Situada al borde de la Selva Negra, en el sur de Alemania, esta ciudad medieval es pionera en energía renovable, viviendas supereficientes e industria sostenible. ¿Cómo es la vida allí? ¿Puede aplicarse este modelo a metrópolis como las latinoamericanas?
Friburgo era gris como la ceniza, pero ahora es verde y quiere ser aún más verde.
Esta ciudad ubicada en el sudoeste de Alemania, a los pies de la fabulosa Selva Negra, fue arrasada por las bombas durante la Segunda Guerra Mundial y decidió reconstruirse con un solo propósito en mente: ser la urbe más ecológica y sostenible del mundo.
Y numerosos hitos («el primero…», «el más…»), además de premios y certificaciones nacionales e internacionales, demuestran que lo ha conseguido en gran medida, si se compara con otros centros urbanos de la misma escala (cerca de 230.000 habitantes).
Uno lo nota al caminar por Friburgo. En el centro —reconstruido respetando la fisonomía medieval que tuvo desde su fundación en 1120— no se ve un solo automóvil.
«Solo entran furgonetas que descargan su mercadería bien temprano por la mañana o taxis que dejan o recogen a visitantes en los hoteles», le cuenta a BBC Mundo Annika, una lugareña que trabaja en la alcaldía.
Tranvías, bicicletas y peatones son los dueños de la calle. «Para ver carros, camiones y autobuses hay que ir a la periferia», prosigue.
De inmediato se aprecia el bajo nivel de ruido. Lo que más se escucha es el timbre de alerta de los tranvías, su suave deslizamiento por los rieles, o el bullicio de los 24.000 estudiantes que avivan esta ciudad universitaria.
El aire que se respira es más puro que en otros sitios. Los lugareños se enorgullecen del bajo nivel de CO2 que emite Friburgo: según datos oficiales, han logrado reducirlo en un 20% desde la década de 1990 y aspiran a disminuirlo un ambicioso 50% en 2030.
«Tenemos claro que esta ciudad ofrece una mejor calidad de vida que las demás debido a su apuesta verde», comenta Jens, un estudiante, mientras camina hacia la biblioteca universitaria.
Pero eso no es todo: a simple vista pudimos observar que edificios públicos, viviendas, negocios, industrias, instalaciones académicas y hasta iglesias y el estadio del club de fútbol local están cubiertos por paneles solares para asegurarse un suministro eléctrico renovable. Estamos en una de las urbes más soleadas de Alemania.
Gracias a esa y otras fuentes de energía verde, además de una política de construcción que apunta a la eficiencia, los edificios de Friburgo consumen un promedio de 65 kilovatios/hora por año, mucho menos que en el resto de Alemania y otras partes del mundo.
La primera pregunta que surge es cómo ha logrado ser tan ecológica esta ciudad ubicada en el estado federado de Baden-Württemberg.
«La mentalidad de la gente, su fuerte compromiso con la sostenibilidad, ha sido fundamental para conseguirlo», le explica a BBC Mundo el alcalde Dieter Salomon, quien —no sorprende— pertenece al Partido Verde.
«Friburgo es una de las cunas del movimiento ecologista en Alemania. Aquí el activismo medioambiental se remonta a los años 70, cuando los pobladores se levantaron contra una planta nuclear. El verde está en nuestro ADN».
Pero ¿cómo es la vida en un lugar así? ¿Es cómodo, barato? ¿Y puede este singular modelo adaptarse a otras ciudades como las latinoamericanas?
BBC Mundo trata de contestar estas preguntas a través de 5 experiencias en Friburgo.
Compramos un boleto para visitantes válido por 3 días para poner a prueba la red de transporte público de Friburgo, que está dividida en tres zonas. Costó 26 euros (el ticket por un solo trayecto tiene un precio mínimo de 2,30 y el diario, de 6,20).
Los valores de los pases son relativamente bajos en comparación con los de otras ciudades de Europa, gracias a los subsidios de la comuna y a fuertes descuentos para familias, estudiantes y pensionados.
