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Biden-Trump: tedioso debate con el miedo de protagonista ANÁLISIS

Biden-Trump: tedioso debate con el miedo de protagonista

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Gilberto Aranda B.
Por : Gilberto Aranda B. Profesor titular Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
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Sobre el papel, Trump salió mejor aspectado. Biden se vio –sobre todo al inicio– poco sólido en el armado del hilo argumentativo. Y aunque faltan varios meses para el 5 de noviembre marcado como jornada electoral, es probable que se respire preocupación en la plana mayor del Partido Demócrata.


Un debate de miedo, y no precisamente por una cautivante oratoria argumentativa, sino debido a que la emoción dominante que cultivaron los contrincantes políticos fue sencillamente infundir espanto por el otro. Un enfrentamiento duro y áspero, devenido en descalificaciones cruzadas antes que sugerir ventajas propias, que a ratos se asemejó al clásico dilema del prisionero. Según este problema de la teoría de juegos, dos sujetos imposibilitados de cooperar, incluso si se perjudica el interés de ambos, observan todo bajo la luz de la suma cero.

Así, la clave de cada aspirante al período siguiente fue probar ante las pantallas la mayor incapacidad del otro frente al cargo a postular. Sobre el guion, el actual presidente explotaría la idea del peligro democrático que supondría un delincuente convicto en el Salón Oval, y el exmandatario presentaría a su rival mermado en sus aptitudes físicas y mentales por su longevidad manifiesta.

Lo anterior, a pesar de que apenas los separan 3 años, como se encargó de recordar el propio Biden, y que, en cualquier caso, sea quien sea que gane, quien deje la Casa Blanca pasará a ser el presidente de mayor edad en haber sido gobernante de esta potencia global. Finalmente, el dilema del prisionero también puede ser atribuido a la indecisión de moderados e independientes que no gustan de ninguno de los aspirantes y que podrían terminar votando por “el mal menor”.

Por supuesto, las expectativas de estas instancias son altas si se considera la historia de decisivas confrontaciones televisivas, como aquella entre Kennedy y Nixon, cuya leyenda dice que en la radio ganó el último, pero que en la pantalla el vencedor fue el entonces senador por Massachusetts. Lo mismo los debates entre Carter y Ford, cuando el reemplazante de Nixon desconoció el dominio de la Unión Soviética sobre Europa del Este; o cómo en la campaña de los siguientes comicios un otrora actor y gobernador por California traspasó “la cuarta pared” con una pregunta aparentemente inocua, aunque trascendente: “¿Ustedes en sus casas están mejor o peor que hace cuatro años?”.  

Ayer estaban frente a frente, después de cuatro años de su última mesa redonda plagada de invectivas e interrupciones, los presidentes de Estados Unidos de América número 45 y 46. Biden, con algo de ronquera y desconcentración –atribuidos a un resfrío, Trump con rostro adusto, fueron recibiendo las preguntas de los periodistas facilitadores de la CNN, que –como era de esperarse tocaron una amplia variedad de temas, desde el alza de precios, pasando por la migración y la situación internacional.

Trump trató de mostrar la pérdida de control del presidente frente a lo que suele calificar como “una avalancha de migrantes” y la difícil relación con otros Estados del concierto mundial. Biden, efectivamente, se encargó de recordar los antecedentes delictuales de Trump a la espera de su sentencia. 

El desempeño del presidente actual –hay que decirlo no fue bueno, se vio frágil en pantalla, sin tiempo para desarmar las afirmaciones de Trump, a pesar de que la hostilidad se palpaba en el ambiente, incluso con breves momentos iniciales de ausencia confundido, si se prefiere, favoreciendo indirectamente la tarea de un contrincante que se esmeró en mostrarlo senil. 

Frases trumpistas del tipo “el peor Gobierno de la historia” o “salió de Afganistán sin ninguna dignidad”, incluso un “nadie nos respeta, parecemos un país del Tercer Mundo”, fueron tibiamente respondidas con sencillos “nunca había escuchado tantas tonterías” y el uso repetitivo de la muletilla “by the way”. Al final de la primera parte del debate, Biden logró articular ciertas ideas ante ataques en materia económica con un contundente “desde la época de Herbert Hoover que no se perdieron tantos empleos como en el periodo pasado” o la alusión a las manifestaciones supremacistas blancas en Charlottesville de 2017, sobre las cuales Trump no tuvo críticas mayores.

