sobrevivir el Partido Comunista de EE.UU.

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El objetivo final, sin embargo, está arrasando su ambición. «El Socialismo marcará una nueva era en este país», dice el programa del partido. «La gran riqueza de Estados Unidos será por primera vez para el beneficio de toda la gente». La meta es a largo plazo, según sostiene el presidente de la colectividad, Sam Webb, la cual es «llegar a la sociedad comunista, el fin de todas la divisiones de clases, una sociedad igualitaria, la extinción del Estado».


Como la mayoría de estos movimientos alrededor del mundo, el Partido Comunista de Estados Unidos sufrió un golpe demoledor con el colapso de la Unión Soviética en 1991. Pero un pequeño grupo de miembros acérrimos perseveró.

No muy lejos de Wall Street, en el séptimo piso de un elegante edificio de ocho plantas en la calle 23, en el oeste de Nueva York, funciona la sede de un improbable sobreviviente político: el Partido Comunista USA (CPUSA).

La oficina es iluminada y moderna. En un muro hay fotografías en blanco y negro de las mayores figuras de la historia del partido. Las obras de Marx, Engels y Lenin están apiladas en las estanterías.

El edificio fue comprado para alojar al partido en la década de 1970, antes de que Chelsea –el barrio en el que se encuentra– se volviera un sitio de moda.

«Hicimos un buen negocio con esto», dice Roberta Wood, la tesorera.

En una concesión a la realidad capitalista, todos menos dos pisos están alquilados. Los ingresos financian la publicación People’s World, un sitio web que es descendiente directo del difunto periódico del partido, The Daily Worker.

El partido dice tener entre 2.000 y 3.000 miembros a nivel nacional, de los cuales solo dos personas son parte de la nómina asalariada, el presidente Sam Webb y su vicepresidente Jarvis Tyner, quien fue candidato a la presidencia en 1970.

Su objetivo final, sin embargo, está arrasando su ambición. «El Socialismo marcará una nueva era en este país», dice el programa del partido. «La gran riqueza de Estados Unidos será por primera vez para el beneficio de toda la gente».

«La meta a largo plazo», dice Webb, es «llegar a la sociedad comunista, el fin de todas la divisiones de clases, una sociedad igualitaria, la extinción del Estado».

El Partido Comunista tuvo alguna vez una fuerte presencia en la política estadounidense. En su apogeo durante 1930 y 1940 tenía una red sólida a lo largo del país, anotándose varios éxitos electorales. Tres congresistas demócratas eran secretamente miembros del partido.

Nunca superaron los 100.000 miembros pero su influencia fue amplia. «Sin duda tuvo un impacto en la vida estadounidense», dice Harvey Klehr, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Emory de Atlanta.

Lea también: Seis sucesos clave que definieron la Guerra Fría.

Persecusión

El inicio de la Guerra Fría trajo la persecución de los comunistas estadounidenses y sus aliados, el más famoso en manos del Comité de Actividades de la Casa Antiestadounidense, y luego, de parte del senador republicano Joe McCarthy.

Ese período fue «devastador» para el partido, a pesar de que «la represión contra de ellos era tan fuerte y de tanto poder, que les generó un inmenso espíritu de compañerismo», dice Vernon Pederson, profesor de historia en la Universidad de Gran Falls, en Montana.

«También pareció significar para ellos que todas las cosas que dijeron que iban a pasar estaban sucediendo. La revolución estaba llegando y ocurrió la primera ola de represión, como lo habíamos previsto desde el principio».

Durante la Guerra Fría el Partido Comunista tenía una estructura subterránea paralela y un pequeño número de personas que espiaban para Moscú.

Hasta la década de 1980 el partido recibía cantidades importantes de financiación soviética, dice Klehr, dinero del que el FBI sabía y tenía rastreado.

Muchos miembros abandonaron el partido tras la represión soviética en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968, mientras el partido mantuvo su línea ortodoxa prosoviética.

La ruptura final vino cuando Gus Hall, líder entre 1959 y 2000, apoyó el golpe de Estado de la vertiente más radical de la Unión Soviética contra Mijail Gorvachov en 1991.

