En las calles de Ciudad de Panamá se siente la prosperidad que ayudó a construir el sector financiero. Pero también la molestia con la estigmatización de los panameños por cuenta del escándalo de los Panamá Papers.
Para ser un país tan pequeño, Panamá está acostumbrado a llamar la atención, por razones buenas y malas.
Y es que desde la maravilla arquitectónica del Canal hasta sus turbulencias políticas, la nación centroamericana ha estado en medio de grandes hechos con un impacto mucho más allá de sus fronteras.
Pero con todo y eso, la gente aquí ha reaccionado con sorpresa –y con no poca indignación– al ver su nombre unido a un hashtag que sacude al mundo.
Para muchos de ellos, hablar de #panamapapers –o de los Papeles de Panamá– es una injusticia, pues mete a todo el país en un costal de supuesta complicidad en la evasión internacional de impuestos, cuando –alegan ellos– las acusaciones van dirigidas a un minúsculo segmento de la sociedad.
Un grupo que además –aseguran– no hacen nada distinto a lo que se ve en el resto de capitales financieras del mundo.
El hecho innegable, sin embargo, es que Panamá es un enorme y sofisticado centro financiero offshore, cuyas firmas ayudan a administrar, de un modo u otro, fortunas multimillonarias de todos los rincones del planeta.
Pero ¿cómo impacta la vida de los panameños comunes y corrientes este flujo de millones de dólares que toca, al menos tangencialmente a su economía?
La prosperidad de partes del país salta a la vista, literalmente, desde el momento en que el avión sobrevuela y permite el primer vistazo de la Ciudad de Panamá.
Una ciudad con un centro financiero tan ostentoso que la torre de un hotel Trump de 284 metros de altura, hasta 2012 el edificio más alto de América Latina, pasa casi desapercibida en medio de las docenas de rascacielos que abarrotan el horizonte de esa capital.
A algunos les recuerda a Dubai. A otros Miami.
El caso es que la Ciudad de Panamá evidentemente ha hecho un buen trabajo de atraer cantidades gigantescas de dinero a una nación de apenas 4 millones de habitantes y con pocos recursos naturales distintos a su afortunada situación geográfica y su voluntad de convertirse en un centro de servicios para el capitalismo internacional.
Los servicios financieros son parte clave de la riqueza de Panamá. El sector financiero genera cerca de 7.5% del PIB, y maneja activos por cerca de US$90.000 millones, según algunos estimativos.
En un negocio donde la reputación lo es todo, muchos en Panamá temen el efecto del presente escándalo en el futuro crecimiento de esa industria.
Pero Rafael, el taxista que me lleva del aeropuerto, no lo ve necesariamente como su problema, sino como un lío de élites. «Eso es un baile de blancos», me dice con desdén.
Prefiere no darme su nombre completo –»Uno nunca sabe con quien habla», me dice– pero me cuenta que su vida ha seguido muy de cerca los altibajos del mundo financiero panameño.
Trabajó con el Bank of Boston, uno de los muchos bancos extranjeros que estaban en la capital centroamericana durante el boom de la década de 1970, cuando América Latina estaba inundada de petrodólares y Panamá empezó a manejar muchas de las fortunas de la región.
Pero en la década de 1980 los petrodólares se esfumaron, Panamá sufrió el estigma de ser un centro de lavado de dólares del narcotráfico, el banco se fue y él se quedó sin trabajo.
El centro financiero panameño se recuperó después y hoy es un rubro crucial de la economía del país. Junto con la infraestructura de transporte que ofrece el Canal de Panamá es parte clave de la estrategia que le permite al país ser mucho más próspero que sus vecinos.
Su PIB per cápita llega a US$20.900 anuales, por encima de naciones europeas como Rumania.
Y con esa prosperidad en juego, para las voces oficiales en Panamá, el escándalo reciente es poco menos que una agresión a su nacionalidad.
El diario La Estrella, uno de los más importantes del país, titula su portada este martes diciendo que «Los Papeles de Panamá son un ataque mundial al sistema financiero».
«No es justa la crítica que está recibiendo Panamá. Es sensacionalismo mediático», le dice a BBC Mundo Gian Castillero, asesor de la cancillería panameña.
Las revelaciones difundidas esta semana en cuanto a los mecanismos usados por ricos y famosos para ocultar sus fortunas se refieren a múltiples jurisdicciones, alega, pero el mundo solo está enfocándose en una, la panameña.
«No hay un problema de supervisión del gobierno panameño», insiste, recordando que Panamá se ha sometido a numerosos procesos de certificación internacional de sus estándares. «Hay compromiso de transparencia».
Y en las redes sociales, algunos panameños emprenden un esfuerzo, tal vez quijotesco, por cambiar el hashtag «Panama Papers» por otro que comprometa menos al nombre de su país.
El hecho, en cualquier caso, es que haberse convertido en un centro financiero tan importante y controversial terminó afectando la vida de muchos panameños, ya sea por la riqueza que ha traído al país, o por el escándalo que ahora asocia el nombre de Panamá a un episodio opaco de las finanzas internacionales.
Para bien o para mal, es parte de la imagen que esta nación proyecta al mundo.
Algo que hoy en las calles de Ciudad de Panamá genera una inquietud que amenaza con prolongarse frente a un escándalo que apenas parece comenzar.
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