A escasos meses de dejar la Presidencia, la mandataria argentina conserva un fuerte respaldo popular a pesar de las crisis y escándalos.
En el Microcentro de Buenos Aires, el corazón financiero del país ubicado a unos pasos de la Plaza de Mayo, Cristina Fernández de Kirchner se erige con sombrero de copa, gesto de victoria y sonrisa desafiante.
Una pintura poco habitual en una ciudad donde la presidenta de Argentina nunca fue demasiado popular, y en un barrio -la sede del poder económico- donde se multiplican sus adversarios.
Este mural resiste como resiste la retratada. Pasan los años, se multiplican las crisis, nacen y mueren políticamente sus rivales, pero Cristina Fernández de Kirchner, CFK o simplemente «Cristina», resiste.
«La presidenta tiene hoy en día una imagen positiva del 50%», le dice a BBC Mundo Juan Manuel Germano, director de la firma Isonomía Consultores. «Esta es la transición con mayor nivel de apoyo desde la vuelta de la Democracia en 1983», asegura.
Y su partido sigue teniendo mayoría en el Congreso y fuerte presencia en las instituciones. En las elecciones de este domingo en la provincia de Tierra del Fuego logró ser la fuerza más votada (aunque habrá ballotage) y en Mendoza fue la segunda (la oposición se unió para desbancar al kirchnerismo).
Los argentinos parecen despedir con una luna de miel a la mandataria, que en diciembre tendrá que ceder las llaves de la Casa Rosada a otro presidente. Una luna de miel, al menos, si se la compara con la amarga experiencia de otros líderes argentinos.
A estas alturas del mandato, sus antecesores democráticos (con la excepción de su esposo, el fallecido Néstor Kirchner) no podían ni soñar con tener tal capital político.
Raúl Alfonsín (presidente de 1983 a 1989), asfixiado por la hiperinflación, se vio forzado a dejar el poder seis meses antes de lo previsto.
Carlos Menem (1989-1999) se marchó fuertemente cuestionado por numerosos escándalos y por una economía quebrada.
El fin del mandato de Fernando de la Rúa (1999-2001) fue aún más dramático: salió en helicóptero de la Casa Rosada tras firmar su renuncia, habiendo cumplido sólo la mitad de su mandato y en pleno estallido social y económico.
La popularidad de Cristina Fernández se ha mantenido estable en los últimos tres años, a pesar de los vaivenes de su gestión y de las crisis que ha tenido que enfrentar desde el gobierno.
«La ciudadanía empieza a despedir a la presidenta, hace balance de su gestión con políticas como la Asignación Universal por Hijo, la nacionalización de YPF o Aerolíneas Argentinas, y leyes como la del matrimonio igualitario con un nivel de apoyo alto (60-70% de aprobación)», dice Germano.
«Uno de sus talones de Aquiles es la cuestión económica (40%), aunque con mejoras en la aprobación de su gestión económica en los últimos meses», apunta.
Comparada con otros países de la región, la imagen positiva de Fernández dista mucho del 10% de respaldo de su vecina brasileña, Dilma Rouseff, o del 24% de la chilena Michelle Bachelet, dos líderes que enfrentan serias crisis de corrupción.
Por momentos, parecía que a Cristina Fernández se le vendría abajo la Casa Rosada.
Es la misma presidenta que tuvo a su primer vicepresidente, el radical Julio Cobos, votando en su contra y sin intención de renunciar. La que tiene a su actual número dos, Amado Boudou, imputado por corrupción y con la popularidad por el piso.
La que vive enfrentada con el mayor grupo mediático del país –el multimedios Clarín-, y quien arremete en Cadena Nacional contra sectores del Poder Judicial.
La que perdió repentinamente a su esposo y principal aliado político en 2010 y la que sufrió varios problemas de salud, incluyendo una operación en su cráneo en 2013.
La mandataria del país envuelto en una disputa multimillonaria con un grupo de poderosos acreedores (los holdouts o fondos buitre), que dejó en default técnico a la nación y aislada de los mercados financieros internacionales.
Y la mujer a la que el fiscal Alberto Nisman, muerto en extrañas circunstancias en enero de este año, había acusado de encubrir a los responsables del mayor atentado terrorista de la historia de Argentina.
«Parece que Cristina tuviera un traje de amianto, los grandes conflictos que le han tocado vivir le han pegado, pero ella ha logrado dar un paso al costado y salir bien parada», le dice a BBC Mundo la periodista Olga Wornat, biógrafa de la presidenta.
«Es una persona pragmática, un animal político muy inteligente, te caiga bien o mal», añade.
En otra esquina de Buenos Aires, en el barrio de Palermo, un cartel electoral en el que la presidenta acompaña a un candidato local aparece emborronado con un grafiti. «Cristina Chorra» (ladrona), se lee en él.