El multimillonario, afín a las exageraciones hiperbólicas en los debates frontales, esgrimió nociones simples, aunque cargadas con la pólvora de la eficacia. Dijo que “toda la culpa es de los migrantes, ellos están acabando el Seguro Social” o la descarada afirmación de que “Nancy Pelosi es la responsable de las acciones del 6 de enero de 2021”, después de intentar eludir la pregunta del asalto al Capitolio.

En el primer caso, el candidato del “Grand Old Party” –como se conoce al republicanismo es un convencido de que el tema migratorio tiene la capacidad de inclinar la balanza de los indecisos, aquellos que a más de cuatro meses de la elección son probablemente un cuarto del electorado.

De allí el esfuerzo contumaz en describir una apertura de fronteras a “personas provenientes de instituciones de salud mental, así como a delincuentes y terroristas salidos de cárceles de todo el mundo”. Fue la reedición del viejo rumor conspirativo de gobiernos extranjeros exportando a sus criminales para sembrar la anarquía. En cualquier caso, Trump hizo gala de escapismo, cambiando el foco de las preguntas incómodas o que pudieran afectarlo.

Pese a que aborto y cambio climático fueron el repertorio buscado por los demócratas, ansiosos de “sacar a la pizarra” a Trump, cuando apareció la oportunidad no fue del todo aprovechada por su abanderado. Muchas mujeres han estado pendientes del debate público sobre el aborto, que ante una mayoría republicana en el Congreso podría plantear importantes limitaciones de alcance universal, sin embargo, Trump lo esquivó al radicarlo en el nivel estadual.

Otro tema esperado fue la política internacional. El exmandatario fue demoledor. En su opinión, Putin sencillamente no respetaba a Biden, basando esto en la forma en que se retiraron las tropas estadounidenses de Afganistán, un caso de súbita amnesia respecto a su papel en la negociación de dicha salida que fue ejecutada por su sucesor. En definitiva, la tesis trumpista es que tanto la invasión de Rusia a Ucrania como el ataque de Hamas a Israel son signos de la debilidad de Estados Unidos. En este último caso, Biden ensayó una tímida respuesta a partir de su plan de liberación de rehenes y de cese de hostilidades, aprobado por el G7.

De poco sirvió que el presidente en funciones aludiera a la intención de su rival de salirse del esquema de seguridad colectiva que Estados Unidos creó en 1949, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La duda acerca de la fortaleza ya había sido incoada por el republicano. Y cuando se le preguntó a este si apoyaría la creación de un Estado palestino, simplemente hizo como si la interrogante no existiera, retrucando que Biden había terminado transformándose en un mal palestino. 

Al final un debate hasta cierto punto tedioso, dado que los temas esperados efectivamente comparecieron, aunque sin brillo por la apuesta de los protagonistas únicamente en los “fallos del otro”, donde la sorpresa podría haber sido develar el nombre del aspirante a vicepresidente de la candidatura de Trump. A pesar de que ello no ocurrió, la cara de satisfacción del senador Marco Rubio era elocuente. Sobre el papel, Trump salió mejor aspectado. Biden se vio –sobre todo al inicio poco sólido en el armado del hilo argumentativo. Y aunque faltan varios meses para el 5 de noviembre marcado como jornada electoral, es probable que se respire preocupación en la plana mayor del Partido Demócrata.

Desde luego se estarán asimilando lecciones y en ningún caso el Partido Republicano puede cantar victoria anticipada, sabiendo que hay que esperar la sentencia específica a Trump, a emitirse el próximo 11 de julio. La paradoja es que sus competidores ahora también aguardan el 22 de agosto, cuando la Convención Demócrata en Chicago oficialice el nombre del candidato del sector a la presidencia. Y aunque no debería haber sorpresa, esta tampoco se puede descartar del todo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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