Dos motivos hacen de mañana domingo un día especial para la democracia en Argentina. Uno es histórico. El otro, la gran incógnita que se abre el mismo día sobre el futuro del país, cuando Javier Milei asuma oficialmente como presidente.
A partir de entonces se sucedieron otros gobiernos electos democráticamente, aunque algunos terminaron antes su mandato en medio de grandes crisis económicas y sociales: el propio Alfonsín entregó anticipadamente el poder en 1989 y Fernando de la Rúa renunció en 2001 ante fuertes protestas en las calles.
“Desde 1983 hasta ahora hemos tenido infinidad de problemas, pero todos se han resuelto por la vía institucional. Eso me parece el principal logro de los 40 años de democracia”, dice Victoria Murillo, una politóloga argentina que dirige el Instituto de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Columbia.
Ahora está por verse si Milei “es un personaje que puede poner en riesgo la democracia argentina”, sostiene Murillo en una entrevista telefónica con BBC Mundo.
-El domingo 10 de diciembre Argentina cumplirá 40 años de democracia. Y el mismo día asume Javier Milei como presidente. ¿Ves algún simbolismo en esta coincidencia de fechas?
-Hay un aspecto de continuidad. Pensemos que Argentina se democratizó para los varones en 1912. Desde ahí hasta 1983 fue un período de mucha inestabilidad, entre gobiernos democráticos y militares. Cuando había elecciones limpias, ganaba el radicalismo hasta 1930 y después el peronismo.
En 1983 empieza el período más largo de democracia en la historia argentina. Y también el primero con democracia competitiva. Ha habido gobiernos peronistas y no peronistas, y la democracia ha sobrevivido durante 40 años a estos cambios de signo político, incluso con una crisis enorme como la de 2001.
En ese sentido, si bien la elección de Milei representa el rechazo a las opciones tradicionales, vuelve a canalizar el descontento dentro del sistema democrático. Puede ser que Milei diga “que se vayan todos”, pero eso no resultó en un golpe militar o inestabilidad política, sino en una elección limpia donde él fue elegido.
Más allá de otros aspectos de su programa, me parece que la elección en sí misma habla de la solidez de la democracia argentina. Esperemos que siga así.
-¿Milei supone un desafío al consenso que había en Argentina sobre la dictadura?
-Vamos a ver qué ocurre, no parece prioritario para él. Pero es algo que modifica un consenso al que costó bastante tiempo llegar. Empezó con el informe de la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) y el juicio a las juntas militares, el fin de una era de violencia política y la idea de que los derechos humanos son cruciales. Eso no fue solo en el terreno político. Se ha ganado mucho en otros terrenos de derechos.
Pensemos que cuando llegó la democracia no había ni siquiera ley de divorcios: es Alfonsín el que la pasa. También la de patria potestad. Argentina es el primer país en establecer cuotas de género en el Congreso, en aprobar el matrimonio igualitario. La ley de género, de adopción igualitaria. La legalización del aborto…
-Esta tradición de derechos humanos emerge del consenso contra los crímenes de lesa humanidad de la dictadura.
-En ese sentido, Milei es el primer presidente que lo cuestiona. Si bien Menem indultó a los comandantes, la idea era la pacificación. Pero Milei, en uno de los debates presidenciales, dice que fue una guerra y hubo excesos: un poco el argumento de los comandantes. Eso lo hace muy diferente y abre un interrogante sobre lo que viene.
-Al mismo tiempo, algunos advierten que a Milei lo votó una amplia mayoría dentro de las reglas de la democracia y es difícil achacarle a todos esos votantes una simpatía por el autoritarismo, un rechazo a los derechos humanos o incluso una coincidencia con las dudas que él planteó sobre la cifra de 30.000 desaparecidos…
-Recordemos que en el sistema electoral argentino hay dos vueltas. En la primera vuelta, que son sus votantes en todo caso, él sacó 30% de los votos. Mi impresión por lo que he visto en las encuestas es que no es un voto ideológico. Es más bien un voto de bronca contra el sistema político, de frustración sobre todo por el tema económico y descontento con las dos opciones políticas existentes.
La segunda vuelta es una elección donde él encarnaba la oposición al partido de gobierno, en un contexto donde los partidos de gobierno en toda América Latina no se reeligen desde 2019, salvo el caso del Partido Colorado en Paraguay.
Y con una situación muy mala en Argentina, una inflación de 150% y una pobreza de 40%, no sorprende que el partido de gobierno haya perdido y la gente busque un reemplazo.
