El crimen que acabó con la vida de Senzo Meyiwa llevó a que las redes sociales y los programas de radio se llenen de mensajes a favor de restaurar la pena de muerte, abolida en 1994, e incluso de la vuelta al frente de la Policía del polémico Bheki Cele.
La muerte del portero y capitán de la selección sudafricana de fútbol, Senzo Meyiwa, tiroteado el pasado domingo por asaltantes en la casa de su novia, ha provocado una gran consternación en el país, que mira con indignación e incredulidad a sus altos niveles de violencia.
La noticia del asesinato se extendió como la pólvora, y las condolencias iniciales se convirtieron enseguida en llamamientos a la acción radical contra el crimen, en una nación que ve morir cada día en incidentes violentos a una media de 47 personas.
El trágico final del guardameta viene después de una oleada de atracos a punta de pistola y a plena luz del día en más de diez tiendas de electrónica de centros comerciales de Johannesburgo y Pretoria, que hizo que la Policía desplegara sus tanquetas frente a todos los centros de las dos ciudades.
Y aún falta por llegar el peor mes, noviembre, conocido en Sudáfrica como «la campaña de Navidad» por el aumento de los robos violentos antes de las fiestas.
Según fuentes de la comisaría de Policía del antiguo gueto negro de Alexandra, en el norte de Johannesburgo, los atracos con pistola a vehículos en los semáforos de la zona -alrededor de cinco al mes durante todo el año- se doblaron en noviembre del año pasado.
Además de poner el foco sobre el problema, el asesinato de Meyiwa ha supuesto que las redes sociales y los programas de radio se llenen de mensajes a favor de restaurar la pena de muerte, abolida en 1994, e incluso de la vuelta al frente de la Policía del polémico Bheki Cele.
Comisario nacional entre 2009 y 2011, Cele -investigado por malversar dinero público- logró una importante disminución del número de crímenes con una dura política resumida en su idea de permitir a los agentes «disparar a matar».
«A Cele le tenían miedo y debe volver», dice una cajera de un supermercado de Johannesburgo, que fue tomada como rehén hace un mes en un asalto armado al establecimiento.
Sudáfrica es uno de los países más desiguales del mundo, y la separación entre culturas sigue siendo una realidad veinte años después de la caída del régimen segregacionista del «apartheid», pero la cotidianeidad del crimen afecta por igual a todos los grupos raciales y sociales.
Los ricos viven detrás de altas vallas electrificadas preocupados por los robos a sus casas, conducen con los seguros del coche bajados y están alerta antes el temor de ser asaltados en cada semáforo.
Los pobres no pueden permitirse las mismas medidas en sus casas, y su movilidad por las noches -especialmente la de las mujeres- está seriamente reducida si no disponen de vehículo.
Sin embargo, muchos en la minoría blanca acusan a la mayoría negra pobre de ser la responsable del fenómeno del crimen, y los altos niveles de inseguridad ciudadana contribuyen a incrementar la ya de por sí elevada desconfianza entre razas.
«No se trata de negro contra blanco, sino de que, quien no tiene quiere lo de quien tiene», dice a EFE la investigadora del Instituto de Estudios de Seguridad (ISS) Chandre Gould, que recuerda la estructura de un país donde los blancos siguen ganando cuatro veces más.
«Somos una sociedad ambiciosa, en la que todo el mundo quiere tener más, ganar más, y es algo que no siempre se consigue», dice Gould.
Entre las razones de la «normalización» de la violencia en Sudáfrica, Gould cita también los «traumas» creados por los asesinatos, torturas y detenciones arbitrarias del «apartheid», así como un sistema laboral de mano de obra barata, a menudo migratoria, que provocó la ruptura de muchas familias y comunidades.
Los escándalos de corrupción, gestión y su falta de credibilidad de los últimos jefes nacionales de Policía contribuyen asimismo a mermar la eficacia de todo el Cuerpo y la confianza de los ciudadanos, explica Gould.
Según estadísticas policiales publicadas en septiembre, el número de robos aumentó entre 2013 y 2014 un 11 por ciento respecto del año pasado, mientras que el de asesinatos subió un 3,5 por ciento.
En la última década, Sudáfrica ha logrado reducir en más de un 20 por ciento los incidentes violentos, pero la tasa de crímenes por habitante del país austral sigue siendo cinco veces mayor que la media mundial.