Hay que recuperar también la Unctad. No hay razón para que las oficinas del Ministerio de Defensa parezcan todavía un bunker.
Euforia en el bus entre Santiago y Rancagua, saliendo lentamente por esa desolada Avenida General Velásquez. Como de costumbre, nos acomodamos cerca los commuters de siempre y entre lecturas, Romané y el cansancio, buscamos arrimarnos a nuestra provincia.
Pero vienen las noticias y las imágenes nos desatan la euforia: la gente caminando por La Moneda, señoras y niñitos tocando el agua de la pileta del Patio de los Naranjos, un trash o hip-hop haciendo muecas irreverentes, un poblador recordando que hacía tres décadas que no ingresaba al palacio de Toesca, un veterano de 90 años que seguramente rememoraba los tiempos en que Jorge Alessandri caminaba desde la «Casa en que tanto se sufre» hasta su departamento en calle Phillips.
Potente la imagen de Lagos abriendo el más paradigmático símbolo del poder, como un republicano de ideas progresistas, con el adecuado tono paternal de llamar a cuidarlo y no protestar en sus narices, para así mantener la medida.
La gente en el bus cuchichea, el apoyo es unánime. El poder con mayor transparencia, dejar los mitos. La Moneda es un palacio neoclásico austero, no hay nada barroco ni enchapados de oro. Un edificio funcional de pasillos largos y salas de espera para el trabajo de funcionarios y ministros que ganan lo mismo que un capataz en la mina.
Dicen que el 69 se acabó la tradición por el Tacnazo, cuando Viaux y algunos militares se amotinaron contra el gobierno de Frei Montalva, y los obreros rodearon el palacio con camiones de la basura como defensa de la democracia. Fue sólo un motín reivindicando salarios más dignos, dijeron los partidarios del general. El resultado fue el fin de una tradición.
Recordamos el bello palacio presidencial sobre la colina de Praga, donde el intelectual Presidente Havel hace fiestas y conciertos, donde los turistas pueden dar vueltas libremente por los museos y recorrer los senderos asombrosos de sus jardines.
La propia Casa Blanca es un lugar semi abierto con visitas guiadas, con Clinton arrendando la pieza de Clinton a sus principales amigos, con la sala oval convertida en sujeto de comentarios torcidos en los excesos presidenciales. Se acaba el límite de lo privado y lo público; el mismísimo Presidente con sus debilidades privadas, hizo público hasta el último secreto de la morada de los hombres más poderosos de la tierra.
El gesto de Lagos es espectacular, como lo fue reivindicar a los muchachos de Curanilahue, una de las zonas más pobres del país, como los protagonistas de la gala artística en su primer día de mandatario. Menos miedo, menos formalismo, alegría por el país plural, menos clasismo, menos distancia entre poder y ciudadaníaÂ… Todos somos dueños de «esa» Moneda.
A nosotros se nos viene a la memoria aquella vez, en 1972, cuando teníamos ocho años, y un bus de El Teniente nos llevó al edificio de la Unctad (hoy Diego Portales), donde nos deleitamos con una exposición minera y caminamos por un socavón de maqueta, donde vimos a cientos de santiaguinos y universitarios comiendo barato en los casinos abiertos de la mole de cemento, donde mis padres nos podían llevar caminando hacia Lastarria o al parque Forestal por el recoveco de esquinas y calles, allí cerca del Santa Lucía.
Hay que recuperar también la Unctad. No hay razón para que las oficinas del Ministerio de Defensa parezcan todavía un bunker o los niños sientan un temor infundado ante un militar custodiando un edificio. Como La Moneda es nuestra, también lo es el hoy Diego Portales. Se sabe que un megaproyecto para el 2010 comprende ese edificio abierto, conectando un polo cultural en todo el Barrio Lastarria. Pero falta tanto y Lagos se demoró unas horas en abrir la casa del principal poder a la gente.
Euforia democrática en los habitantes de un bus que ya atravesó el Maipo, pensando en que al final de cuentas todo es fácil cuando el cuento de una mayor igualdad es una pasión inteligente y no una quimera.