-¿Dirías que este 40º aniversario es un momento bisagra de la democracia argentina?
-Este 40º aniversario es en algún sentido un momento bisagra. En Argentina el desarrollo económico no ha sido particularmente exitoso, pero la democracia demostró ser muy capaz de soportar crisis. Hay que ver qué capacidad tiene en este momento de hacer frente a un desafío nuevo. Y ver si Milei es una reestructuración política -la emergencia de una nueva coalición que va a funcionar dentro del sistema democrático- o si es un personaje que puede poner en riesgo la democracia argentina.
Por ahora es un presidente muy débil, minoritario. Frente a las políticas que propone, que pueden generar mucha protesta y descontento, está buscando una coalición legislativa condicional a ciertas leyes, pero no necesariamente leal si las cosas se ponen mal y hay un juicio político.
Muchos presidentes minoritarios en América Latina no han podido terminar su mandato cuando enfrentan contextos de crisis, protesta social y una caída dramática de su popularidad. O sea, podemos ver una crisis institucional que no necesariamente resulte en que él se transforme en un Bukele y haya una concentración de poder, sino más bien una ausencia de poder.
Tendría un costo social gigantesco que él tratara de concentrar poder. Primero requeriría que haga algo que le diera enorme popularidad. Y con una sociedad civil tan movilizada y organizada como la argentina, me parece difícil que lo logre, pero siempre hay una primera vez.
-El programa que Milei quiere impulsar incluye recortes de subsidios, privatizaciones, reducción del Estado…
-A mí eso es lo que más me preocupa: la protesta social y el grado de violencia que eso pueda desencadenar.
-¿Ves un riesgo de inestabilidad política en el futuro inmediato?
-Veo un riesgo de inestabilidad política y de represión que pueda generar una reacción social también. Y hay comentarios, que por ahora no son más que comentarios, por ejemplo del expresidente (Mauricio) Macri como llamando a grupos progobierno a defender al gobierno en la calle de las protestas, que no me parecen particularmente productivos. Por eso hay muchos signos de interrogación que tienen más que ver con la protesta social y cómo se maneja ese tema.
-Al mismo tiempo, Milei podría argumentar que tiene legitimidad para impulsar su programa: ganó por 11 puntos de ventaja. Y el peronismo, asociado al movimiento sindical, parece debilitado después de esta elección…
-Sí, esos puntos le dan a él la idea de que la gente votó por un ajuste. No me queda claro cuál es el ajuste que votó la gente. Los votantes quieren que se baje la inflación. Pero no fue muy claro durante la campaña en cómo se iban a distribuir los costos de ese ajuste, más allá que dijo que iba a acabar con la corrupción de la política.
Los puestos políticos en el Estado son muy pocos en términos proporcionales, no alcanza con acabar con ellos. La mitad del presupuesto público son jubilaciones. Si quiere hacer un ajuste hay que pagar costos. No sé cómo va a distribuir él esos costos y qué reacción va a tener.
Por otro lado, el peronismo ha hecho la peor elección de su historia. Ese 37% no solo es su porcentaje más bajo, sino que nunca ha gobernado tan pocas provincias. Está realmente en una situación de crisis, tal vez más aguda que la de 1983, aunque ese año la derrota fue sorpresiva y en este caso no tanto.
En 1983 hubo todo un proceso de renovación del liderazgo. La pregunta es si ahora va a pasar lo mismo frente a estos resultados electorales y a un desempeño bastante malo en esta última administración.
-En estos 40 años Mauricio Macri fue el único presidente no peronista que completó su mandato. Sin tener la bola de cristal, ¿apostarías a que Milei también lo logrará?
-Es muy incierta la situación. Y él es un presidente mucho más minoritario que ninguno que hayamos tenido. Es muy difícil saber cómo va a desarrollarse su administración. Definitivamente hay un riesgo de que no termine su mandato. Si la protesta social es muy grande y lo abandonan los aliados circunstanciales que está tratando de construir, no es tan difícil pensar que no llegue al final de su mandato.
Tenemos que ver qué pasa; hay un proceso institucional si eso ocurre. Y esperemos que llegue al final de su mandato porque no es bueno para la democracia argentina ninguno de esos procesos de crisis. Pero no podría garantizar que va a llegar al final de su mandato.
-¿Cuál ha sido el mayor logro de la democracia argentina en estas cuatro décadas?
