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Chile es un país pagano

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Me parece que la sociedad chilena debería reconocer que a estas alturas es mucho más pagana que cristiana.


Quiero discutir una afirmación que se hace a cada rato: que Chile es un país cristiano y que la mayor parte de su población adhiere al «humanismo cristiano». A mí me parece que últimamente nos hemos convertido al paganismo. Para demostrarlo, puede hablarse de la idolatría a muchas formas de consumo. Por ahora voy a examinar sólo una: la diversificación del comercio sexual.



El rito masculino de acudir en manada al familiar prostíbulo de alguna «tía», con ponchera, piano y «cuadro plástico», es ya un asunto del pasado. Hoy día se ha abierto una extraordinaria gama de nuevos servicios y modalidades de atención. La prostitución, que se practicaba en locales y barrios sórdidos, hoy es un supermercado luminoso. Se anuncia en los diarios, con rótulos de sauna, masajes y jacuzzi. Si antes el cliente debía disponer de toda una noche para una escapada al burdel, ahora es cuestión de un momento. La compraventa sexual puede hacerse al pasar y toma tan poco tiempo como un almuerzo rápido o un café express.
Asimismo se dan toda clase de facilidades para un acceso más fácil a este servicio, como estacionamientos privados y pago con tarjetas de crédito.

La diversificación incluye también servicios para mujeres, aun cuando la oferta sigue estando destinada principalmente al consumidor masculino. En un diario dominical aparecían fácilmente unos 50 avisos de saunas con nombres de fantasía, de los cuales sólo uno era para damas. La mayor parte pone sólo un número de teléfono y una incitación como: «Sólo para hombres como usted», o «Conócenos», o alguna indicación distintiva: «De alta categoría», «El mejor del barrio alto», «Climatizado», «Privadísimo», etc.



En una rápida ronda de llamadas se obtienen respuestas insólitas: una sedosa voz femenina ofrece modelos, chicas jóvenes de 17 y 18 años; otros saunas dicen disponer de una variedad de mujeres exóticas para todos los gustos, nacionales y extranjeras, negras y mulatas, jamaiquinas, brasileñas o colombianas para un momento de pasión tropical. En otro una voz de hombre dice escuetamente: «Tengo tu teléfono, te cagué».



Bendito el mercado que hace que en este retirado país podamos sentirnos como en el centro del Imperio Romano, donde abundaban exóticas esclavas nubias, fenicias o baleares.



El comercio sexual se encuentra completamente integrado a las modalidades de promoción, crédito y pago de muchos otros servicios. Debiera por lo tanto convertirse en una prestación más, de las muchas que nos ofrece el paraíso del mercado. Está en vitrina expuesto en una gran vitrina: en avisos de diario e internet. Todos saben de qué se trata y sin embargo se lo sigue disfrazando de sauna y relajación. Y así Santiago se ha convertido en una especie de Babilonia camuflada de Jerusalén.



A este encubrimiento habría que agregar las muchas formas de uso del anzuelo sexual para las ventas de bienes y servicios inocentes. Actualmente hasta las promotoras de cementerios deben usar minifaldas y trajes ceñidos.



Este despliegue del mercado genital no me horroriza moralmente. Creo que la sexualidad es una dimensión ineludible del ser humano, y que su administración, dosificación y aun la alternativa de la continencia, son opciones que deben tomarse en el ámbito de lo privado. Personalmente soy partidario de la moderación, pero jamás se me ocurriría imponerle este tipo de disciplina a otro. Sin embargo me parece que la sociedad chilena debería reconocer que a estas alturas es mucho más pagana que cristiana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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