Nuestro pasaje nos permitió viajar en el S-Bahn (tranvía) hacia la mayoría de los puntos de interés de Friburgo. Y cuando una línea se terminaba, una conexión de autobús —incluida en el boleto— nos llevaba aún más lejos.
Nuestro pase fue tan abarcador que incluso nos permitió usar el funicular más largo de Alemania para escalar, durante unos 20 minutos, los más de 1.200 metros del famoso cerro Schauninsland en la Selva Negra.
«Lo bueno es que podemos hacer casi todo en transporte público. Es cómodo y rápido; realmente no necesitas un auto», comenta Jutta, una pasajera con la que dialogamos en un viaje en S-Bahn.
«Mucha gente se moviliza también en bicicleta. Seguro que habrás visto miles de ellas en la zona universitaria», añade. Ciertamente, en Friburgo hay una densa red de ciclovías de 420 kilómetros, además de numerosas áreas peatonales como la del casco antiguo.
Según cifras de la empresa de transporte local, Freiburg Verkehr AG (VAG, por su sigla en alemán), cada año se realizan en la ciudad más de 78 millones de viajes en transporte público.
«El secreto está en la planificación del sistema, que funciona las 24 horas», le asegura a BBC Mundo Andreas Hildebrand, portavoz de la VAG.
«Por ejemplo, los tranvías pasan cada 3 o 4 minutos y tratamos de que la gente siempre tenga una parada cerca. Más del 70% de la población vive en la proximidad de una».
Hildebrand nos cuenta que, como consecuencia, la proporción de usuarios de automóviles ha caído por debajo del 30% en los últimos años.
Y entre los pocos que andan en carro, muchos utilizan una red de vehículos compartidos (car sharing) con 70 localizaciones en la ciudad.
En nuestro recorrido nos costó encontrar a alguien que se quejara del transporte en Friburgo, que se alimenta de fuentes de energía renovables.
Uno de nuestros viajes en tranvía nos dejó en el nuevo edificio de la alcaldía de Friburgo que mandó a construir el jefe comunal, Dieter Salomon. Es un impresionante cilindro de cinco pisos cubierto de miles de paneles solares en su fachada y azotea. Parece salido de una novela futurista.
Pero esa no es su única singularidad. Es uno de los tantísimos «edificios pasivos» que pueden verse en Friburgo, una de las mecas mundiales de este tipo de construcciones.
Estas estructuras cuentan con una aislación y un sistema de intercambio de aire tan eficientes que pueden mantener una temperatura constante durante todo el año y prácticamente no necesitan calefacción ni refrigeración. Por lo tanto, ahorran hasta un 90% de energía.
El estándar es muy alto: los edificios pasivos no pueden gastar más de 15 kilowatts/hora por metro cuadrado al año en caso de que haya que encender una estufa o un aparato de aire acondicionado. (Si se pasan de esa medida, pierden la certificación y los subsidios de la ciudad).
Se trata de un dato muy técnico, claramente, pero forma parte del plan de construcción y renovación que Friburgo encaró hace décadas para que sus edificios sean más sostenibles.
La nueva alcaldía es uno de los hitos de esta estrategia. Cuando se inaugure a fines de este año, allí trabajarán 850 empleados. Los paneles solares no solo generarán electricidad para consumo propio, sino también un excedente que alimentará la red eléctrica.
Gerold Wisskirchen, responsable del proyecto, nos llevó a recorrer el edificio. Además de células fotovoltaicas, la fachada tiene una aislación de al menos 30 centímetros de espesor para conservar mejor la temperatura. Y, con el mismo fin, las ventanas poseen tres hojas de vidrio.
Por dentro todos los planos son abiertos para facilitar la circulación de aire. «La mayoría de los empleados que ya se mudaron a este edificio están contentos. Pero hemos tenido un puñado de quejas», le confiesa a BBC Mundo Wisskirchen.