-Ha tenido varios logros. El enseñarnos a vivir en paz después de muchos años en los que fue muy difícil, sobre todo desde 1955 hasta 1983, con muchos golpes militares y violencia política. Desde 1983 hasta ahora hemos tenido infinidad de problemas, pero todos se han resuelto por la vía institucional. Eso me parece el principal logro de los 40 años de democracia. No toda la región lo ha tenido. Ha habido retrocesos importantísimos en muchos países respecto a la democracia.
-De hecho, la encuesta regional de Latinobarómetro este año muestra a Argentina, tras Uruguay, como el segundo país latinoamericano donde la idea de que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno es más compartida por la población (69%), bastante por encima del promedio regional (48%). Es un dato que sustenta lo que señalabas…
-Me parece que sí. No digo que la gente esté contenta con cómo funciona la democracia. De hecho, hay una brecha con la satisfacción. Pero sí hay un consenso de que esta es la forma en que debemos resolver nuestros problemas. Considerando la historia argentina del siglo XX, me parece un logro extraordinario.
-A su vez, la misma encuesta muestra que entre 2020 y 2023 aumentó cinco puntos porcentuales la cantidad de argentinos que creen que un gobierno autoritario puede ser preferible en ciertas circunstancias: pasaron de 13% a 18%. ¿Debe preocupar esto?
-Comparado con el resto de la región, ese número es bajo. A mí siempre me preocupa y preferiría que fuera cero. Pero, considerando los desafíos que tiene Argentina, la situación económica, social y el aumento de la inseguridad que es un problema de toda la región, me parece que todavía estamos del lado bueno.
Hay que tratar de construir para que la democracia empiece a resolver los problemas que no ha resuelto. Alfonsín en 1983 hizo una campaña diciendo que la democracia era la paz y que con la democracia “se come, se cura y se educa”. La democracia trajo la paz, se acabó la violencia política, pero el “se come, se cura y se educa” son asignaturas pendientes en muchos aspectos.
-Alfonsín también dijo que ese día en que asumía se terminaba “la inmoralidad pública” y comenzaba “un gobierno decente”. Ahora, 40 años después, Milei acaba de ganar las elecciones con la promesa de acabar con “la casta” y los “políticos chorros” o ladrones. ¿La lucha contra la corrupción es otra tarea pendiente de la democracia argentina?
-La lucha contra la corrupción es una tarea pendiente de todas las democracias latinoamericanas. Es clave, porque la gente cada vez más cree que la legitimidad en democracia está vinculada al desempeño. Y el desempeño es cada vez más dependiente de variantes sobre las cuales Latinoamérica no necesariamente tiene control, como los ciclos de las materias primas.
Además, que haya habido tantos escándalos de corrupción hace que la gente piense que los gobernantes no solo son más bien incompetentes en muchos países, sino que son como insensibles y no les importa nada. En medio de la pandemia hubo muchos escándalos de corrupción sobre el acceso a la salud. La gente dice: “No solamente las cosas están mal, sino que encima es como que se están riendo de mí y se enriquecen”.
-El triunfo de Milei ha entusiasmado a la extrema derecha en Occidente y generó felicitaciones de expresidentes como el estadounidense Donald Trump y el brasileño Jair Bolsonaro. ¿Cuánto tiene en común Milei con ellos?
-Cada uno de estos fenómenos son peculiares. Por un lado, en el mundo miran todo desde su propia lente. Por ejemplo, en Estados Unidos hay muchísimo interés en Milei porque lo ven como a Trump. En Brasil había miedo porque el gobierno de Lula lo ve como a Bolsonaro.
Milei se ha vinculado con este movimiento. Invitó a Bolsonaro a su asunción presidencial. Pero no sabemos todavía quién realmente es Milei. Parte de lo que lo llevó a la victoria es que cada uno veía en él lo que quería ver. Y él tiene ideas que lo acercan a esos personajes, cada uno diferente. Por ejemplo, Milei está con el libre intercambio y Donald Trump con el proteccionismo. No es que están todos en la misma política. Pero Milei sí tiene ideas que lo hacen parte de ese grupo.
Ahora, con eso no alcanza para gobernar. Incluso entre sus votantes, el grueso no lo votó por esas ideas sino porque parecía auténtico. El no parecer político es algo que han explotado muchos de esos personajes, como Trump. Pero Trump llegó con el Partido Republicano y Bolsonaro con una coalición de apoyo en un sistema político que tradicionalmente es de presidentes minoritarios.
La novedad de Milei es que llega con ocho senadores y 38 diputados en un país que no está acostumbrado a gobiernos de coalición. Habría que ver qué va a hacer y cómo va a construir desde la presidencia, porque no llega con una estructura tan armada como los otros.