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Cuando la provincia no tiene «comunidad inteligente»

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Esteban Valenzuela Van Treek
Por : Esteban Valenzuela Van Treek Ministro de Agricultura.
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Ahora sí que no le podemos echar toda la culpa a Santiago en esa actitud de adolescente queja. Aunque todo el mal comenzó por estar muy cerca de la capital, Rancagua y Colchagua fueron siempre patios traseros y toda inversión relevante al sur debía comenzar en Talca, puesto de descanso a Concepción.

Leemos el Directorio de Centros de Investigación y Tecnología, recién publicado por el Ministerio de Economía, y caemos en una depresión profunda. Todas las regiones tienen al menos cinco centros de investigación -en Aisén vinculadas a lo forestal y los salmones-, con la obvia obscenidad de concentrar el 42% de los mismos en Santiago, ciudad que suma más del centenar. Sólo una región reza un terrible asterisco y una explicación a pie
de página en el índice: Sexta Región de O’Higgins «sin registro». Nos revolcamos en nuestra mediocridad y pensamos que el INIA tiene un centro experimental en Litueche para cultivos de secano. Pero es sólo una granja que visitan los expertos santiaguinos. No aparece nuestro amigo Astorga y su centro de investigación de música popular y canto a lo humano y lo divino. Francisco Astorga no tiene sede ni financiamiento; su centro es él peregrinando con las liras populares, aunque haga clases de guitarrón chileno en la escuela de música del ex Peda. Tampoco aparece el pequeño
centro de investigación minera que Codelco ha creado en tres lugares y que tiene una de sus oficinas en Rancagua. No importa: disonancia cognitiva para no reconocer nuestra mediocridad.

Francisco Alburquerque, un coño que sabe mucho de desarrollo regional y productivo, es categórico en señalar que la globalización obliga a territorios competitivos, donde la relación tecnología, investigación, inteligencia aplicada, buena educación y entornos virtuosos es esencial. Con razón aparecemos penúltimos en la ausencia de centros de investigación, penúltimos en competitividad según la Corfo, penúltimos en promedio de
sueldos y últimos en centros de investigación.

Sabemos la historia. Nunca hubo universidad estatal, porque la Chile y la Católica las abrieron en Talca, luego fueron universidades autónomas y hoy tienen en conjunto diez mil estudiantes, centros de investigación, doctores y master, cultura y comunidad pensante.

Rancagua ha fracasado en un par de intentos de universidades privadas, otras tradicionales tienen meros programas de regulación de estudios nocturnos sin comunidad universitaria, y lo único valorable de alto nivel, el Campus Rancagua de la Universidad Federico Santa María, cuando pide apoyo para crecer y generar carreras en la región con profesores universitarios a jornada completa que generarían la primera comunidad inteligente instalada en la zona, aparece un consejo regional que pide nuevas comisiones y más estudios. Por mientras, seguiremos quejándonos y culpando a Santiago de nuestra propia mediocridad.

No son caprichos intelectualoides. Los académicos viven postulando proyectos de investigación, piensan sus zonas y generan externalidades positivas. El país de 750 mil habitantes que somos como región ( el doble que Kosovo y Chechenia) se merece un sistema de educación superior, investigación e
innovación.

Felizmente hay luces en el pozo negro. Las empresas con raíces regionales se han agrupado en Pro-O’Higgins y comienzan a generar redes en la busca de programas de desarrollo, el Campus Rancagua de la UTFSM persistirá, el mismísimo nuevo mandatario prometió tres prioridades en este territorio; un nuevo embalse, un paso internacional y universidad.

Hay mucha inteligencia y creatividad en esta región. Pero el cuento es organizarla en «comunidades» eficientes que enseñen e investiguen. Tenemos diez años para el imaginario desarrollista del Bicentenario. Espero no volver a leer páginas de silencio en el mapa de la investigación y la innovación de la angosta patria con un desolado territorio entre Santiago y Talca.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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