Fernández nunca entusiasmó a la clase alta argentina. Y en su largo historial de crisis ha perdido el apoyo de buena parte de la clase media.
Desde la oposición y a través de investigaciones periodísticas se han denunciado numerosos casos de corrupción que rozan su entorno.
Incluyendo una causa por supuesto lavado de dinero a través de las empresas hoteleras de Fernández en la Patagonia, aunque ningún caso resultó en un proceso en contra de la residente de la Quinta de Olivos.
Los analistas políticos coinciden en que la persona que habite el año próximo esa casa puede ser determinante para avivar o no estas investigaciones judiciales.
Mientras, en los sectores populares, los que tradicionalmente han apoyado al Peronismo, la mandataria resurge de cada tribulación como un ave fénix político.
Para buena parte de sus seguidores, Cristina no se quema con el fuego enemigo.
Más bien sale fortalecida como Khaleesi, el personaje preferido de la presidenta en una de sus series favoritas: Juego de Tronos. La reina que pierde a su esposo y que es admirada por los esclavos que libera a su paso.
«La gente humilde en el conurbano de Buenos Aires o en el interior del país la ve como un hada, como la reencarnación de Evita. La clase media o alta la ve como una mujer autoritaria, déspota… una bruja», señala Wornat.
En el barrio de Avellaneda, a las afueras de la capital, otro mural la retrata junto a la exprimera dama Eva Perón. Rodeada de trenes, pañuelos de las Madres de Plaza de Mayo y un avión de Aerolíneas. Abrazada a su esposo, a Néstor, a Él, como se refiere a menudo Fernández al expresidente.
Planes sociales como la Asignación Universal por Hijo, destinada a los padres de escasos recursos o desempleados que no pueden pagar la educación y salud de su familia, se han vuelto tan populares que incluso los candidatos de la oposición prometen conservarlos si llegan a la Presidencia tras las elecciones de octubre.
Pero esos mismos planes son criticados por quienes consideran que se tratan de ayudas pobremente fiscalizadas y repartidas con fines electoralistas por parte del oficialismo.
«Los argentinos hemos demostrado ser muy tolerantes con su gobierno», sostiene Manuel Garrido, diputado de la opositora Unión Cívica Radical, una de las formaciones más críticas con la gestión del gobierno de CFK.
«Cuestiones como los altos índices de corrupción o de inflación no se consideran como graves frente a los planes sociales y no se advierten todavía las consecuencias del estancamiento económico», le dice a BBC Mundo.
Mientras unos ven a la presidenta como la hija de un colectivero de La Plata que triunfó en un mundo de hombres, otros la observan como una lideresa adicta a los trajes de moda y las joyas caras con un patrimonio aproximado de US$7 millones.
Pero amada u odiada, nadie puede cuestionar que La Jefa (así la llaman algunos en su entorno), goza de un extraordinario poder e influencia aún a las puertas de su retirada.
No en vano su mano derecha en el gobierno, el secretario legal y técnico de la presidenta, Carlos Zannini, fue escogido la semana pasada como compañero de fórmula presidencial del candidato oficialista, Daniel Scioli, en un gesto interpretado como un golpe de autoridad de Cristina Fernández.
En los últimos días se sucedieron las visitas a la Casa Rosada para decidir las candidaturas a los principales cargos políticos del país, entre las que se incluye la de su hijo, Máximo Kirchner, aspirante a diputado por la provincia de Santa Cruz.
Nadie duda que Cristina Fernández será una figura política clave en el futuro de Argentina.
«Está convencida de la tarea que lleva para adelante», opina su exjefe de gabinete y senador del Frente Para la Victoria, Juan Manuel Abal Medina.
«El rol de conducción política lo pudo ejercer el general (Juan Domingo) Perón incluso estando a decenas de miles de kilómetros de la Argentina, es claro que la presidenta lo va a seguir ejerciendo independientemente del cargo formal que tenga» en el futuro, le dice a BBC Mundo.
Para la mitad de Argentina Cristina Fernández deja un legado brillante; para la otra mitad el balance es más oscuro.
«Argentina va a tener que afrontar la herencia de una cultura política negativa, que tiene que ver con fomentar los antagonismos en lugar del diálogo, que no valora la deliberación democrática, descalifica el papel de control del poder judicial y hace una lectura maniquea del papel de los medios», dice el diputado Manuel Garrido.
En los próximos meses se definirá si Cristina se reencarna en cristinismo como Néstor se convirtió en kirchnerismo.
Y en los próximos años se descubrirá si, como ocurre con las pinturas de Eva Perón, el mural de Fernández en el centro porteño sobrevive a la llegada de nuevos líderes, nuevos movimientos y nuevas políticas.
Será, en el país de los iconos y los símbolos, la verdadera prueba de fuego para la perdurabilidad de Cristina.
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