No hay previstas reuniones entre Lula y Milei. El argentino señaló que jamás se reuniría con Lula, a quien tachó de “corrupto”. Pero así como vimos a Milei arrodillarse ante el Papá después de tratarlo de Satanás, probablemente haga igual con Lula, ya que este año le toca la presidencia del G20.
Difícil es encontrar en nuestros días dos formas más antagónicas y diferenciadas de entender la política externa que la de los dos presidentes de los países más grandes de Latinoamérica: Brasil (8.515.770 kilómetros cuadrados) y Argentina (2.780. 400 unidades de la misma medida).
Así, mientras el Presidente de la segunda nación mencionada, Javier Milei, anuncia, en una gira de tres días a Israel, su intención de trasladar la embajada argentina desde Tel Aviv a Jerusalén (decisión que de concretarse colocaría a su país al lado de otros cinco estados que lo precedieron al adoptar una postura similar: Honduras, Guatemala, Kosovo, Papúa Nueva Guinea y Estados Unidos), el primer mandatario brasileño emprende, pocos días después, una gira a África, donde tiene previsto visitar a dos naciones de tamaño mediano que juegan un importante rol en ese continente: Egipto y Etiopía. Y que a partir del 1 de enero de este año se unieron a los BRICS, junto a Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, ampliando el quinteto original formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.
De hecho, el miércoles 14, mientras en su país se festejaba en Carnaval, Lula pisó suelo egipcio, donde mantuvo una cordial entrevista con el Presidente Abdelfatah El-Sisi, asediado por la apremiante posibilidad de una invasión terrestre israelí a Rafah, en la frontera entre Gaza y Egipto, y tras una visita de dos días, Lula da Silva tenía previsto desembarcar el viernes 16 en Adís Abeba, capital de Etiopía, para reunirse con su colega, la Presidente Sahle-Work Zewde, y a renglón seguido participar como invitado de honor en la Cumbre de la Unión Africana, pauteada para este fin de semana.
Como salta a la vista en forma patente, se trata de dos visiones completamente opuestas y polares en relación a los posicionamientos internacionales que, de acuerdo a las perspectivas de ambos líderes, Milei y Lula, pueden ayudarles a obtener mayor protagonismo y mayores ventajas para sus países dentro del complejo escenario internacional actual, al que algunos observadores han definido como el de una “policrisis”, donde se entrecruzan y articulan conflictos como el de Ucrania y el que enfrenta a Israel (y a EE.UU., como su principal y más firme aliado) con Hamas, Hezbolá en el Líbano, los houthis de Yemen, diversas facciones iraquíes y el Estado de Irán (con distintas intensidades y énfasis, desde luego).
Relaciones carnales 2.0
Javier Milei reedita, por un lado, en una versión “recargada” la teoría de las “relaciones carnales” de Argentina con Estados Unidos y el mundo occidental, cuya autoría comúnmente se le atribuye a Guido Di Tella, uno de los cancilleres de Carlos Menem (el otro fue el economista Domingo Cavallo), y que se basa en los desarrollos teóricos del internacionalista Carlos Escudé, quien sostenía que el “realismo periférico” era la forma más pragmática de asumir la dependencia objetiva de su país en relación a EE.UU., como potencia hegemónica en el hemisferio.
Y, desde la otra vereda, Luiz Inácio Lula da Silva redobla su apuesta por la búsqueda de una mayor coordinación y afiatamiento del Sur Global que amplifique y potencie el peso de los Estados no centrales en un sistema internacional donde el multilateralismo tradicional, que se expresaba usualmente a través de las Naciones Unidas, como modelo de búsqueda de consensos, decisiones y arbitrajes, se encuentra sumergido en una profunda crisis que, a juicio de muchos observadores, podría ser incluso hasta de carácter terminal e irreversible.
¿Qué hay detrás del cálculo de Milei al llevar a cabo una política externa que marca una ruptura profunda con la tradición histórica de la diplomacia argentina que siempre estuvo alineada con la idea de favorecer en Medio Oriente la solución de los dos Estados, Israel y Palestina, conviviendo pacíficamente y respetando y reconociendo las fronteras de 1967 y el estatus especial de Jerusalén como “ciudad abierta”, obedeciendo a sucesivas resoluciones en tal sentido de la Asamblea General de las Naciones Unidas?
Según deja vislumbrar el ex Canciller argentino y ex Embajador en nuestro país, Rafael Bielsa, en una reciente columna de opinión, su postura podría apuntar a obtener la benevolencia o al menos la simpatía del “poderoso lobby judío norteamericano en favor de Argentina, como quien da cuerda a un reloj”, atenaceada, como está, por una difícil situación económica acicateada por una fuerte y gravosa deuda externa. Pero va a ser muy difícil, en su opinión, obtener clemencia de magnates tales como “Larry Fink (Black Rock), Stephen Schwarzman (Blakstone Group)” o “Paul Singer (Elliott Investment Management”, sobre todo teniendo en consideración que este último fue quien capitaneó la arremetida de los llamados “fondos inversionistas buitres” en 2014, para reclamar por sus derechos supuestamente vulnerados por Argentina, durante el gobierno de Cristina Fernández.