Pederson asegura estar «ligeramente sorprendido» de que el partido haya logrado sobrevivir a la caída de la Unión Soviética, pero le da crédito a un grupo de miembros «que simplemente se negaron a renunciar sin importar qué tan sombrías estaban las cosas».

«Ellos tienen una convicción extremadamente fuerte y han invertido una cantidad increíble de sus identidades personales en el Partido Comunista», dice.

Webb, el líder actual del partido, es un hombre de 68 años un poco encorvado, con una voz áspera pero amable. Parece más cómodo hablando del clima político actual que de ideología.

La tarea inmediata, dice, es derrotar a la «extrema derecha» de EE.UU., contribuyendo en la amplia coalición de grupos de izquierda que promueven la lucha contra la desigualdad económica y los derechos de las minorías.

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Nuevos tiempos

El partido se enfrenta a un desafío demográfico: un ex jefe de la división de Nueva York recuerda haber asistido a más de 100 funerales de militantes en el año 2000. Pero también asegura que hubo un pequeño incremento de afiliación y pago de las cuotas en el último tiempo, lo cual atribuye a un aumento de interés generado por la crisis financiera de 2008 y, paradójicamente, a los ataques de la derecha contra los «socialistas» demócratas que se interesaron en algunos de la izquierda.

Webb señala otros eventos recientes, incluyendo al movimiento Occupy –conocido también como el movimiento de los Indignados–, la elección del socialista Kshama Sawant en el consejo de Seattle, y el triunfo de Bill de Blasio en la alcaldía de Nueva York.

También hace notar que hasta los Republicanos están hablando de pobreza. «El clima en el país está cambiando, la gente está pensando en la desigualdad económica».

Una sociedad socialista es la meta del «futuro imaginable», dice Webb, pero el comunismo está «probablemente mucho más distante».

«Si hacemos coaliciones sobre la base de la gente que está de acuerdo con nuestra visión del socialismo, seríamos suficientes para caber dentro de una pequeña cabina telefónica», bromea.

Los críticos que han seguido el curso del partido, sin embargo, los desestiman.

«Las posiciones que adoptan son realmente indistinguibles de los grupos de izquierda de la socialdemocracia», dice Ron Radosh, historiador y escritor, quien abandonó el partido después de la represión de la sublevación húngara en 1956.

«Ni siquiera sé por qué alguien pertenece a la izquierda». Klehr se refiere al partido como «una secta, casi un culto», y dice que dejó de prestarle atención hace cerca de 10 años porque se volvió «esencialmente irrelevante».

Tony Pecinovsky, un organizador del partido en los distritos de Kansas, Missouri y Tennessee, dice que los desvanecidos recuerdos de la Guerra Fría y el pragmático activismo de las bases del CPUSA han disminuido el estigma sobre el comunismo, pero los prejuicios siguen arraigados.

«Me han llamado terrorista, he recibido amenazas telefónicas, ha aparecido gente en mi casa que no es bienvenida», dice.

«El anticomunismo y todo eso es todavía muy real en los términos de la lejana extrema derecha en nuestro país y los fundamentos del Tea Party».

«Tratamos de que nuestro trabajo hable por nosotros mismos, y quitarle el peso a aquella palabra empezada con «C»».

Webb dice que él no reacciona adversamente cuando la gente le dice que es un comunista. Alguna gente joven, tal vez con apenas un poco de comprensión de lo que la palabra significa, piensa incluso que es muy cool. Pero da a entender que el partido podría por fin ofrecer algo de bagaje histórico, ya que construye alianzas con otros grupos de izquierda estadounidenses.

De cara a la convención del partido en junio, Webb dice que quiere crear una atmósfera en la cual los «camaradas» se sientan libres de expresar sus preocupaciones, incluyendo el nombre del partido.

«Algunos sienten que deberíamos considerar cambiarlo». Otros sienten fuertemente que no deberíamos. Así que acordamos que permitiremos el espacio para que esa conversación tenga lugar».

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