«A algunos les cuesta acostumbrarse a trabajar en una espacio tan amplio, con muy pocas subdivisiones y oficinas privadas. Otros se quejan de que las ventanas son pequeñas o que aislación es tan gruesa que a veces los celulares no funcionan».
Más allá de estas objeciones, la Biblioteca de la Universidad de Friburgo, una de las más grandes y modernas de Europa, es igual de extraordinaria.
Inaugurada en 2015 tras una amplia reforma para convertirla en «pasiva», ha logrado ahorrar 2 millones de euros (US$2,3 millones) al año en energía, lo que ha permitido invertir «en lo que realmente importa: comprar materiales para los estudiantes», nos dice su directora, Antje Kellersohn.
La ciudad también se precia de contar, desde mediados de los 90, con el primer estadio de fútbol del mundo alimentado con energía solar. Pertenece al club local, el SC Freiburg, que acaba de ascender a la Bundesliga (la primera división alemana).
Pero quizás la mayor estrella de la ciudad sea la Green City Tower, que se encuentra en plena construcción. Esta torre de 48 metros «es única en el mundo», le asegura a BBC Mundo Wolfgang Frey, un reconocido arquitecto que lidera el proyecto.
Ciertamente, es el primer edificio «pasivo» de oficinas y viviendas en todo el planeta.
«Su particularidad es que con los paneles solares de la fachada y del techo producirá un excedente de 1 MW (megavatio) de energía, que se almacenará en una enorme batería de litio para suministrar electricidad al resto del barrio cuando haya una mayor demanda de corriente», explica Frey.
«Es decir que la Green City Tower funcionará como un nodo energético en el distrito. No es un edificio tonto como muchos otros, sino uno muy inteligente. Es el futuro de la construcción sostenible».
Más allá de las novedades arquitectónicas, lo que ya existe desde hace años en Friburgo en Breisgau (como se hace llamar esta urbe para diferenciarse de su homónima en Suiza) es igual de sensacional. Una de las líneas de tranvía nos acercó a uno de los barrios insignia de la ciudad: Vauban.
Fue construido a fines de los años 90 en una base militar francesa abandonada tras la Segunda Guerra Mundial. El plan fue impulsado por estudiantes y okupas que querían crear un suburbio familiar, ecológico y con bajo consumo de energía y que lograron convencer a la alcaldía de que les autorizara el proyecto y los apoyara económicamente.
Con 5.500 habitantes, Vauban suma hoy centenares de bloques de viviendas pasivas o energéticamente eficientes.
Franjas de vegetación entre las filas de casas facilitan la circulación del aire.
El barrio incluso posee pequeñas plantas que suministran agua caliente para los grifos y la calefacción usando fuentes de energía verdes como la geotérmica (calor de la Tierra) o calderas alimentadas con biomasa (restos de troncos que descarta la industria maderera local).
Los desechos orgánicos de las casas (comida y excrementos) son canalizados hacia una planta que produce biogás, el cual se aprovecha para cocinar.
Los escasos autos que poseen los residentes no se ven porque son guardados en cuatro estacionamientos distribuidos por todo el distrito. Los visitantes solo cuentan con algunos espacios en la calle para aparcar.
En Vauban dialogamos con dos vecinas sobre cómo es vivir en este barrio. «Es como debe ser Friburgo: aire limpio y silencio. Qué más queremos», expresa una de ellas. «Y pagamos menores cuentas de electricidad», acota la otra.
No obstante, hay algunas dudas sobre si muchas de las construcciones que se ven en el distrito son efectivamente ecológicas.
Andrea Phillip, representante de la agencia Aiforia que promueve la sostenibilidad en Friburgo, compartió con BBC Mundo sus reparos: «Puede que los edificios sean muy eficientes energéticamente, pero no sabemos realmente si los materiales utilizados para construirlos son verdes en todos los casos».
«Hace falta más transparencia en este sentido».
En nuestro recorrido fue evidente que Friburgo no solo es una ciudad con conciencia ecológica, sino también social.