Para colmo, apunta Bielsa en su columna de eldiarioar.com, del 10 de febrero pasado, siempre existe la posibilidad de que la dura postura de “alineamiento automático” de Milei con Israel, que se tradujo en declaraciones tales como aquellas en las que argumentó que “Hamas era una expresión del nazismo en el siglo XXI” y que el gobierno de Benjamin Netanyahu encarnaba la lucha del bien contra el mal, le pueden eventualmente acarrear a Argentina costos tan altos y desastrosos como los ocasionados luego que Menem apoyara en la guerra del Golfo, a comienzos de los años 1990, a la coalición occidental que terminó por invadir a Irak. Apoyo que se expresó incluso a través del envío de una fragata de la Armada argentina a esa convulsionada región del mundo.
En efecto, dice Bielsa, “si esta vez nos salvamos del tercer atentado (aludiendo a los bombazos contra la Embajada de Israel en Buenos Aires y luego contra la AMIA, entidad mutual de la colectividad judía en Argentina, en 1992 y 1994), no será por importantes sino por irrelevantes (el énfasis de la cursiva es nuestro)”.
Mientras tanto, en el otro polo de la ecuación de este “gallito” de dobles opuestos y espejos enfrentados, Lula desarrolla una estrategia diplomática multidimensional y sofisticada. Por un lado, asegura e impulsa en El Cairo las relaciones económicas con un país que constituye un gran mercado para las carnes bovinas brasileñas y por el otro afirma su estatura de líder de lo que antaño se llamaba el Tercer Mundo, cuando había sólo dos potencias rivales enfrentadas y no muchas más (y con sus apetitos revigorizados), como ocurre hoy.
Lula pidió en Egipto, en forma urgente, establecer un cese del fuego definitivo en Gaza que permita la ayuda humanitaria y conduzca a la liberación de los rehenes, que permanecen en poder de Hamas, al tiempo que condenó la “impotencia” del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para imponer la paz en la región. Y fue extremadamente directo en su condena a Israel al subrayar que “no hay explicación para un comportamiento, que con el pretexto de derrotar a Hamas está matando mujeres y niños como jamás se ha visto en otras guerras de las que tenga conocimiento”.
¿Qué se avizora, por su parte, en la agenda internacional de ambos, Lula y Milei, para lo que resta de este año? Javier Milei retomó ya sus reuniones de gabinete, de regreso en Argentina tras la gira que lo llevó primero a Israel y luego a Italia, donde se entrevistó con el Papa Francisco y con la Primer Ministra Giorgia Meloni, y donde debe lidiar, entre otras cosas, con una inflación interanual que ya alcanza una tasa de 254,2 por ciento. Lula da Silva enfrenta, por su parte, un panorama que, al menos en lo económico y también en las dimensiones política y social, se presenta mucho más relajado que aquel que debe afrontar su colega del Cono Sur con una tasa inflacionaria que en enero de 2024 confirma su tendencia a la baja, con una disminución de 0,11 puntos porcentuales con respecto al mes anterior, y buenas expectativas macroeconómicas.
En lo inmediato, no hay previstas, que se sepan, reuniones bilaterales entre Lula y Milei, sobre todo considerando que mientras el “anarcocapitalista” fue candidato (la autodefinición es suya, salvando el oxímoron) señaló que no se reuniría jamás con el ex sindicalista, a quien tachó de “corrupto” y “comunista”. Aunque la veterana y ultraprofesional diplomacia brasileña se ha encargado de dejar algunas ventanas abiertas que propiciarían un posible encuentro que, hasta ahora, está fuera de agenda. De hecho, a fines del año pasado, el canciller brasileño Mauro Vieira, quien asistió en Buenos Aires a la toma de posesión del líder de la agrupación denominada La Libertad Avanza, señaló al portal web Metrópoles que “sí, puede ocurrir (una aproximación”, y que era factible que ambos jefes de Estado se topen en la cumbre del Mercosur, que está planificada para fines de junio en Asunción, Paraguay. Aunque, precisó que esa cita también puede darse “antes”, si es que así lo estiman los respectivos Presidentes.
Como sea, ya hemos visto a Milei arrodillarse, arrepentido, ante el Papa Bergoglio, a quien él mismo había calificado como “el representante del Maligno en la tierra”, cuando era el abanderado presidencial de los libertarios, y manifestar un profundo y sonoro mea culpa. No sería raro, entonces, verlo rebalancear y ecualizar, a su turno, su opinión sobre Lula, sobre todo considerando que Brasil ocupa un lugar muy importante en la balanza comercial de Argentina (principal destino de sus exportaciones, por ejemplo). Y que el gobierno de Lula recibirá este año la presidencia rotativa del G-20, el selecto club de las naciones más industrializadas del planeta, en la cumbre que se realizará en noviembre de 2024, en Rio de Janeiro. A lo que se une el hecho nada despreciable de que Argentina está en una posición en la cual, por cierto, necesita más hacer nuevos amigos o conservar los que ya tiene, antes que perderlos.