Entre los senadores que podrían decidir el destino político de Dilma Rousseff hay uno que probablemente entiende mejor que nadie lo que siente la presidenta brasileña, pues vivió lo mismo. Esta es su historia.
Entre los senadores que podrían tener en sus manos el destino político de la presidenta Dilma Rousseff –si la Cámara de Representantes decide dar trámite a su juicio político– hay uno que probablemente entiende mejor que nadie lo que está sintiendo la mandataria brasileña.
Se trata del senador por el estado de Alagoas Fernando Collor de Mello, quien en diciembre de 1989 se convirtió en el primer presidente de Brasil electo por voto popular luego del fin de los gobiernos militares y el regreso de la democracia.
Y, tres años después, también en el primer mandatario en toda la región en ser sometido a un proceso de impeachment por causa de un escándalo de corrupción, el que eventualmente terminó costándole el cargo.
El escándalo estalló en mayo de 1992, con las explosivas revelaciones del hermano del propio Collor, Pedro, quien en una entrevista con la influyente revistaVeja denunció un esquema de lavado de dinero y tráfico de influencias encabezado por el tesorero de la campaña del presidente.
Para ese entonces, el joven y atractivo mandatario ya había visto desplomarse su popularidad por causa de las medidas con las que infructuosamente había intentado combatir la hiperinflación que afectaba a la economía brasileña.
Y, en ese contexto, las cosas empezaron a complicársele muy rápidamente.
La creación de una Comisión Parlamentaria de Investigación generó una avalancha de denuncias contra Collor, quien fue acusado de haber financiado ilegalmente su campaña y de pagar los gastos de su residencia con el dinero de las empresas fachada de Paulo César Farias, su polémico extesorero.
Y sus desmentidos fueron mortalmente torpedeados cuando se comprobó que un modesto auto Fiat Elba de su uso había sido pagado con dinero de las cuentas de Farias, así como por una explosiva entrevista con su chófer, Eriberto França.
Collor decidió entonces recurrir a la gente, la misma que tres años antes, con más de 35 millones de votos, lo había convertido en el presidente más joven de la historia brasileña. Y el 16 de agosto centenares de miles salieron a las calles.
No lo hicieron, sin embargo, vestidos con los colores de la bandera de Brasil en muestra de apoyo, como había pedido el mandatario.
Por el contrario: marcharon de negro para demandar su salida del gobierno, encabezados por numerosos estudiantes bautizados por la prensa como los «cara-pintadas».
Y durante las semanas siguientes, los brasileños descontentos siguieron manifestándose.
Una marcha del 19 de septiembre de 1992, por ejemplo, fue descrita por The New York Times como «la más grande en la historia de Brasil»: 750.000 personas que desafiaron la lluvia al grito de «¡Impeachment ya!».
Y en su cobertura de la movilización, el periódico estadounidense citó al entonces líder opositor Luiz Inácio Lula da Silva, a quien Collor había derrotado por un estrecho margen en los comicios presidenciales.
Lula decía: «No se puede negociar con un hombre que ha robado millones».
Para ese entonces, la Comisión Parlamentaria ya había concluido que más de US$6,5 millones habían sido transferidos irregularmente para financiar los gastos privados del mandatario.
Y diez días después, el 29 de septiembre de 1992, la apertura de un juicio político en contra del presidente de Brasil fue aprobado por la Cámara de Diputados.
Conforme a la ley, la cámara baja del parlamento brasileño procedió entonces a trasladar la acusación al Senado, que no encontró motivos para desestimarla.
Y cuando el Senado le notificó la decisión a Collor, el 2 de octubre, este quedóautomáticamente suspendido del cargo de presidente de la República por 180 días.
Su puesto fue asumido temporalmente por el vicepresidente, Itamar Franco. Y Collor de Mello ya nunca regresaría al Palacio de Planalto.
En su intento por detener el juicio político, el mandatario presentó su renuncia el 29 de diciembre de 1992.
Pero eso no evitó que el Senado siguiera adelante con el proceso deimpeachment, encontrándolo culpable.
Y, como resultado, el exmandatario perdió todos sus derechos políticos por ocho años.
Humillado, Collor se marchó al exilio a Miami. Pero el camino hacia su rehabilitación empezó en 1994, cuando la justicia ordinaria lo absolvió de los cargos de corrupción pasiva en su contra.
En esa oportunidad, el Supremo Tribunal Federal determinó que la fiscalía no había podido probar las acusaciones.
Y el punto final a los procesos jurídicos vinculados con ese escándalo lo puso el mismo STF en abril de 2014, al absolverlo también de las acusaciones de peculado.
Para entonces, sin embargo, el expresidente ya había regresado a la vida política, consiguiendo ser electo senador por Alagoas –un pequeño estado en el este de Brasil– en 2006 y 2014.
Y en su página web, el tumultuoso período de su impeachment no merece más que un breve párrafo.
«Su estilo duro y arrojado y las medidas que adoptó no les gustaron a todos. Aislado por la clase política y sin apoyo del Congreso Nacional fue víctima de un juicio político, culminando con un impeachment, dos años después. Más tarde sería declarado inocente en un proceso conducido por el STF», se lee ahí.
Lo que no significa que Collor se ha mantenido alejado de los escándalos, pues es uno de los implicados en el escándalo «Lava Jato», que también involucra a Lula da Silva, si viejo rival.
Y ahora también podría tener un voto en el futuro político de la presidenta Dilma Rousseff.
Cómo sigue ahora el proceso para destituir a la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff 12 abril 2016