Cuando nos bajamos del S-Bahn en el barrio de Weingarten-West, donde vive un gran número de familias desfavorecidas, inmigrantes y refugiados, nos encontramos con la primera torre pasiva para vivienda social de Alemania y probablemente del mundo.
Este edificio de 45 metros de altura y 16 pisos, conocido como «Bugginger Strasse 50» (por su dirección), fue construido en la década de 1960 y «saneado» en 2010 para convertirlo en una estructura mucho más eficiente.
«Para ello se consultó a los residentes y se los incluyó en todas las etapas del proyecto para que entendieran la naturaleza de las reformas y cómo los beneficiaría», le cuenta a BBC Mundo, al pie de la torre, Renate Bräu, representante del departamento de obras de la ciudad.
Bräu luego nos presenta a Trandin Konstanze, una de las residentes de los 90 apartamentos del edificio, quien nos invita a su vivienda en el noveno piso. No bien entramos, Trandin nos muestra las rejillas de ventilación en lo alto de las paredes y un interruptor para regular la intensidad con la que ingresa el aire.
«Yo no tenía la menor idea de lo que era una casa ‘pasiva’, pero durante las reformas hubo un grupo de personas que nos enseñaron a vivir en un edificio así», nos aclara.
«Nos dijeron que no era necesario abrir las ventanas ni usar calefacción y que podíamos incrementar la circulación de aire con este interruptor de dos posiciones cuando, por ejemplo, cocinábamos o recibíamos a mucha gente. El sistema es más silencioso de lo que pensábamos», opina Trandin señalando el mencionado botón.
La ventilación tiene su cerebro en lo alto de la torre: es el llamado «intercambiador de aire».
Como en el resto de las viviendas «pasivas» (aunque en este caso de enormes proporciones), es un dispositivo sencillo que, por medio de ventiladores y tubos que se entrelazan, deja entrar el aire exterior y expulsa el interior sin que se altere la temperatura de la corriente dentro de los apartamentos. Esto tiene el beneficio adicional de controlar la humedad.
«Yo me acostumbré a vivir en este edificio, me siento cómoda. El ambiente suele ser templado; para encender la calefacción habría que andar en bikini en invierno», se ríe Trandin. «Y cuando hace calor, solo bajo las persianas para que evitar el sol directo. Mis cuentas de electricidad por suerte bajaron. Pago unos 310 euros (US$360) al año».
Claro que hay algunos problemas en una torre tan cerrada como «Bugginger Strasse 50». «A veces, cuando alguien cocina el olor es muy fuerte y hay gente que sigue dejando las ventanas abiertas o prendiendo la estufa, lo que afecta a todo el edificio y lleva a que se gaste más energía», lamenta nuestra anfitriona.
La trabajadora social Kristel Werb, quien asiste a los residentes, le comenta a BBC Mundo que la experiencia de Trandin muestra «cuán importante es educar a quienes habitan en los edificios verdes desde antes de que los ocupen».
«Las casas pasivas son un excelente instrumento, pero de nada sirven si la gente no sabe cómo sacarles provecho».
En la actualidad, Friburgo está «saneando» otros tres complejos de viviendas sociales y en el futuro espera sumar más.
Si algo ha demostrado la experiencia de Friburgo es que la apuesta por la ecología y sostenibilidad es rentable, al contrario de lo que algunos piensan.
«Somos la ciudad más verde del mundo, no me cabe duda», le asegura a BBC Mundo Bernd Dallmann, jefe de negocios del organismo de promoción económica de la comuna. «Y para nosotros eso ha tenido muchos réditos».
Dallmann explica que, gracias al plan de eliminación de plantas nucleares encarado por el gobierno de la canciller Angela Merkel, hasta 2050 se espera una inversión de 500.000 millones de euros (US$583.000 millones) en la llamada «revolución energética verde».
Si algo ha demostrado la experiencia de Friburgo es que la apuesta por la ecología y sostenibilidad es rentable, al contrario de lo que algunos piensan.
Y afirma que Friburgo, con su amplia experiencia y generosos subsidios, se ha convertido en un polo de expertos y desarrollo tecnológico en la materia a nivel mundial, lo que la ha vuelto «muy atractiva y promisoria» desde el punto de vista económico.
El sector verde cuenta con 2.000 compañías y 12.000 empleados en la ciudad, donde además se encuentra la sede del mayor instituto de investigación de energía solar de Europa, el Fraunhofer ISE.
Se espera que en los próximos años el mercado de energías renovables y saneamiento de infraestructura para volverla más sostenible alcance los 15.000 millones de euros (US$17.500 millones) tan solo en esta parte de Alemania.
Además, grandes multinacionales como la farmacéutica Pfizer se han instalado en el recién creado Parque Industrial Verde de Friburgo, que usa energía predominantemente verde y apenas genera el 10% de las emisiones de la CO2 de la ciudad.
Luego de que un largo trayecto en tranvía y autobús nos condujera al Parque, pudimos ver el potencial de ese inmenso predio. Unas 300 empresas ya se han sumado a este proyecto, seducidas por los beneficios que les reporta la tecnología verde: más eficiencia en las líneas de producción y ahorro de energía.
«Nosotros en Pfizer gastamos no más de 10 millones de euros (US$11,6 millones) para transformar nuestra planta en una industria verde», le cuenta a BBC Mundo Michael Becker, director de ingeniería de la empresa que fabrica Viagra, entre otros conocidos fármacos.
Eso incluye —según explica— la construcción de edificios pasivos, el uso de energía solar, geotérmica y generada con biomasa, sistemas eficientes de recuperación de calor y frío, y reciclaje de residuos.
«Pero le garantizo que los ahorros han superado con creces a los costos de las reformas. Nosotros, por ejemplo, hemos logrado recortar el consumo de energía en un 55%, equivalente a 400.000 euros anuales (US$466.000); es mucho dinero en el largo plazo», afirma Becker.
Asimismo, la «revolución verde» —junto con la buena calidad de vida— ha convertido a Friburgo en un imán para profesionales del resto de Alemania y del mundo.
«Mucha gente quiere venir a vivir acá; eso es bueno», le comenta a BBC Mundo Andrea Phillip, de la agencia Aforia, que fomenta la sostenibilidad en la ciudad.
«Pero el creciente interés ha generado un problema: los alquileres de viviendas se han encarecido (aquí es más común rentar que comprar). Hoy cuestan 10 u 11 euros por metro cuadrado, lo que representa hasta un 50% de los sueldos», añade.
El alcalde de Friburgo, Dieter Salomon, coincide en que éste es uno de los grandes retos que enfrenta la ciudad: «La protección ambiental y la escasez de tierras impiden la construcción de nuevas viviendas para acomodar a un creciente número de residentes. Es algo que debemos resolver y aún no sabemos muy bien cómo».
A pesar de los inconvenientes, Salomon sostiene que su comuna es un gran modelo de sostenibilidad para otras ciudades. «Solo en el último año nos visitaron 22.000 funcionarios, expertos y arquitectos de todo el planeta para ver cómo lo hacemos».
El alcalde dice que además Friburgo se asoció con 12 ciudades de otros países para asesorarlas en el desarrollo de centros urbanos verdes, entre ellas una de América Latina: Managua.
¿Pero es posible adaptar el modelo de la apacible Friburgo a metrópolis con tanto ajetreo y contaminación como Ciudad de México, Sao Paulo y Buenos Aires?
«Yo soy el alcalde de un pueblito, no soy quién para darles consejos a mis pares latinoamericanos», bromea Salomon.
«Ahora hablando en serio, creo que la política verde de Friburgo ha sido exitosa por la escala de la ciudad y porque arrancó desde muy temprano. Quizá sea difícil lograr algo parecido en ciudades tan descomunales que han crecido tan desordenadamente como las de América Latina».
FRIBURGO: PRINCIPALES FUENTES DE ENERGÍA